lunes, 2 de diciembre de 2013

Los desorientados

(de Amin Maalouf)

        Para la crónica de esta última tertulia hemos conseguido que nos ilumine con su clarividente prosa nuestro músico Jesús; por el brillante resultado obtenido, imagino que volveremos a insistirle con frecuencia para que nos deleite con sus palabras de forma más asidua.




1.- El argumento
La llamada a su apartamento de Tania, la mujer de Mourad, para decirle que su antiguo amigo se está muriendo y quiere verle, pone de golpe a Adam, ahora profesor de historia en la universidad de París, frente a los años de su infancia y su juventud en Líbano, el país en que nació y vivió, y del que se exilió hace más de veinte años. En un viaje a su tierra materna que durará dieciséis días, los capítulos del libro, Adam confiará a su libreta los recuerdos, sentimientos y pensamientos que esta repentina intrusión de su pasado le ha provocado, mientras los correos que cruza con algunos de sus amigos recuperados, y los diferentes encuentros establecidos con ellos, nos darán también cuenta de sus distintas perspectivas y tomas de postura ante la vida, la deriva de su país y la marcha del mundo.
2.- Los temas abordados
-Viaje a la juventud y al pasado
Al revivir su pasado, entre la resistencia a abordar una especie de tabú mantenido durante tantos años de exilio y la conciencia de tener que rendir examen interno de esa asignatura pendiente, Adam emprende a fondo la tarea autoimpuesta. Y empieza por tomar nota de los valores compartidos en el seno de aquel grupo de universitarios, apodados “los bizantinos”, por su fama de debatir interminablemente de todo lo humano y lo divino. Recuerda, así, con añoranza aquellas tertulias tan abiertas, en las que se pasaba revista a todas las cuestiones de la vida y la política, plenas de deseos idealistas de cambiar el mundo. Recuerda cómo rechazaban la injusticias, las de su país y las de todas partes, o cómo aquel puñado de amigos, pertenecientes a familias de las distintas tradiciones religiosas de Líbano, compartían sin embargo el rechazo a las “tiranías espirituales de las religiones” - que, como comentan Adam y su ahora amiga-amante Semiramis, “primero te atan el cuerpo para atar después la mente”, mediante la culpabilidad y la vergüenza - y cómo entonces todos ellos se desentendían de sus respectivas religiones e incluso se reían de la propia. Recuerda Adam, en fin, cómo todo aquel mundo de ideales perseguidos, la amistad, el amor, la abnegación, las afinidades, la fe y la fidelidad, todo aquel mundo de la juventud, el de su propio pasado, acabó saltando en pedazos cuando la guerra civil estalló y los expulsó a todos del paraíso. El viaje a la juventud permitirá a Adam-Maalouf, y a nosotros con él, considerar qué es lo que ha sobrevivido de todo aquello después de tantos años y qué se ha llevado por delante el ingreso en la edad adulta.
-La guerra civil y sus consecuencias
La guerra, primero larvada y luego terrible, destrozó aquella visión idealista del mundo de antes. Cuando empezaron los asesinatos indiscriminados y las venganzas y represalias entre barrios, toda la gente se vio obligada a tomar partido, a convertirse en cristianos, judíos, o musulmanes, ya solo vinculados por el odio mutuo. Hubo quienes, como Albert, intentaron encontrar en el suicidio una forma de rebelión contra aquella locura asesina. Otros, como Naím, Adam o el mismo Albert, tras el a un tiempo rocambolesco y entrañable desenlace de su tentativa- le secuestran cuando se iba a suicidar, y luego le adoptan los propios secuestradores, unos padres desquiciados que habían perdido a su propio hijo -,eligieron finalmente el exilio, para no verse obligados a tomar partido por ningún bando ni contra nadie, conscientes de que la guerra les habría, sin duda, obligado a actuar contra sus principios. Primero emigró Naím, luego fue la guerra la que se llevó a Bilal y la que acabó por corromper a Mourad, razón, esta última, de que Adam rompiera la relación con su amigo desde entonces, hasta ahora, cuando el cáncer, mensajero de la muerte de su amigo, le obliga a recapacitar.
