viernes, 27 de febrero de 2009

El invierno en Lisboa

Antonio Muñoz Molina



CRÓNICA ENVIADA POR SOCORRO


Perseo, por imprudente y charlatán, tuvo que matar a Medusa, y se jugó la vida en la aventura. Yo, por imprudente y charlatana, me he comprometido a hacer esta reseña. Perseo era muy joven y además hijo de Zeus, en cambio yo…

Tras la primera rotación de bombones empezamos la tertulia sobre el libro de este mes, El invierno en Lisboa, de Antonio Muñoz Molina, y empezamos estando todos de acuerdo en algo, que ya es un logro: Muñoz Molina domina asombrosamente bien el lenguaje. Cualquier párrafo de la novela escogido al azar está escrito con maestría, y parece hacerlo con gran sencillez, aunque a algunos no nos resulte tan sencillo “zambullirnos” en su estilo y entenderlo todo con la primera lectura. Para nuestro Valentín, el mero hecho de leerle es ya un placer. No es necesaria una buena historia para disfrutar de sus novelas. Los tertulianos más acostumbrados a leer a este escritor expresaban su conformidad asintiendo con la cabeza (gesto muy frecuente en estas tertulias). Incluso se llegó a hablar de Muñoz Molina como del “mejor escritor” del panorama literario actual. En fin, una completa armonía de opiniones. Pero esta paz no iba a durar mucho tiempo, y tras unas breves notas de sociedad – “ya sabéis que hizo la mili en San Sebastián, parece que sigue en Nueva York por su mujer, tienen casa allí y aquí….- surgieron las primeras voces hostiles apuntando todas en la misma dirección: demasiada floritura lingüística para una historia que no consigue enganchar. Una “apasionada” historia de amor sin pasión, condenada de antemano al fracaso, ya que los enamorados, el pianista Santiago Biralbo y Lucrecia, no se consideran dignos el uno del otro ¿?, en la que suceden muy pocas cosas, o nada, que no sabemos ni cómo empieza ni por qué acaba, sin apenas muestras de afecto entre los protagonistas que parecen recrearse en su infelicidad (hubo incluso alguna voz airada que directamente los enviaba a sufrir a la mina), sin diálogos… pero eso sí, con mucho humo (hasta las medias son de color “humo”), mucho bourbon y ginebra, mucha noche y habitación de hotel, mucho club nocturno y mucho jazz, y una historia en la que intervienen otros personajes, tan raros como los protagonistas: los “buenos”, muy buenos y muy simples (el narrador, que no tiene nombre, o Floro Bloom, dueño del Lady Bird) y los “malos”, muy malos y rebuscados: mafiosos americanos asociados con traficantes de arte angoleños de estética particular acompañados de secretarias perfumadas y silenciosas (Malcom, Toussaints Morton, Daphne) y con varias ciudades como escenario: Madrid, San Sebastián, Berlín, Lisboa… y en fin, esta es la historia. Y esta es la pregunta: ¿puede una buena técnica literaria salvar una novela sin una buena historia?
Jesús apunta dos posibles lecturas de la novela, una en la que no importa tanto el detalle como la capacidad de arrastrar al lector a los escenarios y ambientes que describe, y en la que el arte (la música, el cine, la pintura…) sería suficiente razón para unir a dos personas y otra lectura diferente en la que la verosimilitud de la trama sí es relevante.
Pero ambas lecturas no tienen por qué ser excluyentes y un argumento bien construido y verosímil -¿cómo es posible que el narrador, que ha visto a Lucrecia en un par de ocasiones, sepa más detalles sobre ella que el propio Biralbo, su amante?- mantiene al lector más atento. A propósito de la verosimilitud, y para suavizar un poco tanta crítica, no hay que olvidar que la novela es un homenaje al cine negro y por ello ciertos aspectos de la novela que “chirrían”, como el narrador, las persecuciones, las ciudades vacías, los personajes atormentados… son tópicos en el cine negro donde casi siempre aparecen y no nos extrañan.
Se que se me escapan aspectos de la novela de los que hablamos y que no menciono, pero este es el resumen de lo que considero mas importante.

Y termino. Como siempre una tertulia buena, crítica y muy entretenida. No hay nada como disentir para divertirse. Y una tertulia estupenda para espíritus un poco “veletas” como el de quien firma esta reseña que has tenido la gentileza de leer hasta el final.

