martes, 6 de enero de 2009

La tregua


(Mario Benedetti)

CRÓNICA ENVIADA POR JOSUNE:

El pasado 18 de diciembre celebramos la tertulia sobre La tregua, novela del uruguayo Mario Benedetti, escrita en forma de diario íntimo y editada por primera vez en 1960.
Coincidimos todos en que el autor construye una historia muy triste sustentada en un amargo pesimismo existencial. En cambio, sobre Martín Santomé, el protagonista, hubo opiniones diversas. Trabaja en una oficina y le falta muy poco tiempo para la jubilación, algo que él desea y que en aquel momento en Uruguay se alcanza a los cincuenta. Viudo desde los veintiocho años, ha criado a sus tres hijos, dos varones y una chica. Su vida externa, sus costumbres, su anhelo de disfrutar al fin de un ocio inacabable lo hacen merecedor, en opinión de la mayoría, del calificativo de “hombre gris”. Algunos rebatimos esa etiqueta tan poco prestigiosa aludiendo a la intensidad, la lucidez y el lirismo de muchos de los pensamientos que sobre su propia realidad y la de otros anota en su diario. Alguien apuntó que tal vez Santomé represente a toda una sociedad aletargada y en crisis; de hecho, son frecuentes en el diario las alusiones al ambiente social y a la estructura y relaciones laborales.
De un modo imprevisto, se enamora de una nueva empleada que por edad podría ser su hija. Esta circunstancia de la diferencia de edad es la que desata los fantasmas de Santomé al imaginar el futuro: él entrará en la vejez cuando ella sea una espléndida mujer madura; ella puede sentirse atraída por un hombre joven... La sensatez de sus razonamientos atrapa al lector, el cual comparte sus temores al tiempo que desea que la relación prospere.
La repentina muerte de Avellaneda justo cuando Martín se había decidido a proponerle matrimonio mutila cruelmente las expectativas de futuro del protagonista y las de un final feliz para el lector. Desde el punto de vista literario, el efecto se ha logrado de manera magistral. La muerte golpea de nuevo a Santomé, contra todo pronóstico, contra el cálculo estadístico más cabal, y lo sume en el vacío y la desesperanza. En ese punto la historia cobra un sentido insospechado hasta ese momento y al lector lo embarga la compasión hacia un personaje que no merece una segunda edición del drama que ya irrumpiera en su vida en plena juventud. La naturaleza impredecible de la vida se perfila ahora como tema de fondo. Además, en esta novela lo impredecible se convierte en lo más inesperado y cruel.
Lo último que Santomé anota en su diario y que, por tanto, cierra el libro son estas desalentadoras palabras: Me siento simplemente desgraciado. Se acabó la oficina. Desde mañana y hasta el día de mi muerte, el tiempo estará a mis órdenes. Después de tanta espera, esto es el ocio. ¿Qué haré con él? La tregua fue el período en el que la presencia de Avellaneda dio un vuelco a su vida e interrumpió sus consolidadas rutinas, su costumbre de deslizarse día tras día, últimamente anhelando la llegada de su jubilación, un cambio tras el que, en el fondo, él esperaba algo nuevo, algo estimulante y positivo. La muerte de la muchacha no sólo le arrebata la felicidad y el amor sino que lo sitúa ante el tiempo vacío, carente de utilidad, despojado de todo sentido.
¿Por qué me gusta tanto esta novela? ¿Por qué la releo cada cierto tiempo y sigo hablando de ella con pasión y la sigo regalando a mis amigos? Porque Martín Santomé me parece un personaje extraordinario. Yo no lo considero un hombre gris, en absoluto. Es verdad que lleva una vida rutinaria marcada por su trabajo en la oficina, pero es un gran observador de la realidad que le rodea, posee una mente analítica y lúcida, y entrena su imaginación soñando despierto. No está orgulloso de la relación que mantiene con sus dos hijos varones pero se alegra sinceramente cuando percibe algún acercamiento. La noticia de la homosexualidad de Jaime, su hijo favorito, le causa un gran disgusto; una reacción más comprensiva y tolerante no resultaría verosímil. Pienso que precisamente aquí está la clave de mi predilección por Santomé: me lo creo, me parece de verdad, es un tipo al que tengo la sensación de conocer y cuyas reflexiones sobre Dios, el trabajo, las relaciones familiares, la muerte, el sexo, el amor y, en general, sobre la vida me dejan a mí reflexionando y con ganas de replicarle, de preguntarle sobre todo lo que dice y sobre lo que calla.
Me gusta tanto esta novela porque Avellaneda es otro gran personaje, y Blanca también, y las dos, como yo, piensan que Martín es un buen tipo y no lo ven gris (opaco, en palabras de su hija). Me gusta porque siempre que la releo me devuelve a mis veintidós años y a lo que, por encima del pesimismo y la tristeza, más me impresionó la primera vez que la leí: la definición de lo que Santomé llama “la postergación”, un “arma terrible y suicida”, en la medida en que aplazar una y otra vez lo que uno quiere hacer con su vida para ser exactamente lo que quiere ser acaba atándolo a “una rutina aletargante”. Fue para mí como un aviso, como la advertencia de un sabio amigo que quiere evitar que cometas los mismos errores que él.
Volvió a gustarme La tregua y me gustó mucho la tertulia. Era el último día del trimestre, después nos íbamos a cenar para celebrarlo y por fin contamos con la presencia de una alumna, Ana Carrasco, de 1º Bachillerato Ciencias, a quien esperamos ver en próximas ocasiones. Lluís tuvo la excelente idea de traer su guitarra y cantar algunos Poemas de la oficina de Benedetti, pues dijo que la novela se los había recordado mucho.
En enero leeremos Sputnik, mi amor del japonés Haruki Murakami y en febrero, El invierno en Lisboa de Muñoz Molina. Esperamos que las fechas de las próximas tertulias les vengan bien a nuestras amigas de “Las Lomas” porque las echamos de menos.
Feliz Año a todos.