La guerra, escribe Adam a Naím en uno de los correos que ambos cruzan, no solo se limita a sacar a flote la vergonzante condescendencia de la gente con la corrupción y hasta con los peores delitos, como la extorsión, el saqueo, las drogas o el blanqueo de dinero de sangre; la guerra también fabrica y moldea los peores instintos. Las fechorías de Mourad mancillan e insultan, y es un deber de sus amigos juzgarlas sin compasión. Pero en la hora de su muerte se le debe perdonar para que muera tranquilo. Si Mourad quiso hablar con su amigo en el lecho de muerte es que había recuperado los principios que antes les unieron.
-Judíos y árabes, Occidente e Islam
El viejo mundo del Mediterráneo y el Oriente Medio, en el todos los pueblos se mezclaban y coexistían de una a otra punta, se desvaneció tras la primera guerra mundial. Desde entonces, las grandes calamidades originadas por el hombre superaron por primera vez a las catástrofes naturales. Tras la descomunal barbarie desatada por el nazismo, dos ideologías destructoras opuestas tomaron el relevo y se expandieron por el mundo con perniciosos efectos, el comunismo y el anticomunismo. Así le escribe Naím, exiliado en Brasil, a Adam, al volver a relacionarse tras tantos años. Naím, como su familia, es judío y árabe, y es el personaje que permite al autor abordar lo que podría ser el gran tema del libro. Y lo hace recordando cómo el cataclismo que sufrieron los judíos con el nazismo tuvo consecuencias regionales y planetarias: la creación del Estado de Israel y el desequilibrio progresivo del mundo árabe, y luego del musulmán. En Occidente, reconocer el carácter monstruoso de la matanza perpetrada por el nazismo se convirtió en elemento determinante de la conciencia ética contemporánea, y se plasmó en ayuda material y moral al Estado de Israel. Por el contrario, el mundo árabe, sucesivamente derrotado y humillado en el conflicto con Israel, quedó desconectado de la conciencia de todo el mundo, o al menos del occidental, que viene a ser lo mismo. Aquel conflicto, sigue escribiendo el Adam historiador a Naím, es el conflicto que impide a Occidente y al Islam reconciliarse, el que hace retroceder a la humanidad contemporánea hacia las crispaciones identitarias, el fanatismo religioso, el “enfrentamiento de civilizaciones”. Es, en primer término, por ese conflicto por lo que la humanidad ha entrado en una fase de involución ética y no de progreso. Los judíos por su parte, aunque resultaron vencedores materiales, perdieron aquel papel histórico que siempre tuvieron: el de fermento humanista global. “Al convertirse en un Estado como los demás, con su propia lógica nacionalista, perdieron lo esencial; no es posible ser a un tiempo rabiosamente nacionalista y resueltamente universalista”. Quien así se expresa ahora es Albert, que acabó yéndose a Estados Unidos y es ya ciudadano de aquel país, integrado en el ámbito de la investigación social.
Hacemos aquí un inciso colateral al tema, y es para saber lo que Albert le explica a Adam respecto a su trabajo con los “blind spots”, puntos ciegos que existen en toda época y que, salvo algunos visionarios o especialistas, la gente no es capaz de identificar, pero que se vuelven evidentes años después. El peligro de la contaminación, o la limitación de los recursos marinos son dos ejemplos comprobados. Tal vez quería aquí el autor usar a Albert para aludir a la miopía de Israel y el mundo occidental como otro posible “blind spot”.
Volvemos de nuevo al tema. Si Israel y los judíos recibieron desde el principio todos los apoyos, la experiencia para los árabes fue demoledora. “Hay en todos los árabes - dice otro amigo reencontrado por Adam, el ahora riquísimo hombre de negocios Ramez, que vive opulentamente en Ammán -, rastros de una honda experiencia traumática, que cuando se mira desde la orilla opuesta no causa sino incomprensión y suspicacia, pero que se refleja en la conciencia de pertenecer a una civilización derrotada y de tener que cargar con esa mancha en la frente”. En consecuencia, judíos y árabes viven encerrados en odiarse, sin otra salida posible. Son dos tragedias rivales, y su enfrentamiento alcanza ya dimensiones que afectan al mundo entero y hacen preludiar que la humanidad, en este siglo XXI en el que impera “el becerro de oro”, el verdadero enemigo contra el que hay que luchar - y ahora es Albert el que toma el relevo -, se está encaminando hacia otras dos grandes calamidades opuestas, sucesoras de las anteriores, que serían el islamismo radical y el antiislamismo radical. Este conflicto de la humanidad se calificaría como el actual “zeitgeist”, el espíritu de esta época, ese viento fuerte al que es difícil resistirse, pero contra el que habría que oponer los valores del universalismo, los derechos humanos, la igualdad, la ciudadanía del mundo. Tiene que surgir un nuevo mundo en el que todas las personas, “nacidas en el planeta antes que en un país o en una casa”, proclama Adam, puedan convivir de nuevo en libertad.