Nuestra próxima tertulia será el martes 24 de marzo y hablaremos de El último encuentro de Sándor Márai, y para quienes quieran ir adelantando tarea, el siguiente libro será El lenguaje perdido de las grúas de David Leavitt.

domingo, 8 de febrero de 2009

Sputnik, mi amor

(Haruki Murakami)


CRÓNICA ENVIADA POR LA Dra. PASAVENTA:

Como pudimos corroborar en nuestra tertulia sobre Sputnik, mi amor, los lectores de Murakami se dividen en dos: aquellos que han leído una de sus novelas y no piensan volver a leer nada más de este autor (salvo imperativo tertuliano, como dejó bien claro nuestro Leante) y aquellos otros que van a seguir leyendo todo lo que este japonés publique (somos los “murakamianos”, una secta que está causando furor entre las capas más “frikies” de nuestra sociedad).
Para unos y otros, la novela tiene algo de surrealista, el argumento roza lo absurdo y, para colmo, hay fragmentos realmente aburridos. ¿Por qué, entonces, nos gustan Sputnik, mi amor y las demás obras de este autor? ¿Por qué algunos somos murakamianos?
La novela se inicia con un párrafo brillante: el del enamoramiento súbito y arrollador que experimenta Sumire a los veintidós años. El objeto de su amor, Myû es una mujer que le dobla la edad, bellísima… y casada. Todos coincidimos en que el inicio de la novela no podía ser mejor. Sin embargo, para varios de los asistentes, “aquí empezó todo y aquí acabó (casi) todo”.
Tras ese párrafo inicial, el narrador nos presenta la situación previa al enamoramiento: Sumire es una muchacha muy poco convencional. Lleva una existencia ascética y bastante aislada de todo contacto humano cuyo único objetivo es escribir novelas. Uno de los pocos seres humanos con los que se relaciona es el narrador, un compañero de estudios enamorado perdidamente de ella pero que tiene que conformarse con largas conversaciones telefónicas a unas horas en las que la mayor parte de la población, él incluido, suele estar durmiendo. El pobre hombre siente todo tipo de punzadas y dolores pero acepta el destino de confidente, consejero y paño de lágrimas.
Esta situación dramáticamente poco prometedora es alterada por el enamoramiento de Sumire que, tras conocer a Myû decide abandonar su pasión literaria y hasta acepta un trabajo convencional, con tal de estar más cerca de su amada. El narrador, por su parte, acepta resignado los acontecimientos y tiene la deferencia de seguir contándolos para el lector.
Las peripecias de Myû y Sumire en su viaje por Europa no revisten, creo yo, gran interés… Sin embargo, Murakami logra que, entre tanta página prescindible, nos topemos con algunos fragmentos verdaderamente brillantes que permanecen en la memoria del lector mucho después de haber acabado el libro.
Leí la novela hace más de un año… y todavía siento frío al recordar el episodio de la noria, una especie de parábola en que una persona se puede desdoblar, perdiendo todas sus pasiones y emociones cálidas y humanas y dejando un cascarón gélido y triste, aunque perfectamente funcional en nuestra sociedad.
Y es que, en mi opinión, el terreno en el que Murakami brilla, en el que logra que olvidemos lo absurdo del argumento, es en el de la descripción de la condición humana: la necesidad de amar y estar con otros (y la incapacidad irremediable para lograrlo). Y os pongo unas líneas de Sputnik para que entendáis lo que quiero decir: “Y entonces lo comprendí… en definitiva, no éramos más que dos solitarios pedazos de metal trazando su propia órbita cada una. Desde lejos parecían bellos como estrellas fugaces. En realidad, sólo éramos prisioneras sin destino encerradas cada una en su propia cápsula. Cuando las órbitas de los dos satélites se cruzaban casualmente, nos encontrábamos. Quizá simpatizábamos. Pero sólo duraba un instante. Momentos después volveríamos a estar inmersas en la soledad más absoluta. Y algún día arderíamos y quedaríamos reducidas a nada” (pág. 136).
Sin embargo, contra lo que pueda parecer por estos comentarios, la tertulia fue de lo más divertida: lleno total (reaparecieron las de las Lomas –que siguen sin decir ni “mu” en inglés- y se estrenaron dos nuevas tertulianas –aunque Alicia sigue sin atreverse a venir-), discusiones entre murakamianos y anti-murakamianos, explicaciones surrealistas sobre el surrealismo de Sputnik … En definitiva, un encuentro galáctico de una veintena de satélites que simpatizan y hablan de libros mientras comen bombones… Un lujo en los tiempos que corren.

LA PRÓXIMA TERTULIA: El invierno en Lisboa, de Antonio Muñoz Molina, se celebrará el martes 24 de febrero en el PACG.