Y una vez desgranadas todas estas “píldoras” de su filosofía por boca de los distintos personajes de la historia, el autor pone un inesperado final al libro, privando al lector del ansiado reencuentro final de todos los amigos, en el que volverían a reeditar la tertulia de “los bizantinos” y habríamos podido disfrutar de su madurez, de lo que han aprendido de la vida, de lo que de ellos ha sobrevivido. El drama esta vez no lo causa la guerra, sino un fortuito accidente de coche que deja en coma a Adam y se lleva la vida de su amigo Ramzi, al que ha ido a recoger al monasterio en que ahora vive retirado, para llevarlo al encuentro planeado con el resto de sus amigos. Antes del fatal accidente, Adam había dejado escrito en su libreta: “…Mi gran alegría es haber encontrado entre las aguas unos cuantos islotes de delicadeza levantina y de ternura serena. Y eso me proporciona otra vez, al menos de momento, un apetito nuevo por la vida, razones nuevas para luchar y quizá, incluso, un estremecimiento de esperanza. ¿Y a más largo plazo? A largo plazo, todos los hijos de Adán y Eva son niños perdidos” (…) “Adam está en suspensión”, dice Dolores (su compañera). “Como su país, como este planeta–añade-. “En suspensión, como todos nosotros”. Así termina el libro.
3.- La tertulia
Se podría decir que el libro aquí tratado satisfizo ¡por fin! a la mayoría de los miembros presentes de esta exigente tertulia. Precisamente por eso, por el alto listón existente, resultará evidente al agudo lectorado habitual que esta recensión del libro es decididamente parcial, y que no recoge la diversidad de opiniones “in situ” expresadas, los distintos matices apuntados y hasta posiciones a veces encontradas. Así, por ejemplo, el elenco de los personajes de los amigos, habría sido seleccionado, para algunos tertuliantes, a fin de que estuviera representada una diversidad de tipos, facciones o tendencias, con lo que se trataría más de un pretexto con el que introducir los temas del libro que del presunto viaje al pasado que pretende el cronista. Otros detalles o pasajes, como la relación entre Adam y Semiramis, el “permiso” de Dolores a esa relación, la homosexualidad de Albert o la aparente incongruencia del discurso atribuido a algunos de los personajes, conformarían los elementos de relleno o las herramientas para hacer avanzar el libro, que se completan con otras pinceladas, como el fundamentalismo de Nidal, hermano de Bilal, las peculiares reacciones de la viuda de Mourad ante las situaciones provocadas por el duelo, el cuento oriental de la Hanum que representaría los restos del naufragio del imperio otomano, y, en fin, los refrigerios y manjares, locales o importados, que aderezan los encuentros.
Los temas de la guerra y del enfrentamiento árabe-israelí suscitaron gran interés, por la valentía del autor en abordar un asunto tan controvertido y tan presente por estos lares, y aquí también los tertuliantes estuvieron a la altura del reto, mostrando que había asunto para debatir y reflexionar, y en coincidencia con el autor, que no parece que la deriva actual de los acontecimientos esté precisamente orientada a un final feliz, sino al grave enfrentamiento global que pronostican estas mismas páginas.
Y entre estas y otras muchas reflexiones, intercaladas con intercambios más livianos que, tal vez, y no por falta de mérito, no lleguen a ser recogidos en los anales de las tertulias literarias, fueron los esforzados diletantes literarios consumiendo los últimos minutos de su agradable encuentro, hasta que acabaron por retirarse tranquilamente a sus respectivos ocios y ocupaciones particulares.
 
 
La próxima tertulia, a la vuelta de vacaciones de Navidad, versará sobre Estupor y temblores, de Amelie Nothomb.
  
 
 
 
 

domingo, 13 de octubre de 2013

El gran Gatsby

(de F. Scott Fitzgerald)


Para esta primera entrada del curso tras las merecidas vacaciones contamos con una cronista de lujo, Menchu, que ahora tiene unas vacaciones un poco más largas que las nuestras. Transcribo a continuación su inspirada reseña: 
 
Según tengo entendido F. S. Fitzgerald escribió El Gran Gatsby en 1924 en Francia y la corrigió posteriormente en Roma y Capri (ahí es nada); él mismo le comentó a su editor "he escrito la mejor novela de los Estados Unidos” (el chaval no se andaba por las ramas).
 
Gertrude Stein, gran dama de la movida parisina de los años 20, describió a S. Fitzgerald como el mejor representante de la llamada “generación perdida” y este libro se ha considerado desde entonces como uno se los hitos de la novela americana.
El libro está dividido en 9 capítulos no demasiado extensos; en ellos Fitzgerald nos presenta un mundo de contrastes que, en mi opinión, es uno de los “atractivos” de la novela.
La trama se va a desarrollar en unos E.E.U.U. que han ganado la Gran Guerra y que a partir de ese momento van a convertirse en los protagonistas de la historia del siglo XX. Manhattan y Long Island son los escenarios principales.
Los “ felices veinte” como telón de fondo nos van a presentar una sociedad con grandes contradicciones: es la época del jazz, del charleston, de faldas y pelo corto a lo “garçon”, de un capitalismo agresivo en el que la riqueza es la llave a través de la cual podemos conseguir cualquier cosa , siempre y cuando no nos importe demasiado el precio que tengamos que pagar. Pero no olvidemos que la Gran Depresión está al llegar y anunciandola están el alcohol, los negocios sucios, la miseria y el pesimismo de los otros grupos sociales.
Los protagonistas van a formar parte de este caleidoscopio. Podríamos agruparlos en parejas opuestas:
La primera formada por Nick Carraway y Jay Gatsby.
El narrador, Nick Carraway nos relata, dos años después, lo ocurrido en el último verano de la vida de Jay Gatsby. Nick, que desde el inicio de la novela hace especial hincapié en señalar que no quiere juzgar a nadie pues no ha olvidado el consejo de su padre (......no todo el mundo ha tenido las mismas oportunidades) va a ser el hilo conductor del drama y es a través de su mirada que vamos a ir conociendo a los protagonistas.
Gatsby, “mister nobody from nowhere”, es el hombre que ha llegado hasta aquí dispuesto a cualquier cosa para conseguir el amor de su vida.
Esta " pareja" nos va a presentar dos formas de amor totalmente diferentes: Nick el amor aburrido incapaz de emocionarnos; Gatsby, el amor por el cual se puede perder todo, incluso la vida.
La segunda pareja que comparte el protagonismo está a su vez formada por dos matrimonios opuestos:
La pareja brillante y triunfadora poseedora de fuerza, belleza y riqueza, Tom y Daisy, y su contrapunto el matrimonio triste y miserable compuesto por George y Myrtle.
Serán Myrtle y Gatsby los que personifiquen el sueño de que otra vida mejor es posible, aunque el precio a pagar por ello sea demasiado alto.
 
La trama es sencilla pero mantiene la intriga hasta el final, un final trágico, el cual (se discutió ampliamente en la reunión) deja las puertas abiertas al lector para que explique el hecho que va a dar lugar a la tragedia final: ”Daisy giró primero hacia el otro coche para esquivar a la mujer pero entonces perdió los nervios y volvió a girar”; la pregunta es por qué lo hizo, ¿sabía quién era la mujer que corría para “decirnos algo”?
El final de la tragedia y su juicio se presentan también como una contradicción. Gastby es absuelto ; “ son mala gente...tu vales más que todos ellos juntos”. Y una “condena” para los protagonistas vivos, incluido el narrador.
A Tom lo encontramos delante de una joyería completamente convencido de que había actuado correctamente. Él y Daisy representan el grupo humano ”que destrozaban cosas y personas y ..se refugiaban detrás de su dinero o de su inmensa desconsideración”.
Nick deja pasar el amor, pues también considera a Jordan como una persona poco honesta, y vuelve a su casa.
El libro acaba inmerso en una gran tristeza y melancolía. El futuro, representado por la luz verde del faro: “que cada día se nos escapa a pesar de nuestros esfuerzos. Así seguimos, golpeándonos....devueltos sin cesar al pasado”. Fin de la cita (que diría aquel).
En la tertulia se comparó en algún momento el libro con la pintura realista/impresionista. Realmente es un libro “visual”, su lectura me trajo a la imaginación la pintura de E. Hopper, contemporáneo de Fitzgerald. Su obra , absolutamente realista, llena de tristeza y melancolía, deja al espectador la puerta abierta a la interpretación de sus cuadros llenos de silencio, soledad y misterio.
Otro punto clave fue la discusión sobre los personajes: Gatsby, héroe indiscutible para muchas (la imagen de Reford/Di Caprio no hay que dejarla de lado) al que se le perdona todo en su búsqueda del amor.
Tom y Daisy, superficiales, crueles, indiferentes al dolor que provocan, salen muy mal parados, sobre todo la odiosa Daisy que personifica la frivolidad y el egoísmo más absoluto.
Nick, el que no quiere juzgar a nadie y acaba juzgando a todos, un personaje trazado con frialdad pero que no te deja indiferente y que cierra el relato en un ambiente de tristeza y melancolía que parece anunciar los “terribles treinta” que están a la vuelta de la esquina.

La valoración de la historia, de los personajes y de la forma de estar contado el libro tuvo bastante controversia: por un lado detractores que no salvaron prácticamente nada de él y que lo catalogaron como “pasado”, y por otro sus defensores a ultranza,entre los que me encuentro.
Quizás no sea el mejor libro de la literatura americana, como Fitzgerald dijo, pero creo que es un libro que admite muchas lecturas y que retrata una sociedad y unos personajes que todos conocemos y que en algún momento todos podemos vernos identificados.


La próxima tertulia versará sobre la novela de Amin Maalouf Los desorientados (atención, nos hemos saltado la lectura de Rayuela, que estaba previsto que leyéramos antes de la de Maalouf).


sábado, 6 de julio de 2013

La fórmula preferida del profesor

(de Yoko Ogawa)


Esta última tertulia estuvo a punto de no celebrarse por varios motivos; primero, que en la reunión anterior ya algunos habían leído este libro y no se mostraban muy entusiastas, por lo que se insinuó la idea de cancelar su lectura antes de que todo el mundo lo empezara (ya había antecedentes de libros que se habían sustituido antes de la tertulia por no haber gustado); segundo y más importante, que nos quedamos sin sede y anduvimos errantes hasta dar con nuestros huesos en La Tagliatella, donde horas más tarde íbamos a cenar. Finalmente todo se solucionó y, aunque no en las mejores condiciones deseables, pudimos hablar de la novela.

La fórmula preferida del profesor es un libro recomendado con frecuencia como lectura para los alumnos de matemáticas. A los profanos en esta ciencia nos pareció una forma curiosa de acercamiento a ella, que a algunos les gustó bastante y a otros los dejó indiferentes.

Se destacó la habilidad de la autora para desvelar la poesía que esconden los números, que constituyen el único vínculo que conserva el profesor con el mundo exterior, y su única forma de  entablar relación con los demás. Este amor por las matemáticas es tan profundo que consigue transmitírselo al hijo de su asistenta, Root, un niño que en principio no mostraba mayor interés por esta asignatura.

La figura de la anónima asistenta no convenció a algunos asistentes a la tertulia; no les resultó creíble una joven de extracción humilde y sin estudios, que de repente comienza a interesarse por fórmulas matemáticas y a buscar números primos, números amigos, y a utilizar toda clase de términos técnicos. Nos recordó por un momento a otro personaje que tampoco pareció verosímil en su momento, la portera de La elegancia del erizo, de Muriel Barbery.

Se discutió sobre los trastornos de memoria y la posibilidad de que una persona recuerde sólo los últimos ochenta minutos de su vida, borrando todo lo anterior: evidentemente, si no se acepta esta premisa toda la novela se desmontaría, pues es la base de toda la trama.

El tema del béisbol, el otro lazo que vincula al profesor amnésico con la realidad, no suscitó grandes pasiones. No es precisamente un deporte que despierte gran interés en nuestro entorno y, al desconocer muchos de nosotros sus reglas y rituales, no terminamos de entender ese entusiasmo que muestran los personajes del libro (entusiasmo que parece que comparte la inmensa mayoría de los japoneses).

Podríamos concluir diciendo que, si bien esta lectura no nos hizo amar apasionadamente las matemáticas, al menos nos ayudó a comprenderlas un poco mejor, tanto a ellas como a los que sí las adoran realmente.

 

Como es tradicional en la tertulia final del curso, se eligió por votación cuál fue la obra que más gustó del año y qué tertulia resultó más interesante. Como novela resultó ganadora El día de mañana, de Ignacio Martínez de Pisón, y como mejor tertulia la de Cárceles imaginarias, de Luis Leante.

 

Decidimos finalmente las próximas lecturas, tanto para el verano como para el principio del próximo curso. La primera que leeremos, para la tertulia de septiembre, será El gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald. Continuaremos con Rayuela, de Julio Cortázar, y la tercera del curso será Los desorientados, de Amin Maalouf.

 

Buen verano y nos volvemos a ver a la vuelta de vacaciones.


Por si queréis echarle un vistazo, hay una película basada en la novela:


miércoles, 26 de junio de 2013

El ruido de las cosas al caer

(de Juan Gabriel Vásquez)
 


Como viene siendo habitual, casi se junta la publicación de esta reseña con la celebración de la siguiente tertulia. No vamos a poner excusas para esta tardanza, porque es lo mismo de siempre: pereza, trabajo, fin de curso, y mil cosas más. A eso hay que añadirle que el libro no levantó pasiones y que, como ha sucedido en otras ocasiones, tuvo más interés lo que se dijo sobre la obra que la novela en sí.

Lo que más gustó de El ruido de las cosas al caer fue precisamente ese título tan acertado y tan poético. Aunque el estilo es ágil (es una novela que se lee con facilidad), se echa de menos una estructura consistente: el propio autor ha reconocido en alguna entrevista que no tenía un plan previo antes de acometer la obra, sino que empezó a escribir a partir de ver algunas noticias en la prensa y en la televisión. Y esto se nota: las dos historias, la de Yammara y la de Laverde, no terminan de enlazarse de manera convincente, no se profundiza demasiado en ninguna de las dos. Aunque el principio está muy bien perfilado, esta sensación se malogra según van avanzando los capítulos y el lector se queda con las ganas de encontrar una conexión más profunda entre las dos tramas.

El personaje de Antonio Yammara es un falso protagonista; es el narrador e hilo conductor de la novela, y podríamos decir que es también un trasunto de la propia Colombia; es una excusa para contar una parte de la historia reciente del país, el cambio que supone en su vida el disparo podría considerarse como una metáfora de la transformación de Colombia a raíz de la irrupción del narcotráfico y la violencia.
Este episodio es el desencadenante de la otra historia, la de Ricardo Laverde, que aparece enlazada con la de Yammara a raíz de la investigación que emprende para reconciliarse con el recuerdo de su amigo.
Es precisamente Laverde el que nos adentra más en el pasado reciente del país; aunque seguimos echando en falta un desarrollo más en profundidad de este personaje, nos sirve como excusa para conocer a Elaine/Elena, quizás el personaje más logrado de la novela, el de mayor entidad y consistencia. No se acaba uno de creer su inocencia y candidez, su ignorancia sobre las oscuras tramas en las que participa su marido... pero la actualidad nos hace ver que este caso no es tan extraño.
El tema de la droga y del narcotráfico es uno de los núcleos de la novela; podemos ver con claridad la evolución de la actitud ante el problema resumida en una frase de uno de los personajes: "Éramos no inocentes, sino unos inocentes", que sintetiza lo que ha sido la droga desde la época hippy hasta la actualidad; el autor no emite un juicio sobre el problema del narcotráfico, se limita a exponer cómo se inició y cómo ha ido evolucionando. Incluso se muestra a favor de la legalización de la droga como solución a esta problemática; no se trata pues de una novela de denuncia, aunque sí se apunta el tema -desaprovechado en parte- del falso altruismo de los Estados Unidos, que irrumpen en Colombia como desinteresados ayudantes y consejeros, pero nos dejan siempre la impresión de albergar una segunda intención no tan humanitaria (algunos norteamericanos aparecen incluso implicados en los comienzos del narcotráfico).
Otros temas aparecen esbozados y nos dejan con ganas de un desarrollo más en profundidad: la violencia en la sociedad colombiana, el mundo del billar, el tema de la muerte (que subyace en toda la novela pero no termina de tratarse a fondo), etc.
Tampoco nos acaba de transmitir el sentir de una generación, como parece que se pretende a lo largo de las páginas de la novela. Nos quedamos con la sensación de que falta algo, que la idea de la obra es buena pero no termina de conseguir su objetivo, sea cual sea.
En resumen, la novela no consiguió seducir a ninguno de los participantes en la tertulia; eso sí, despertó el interés por unos temas que no conocíamos en profundidad y nos dejó con la inquietud de seguir ahondando en ellos.
 
 
La próxima novela sobre la que hablaremos será La fórmula preferida del profesor, de la japonesa Yoko Ogawa (Editorial Funambulista). Aún no está claro si nos reuniremos el 1 o el 4 de julio: cuando se haya manifestado la mayoría de los participantes os informaremos.
 
 

domingo, 14 de abril de 2013

Las baladas del ajo

(de Mo Yan)



Ya hace varias semanas que tuvo lugar la tertulia sobre Las baladas del ajo, de Mo Yan, pero por unas cosas o por otras hemos ido dejando la elaboración de esta crónica por asuntos más urgentes (de índole vacacional, básicamente).

Estrenamos sede, en este caso la bonita tetería La Puça en la calle García Morato, 22, que esperamos que sea "la definitiva".  En un ambiente muy agradable y con algún espectador que otro, departimos sobre la obra del premio Nobel chino. La tertulia comenzó con una frase redonda y llena de sentido pronunciada por nuestra fundatrix: "La buena literatura sostiene bien el dolor". Las comillas son una licencia poética, porque no la recuerdo textualmente (nota mental: en la próxima tertulia anotaré frases textuales). Si fuera un endecasílabo sería uno de esos finales redondos de un soneto de Lope o de Quevedo (del tipo "polvo serán, mas polvo enamorado"); o quizás sí que lo era -de sobras es conocido el estro poético de nuestra mater- pero ha perdido o ganado sílabas en la transcripción de este cronista. El caso es que resume todo lo que se dijo a continuación: la novela está magistralmente escrita (pese a la traducción, no sabemos si acertada, se trasluce la grandeza de la prosa de Mo Yan), lo que nos ayuda a sobrellevar todo el sufrimiento y la miseria que nos presenta en sus páginas.

Esta acumulación de elementos negativos (violencia, crueldad, dolor, odio, malos tratos, suciedad, pobreza, abuso de poder, y un largo etcétera) dio pie a un debate sobre si la obra reflejaba la realidad de la China rural en los años 80 o si simplemente era una abstracción literaria del autor para poner de relieve tales miserias. No es posible -dijeron algunos- que confluyan en una sola familia, en un solo pueblo, tantas desgracias, sin un pequeño rayo de luz que dé alguna esperanza. Se comparó la novela con Los santos inocentes, de Delibes: la realidad de la España rural en la postguerra podría no ser tan terrible como allí se plasma, pero es cierto que hechos como los que nos presenta Delibes ocurrían en el campo extremeño (y en muchos otros) aunque no todo fuera así.

Esta presentación de la realidad china con toda su crudeza, sin paliativos ni elipsis poéticas, podría interpretarse como una crítica al sistema comunista; los abusos cometidos por los oficiales son en parte el desencadenante de los sucesos que se cuentan, pero también es cierto que se trata de una desviación de la idea original del comunismo: los oficiales suponen la personificación de la corrupción y del abuso de poder, mientras que el joven militar abogado (uno de los únicos personajes positivos de la novela) encarnaría los ideales puros del comunismo sin adulterar -alguien apuntó que podría tratarse del alter ego del autor-. Así se explicaría que la novela, como el resto de la producción de Mo Yan, no haya tenido problemas con la censura del régimen. Se comparó este hecho con la posición de Leonardo Padura en Cuba: sus novelas presentan la realidad cubana con todos sus claroscuros, y pese a ello son permitidas por el régimen cubano. Otra explicación que se apuntó fue la posibilidad de que ambos regímenes permitan estos casos de "disidencia literaria" como una muestra de aperturismo, para dar a entender al mundo exterior que no son tan terribles como los pintan estos escritores.

La crítica no se limita solo al régimen político, sino que se extiende por igual a las tradiciones ancestrales que coartan la libertad personal; cobra especial relieve la situación de la mujer, su papel de segunda o tercera categoría en la sociedad china, sobre todo a la hora de decidir sobre su destino o su cónyuge. De hecho, este es el desencadenante de gran parte de la tragedia: Jinju no acepta el matrimonio que le imponen sus padres, imposibilitando así los futuros enlaces de sus hermanos y arruinando su propia vida. Es más: ni siquiera después de muerta es dueña de su destino, ya que los hermanos se salen con la suya al celebrar una escalofriante y macabra boda que hace que La novia cadáver de Tim Burton parezca un dulce cuento de hadas.

Un respiro a tanta desgracia y escatología lo representan las coloristas descripciones de paisajes, así como los elementos mágicos que salpican la narración (aunque a veces la magia no está reñida con la crueldad y el ensañamiento, como el episodio del feto parlante del hijo nonato de Jinju).

Por último se hizo hincapié en dos grandes aciertos de la novela: su compleja y elaborada estructura, con su comienzo in medias res y sus continuos saltos temporales hacia atrás y adelante, y su soberbia escena final con la huida en la nieve, de un lirismo y una dramática plasticidad que cierran "con broche de oro" (permítaseme una expresión tan rancia) una obra que, guste o no guste al lector, es imposible que lo deje indiferente.

 

El próximo libro del que hablaremos en la tertulia es El ruido de las cosas al caer, del colombiano Juan Gabriel Vásquez (premio Alfaguara 2011). Si no hay cambios, nos reuniremos el jueves 16 de mayo. Que la tercera evaluación os sea leve.

 

 

 

 

 

miércoles, 23 de enero de 2013

La vida de las mujeres

(de Alice Munro)

De nuevo vuelve Josune a contarnos con sus acertadas palabras lo que se habló en la tertulia de un libro que, parece ser, no despertó muchas pasiones... Gracias otra vez por tus crónicas.


     En la historia de nuestra tertulia se ha dado, afortunadamente, de todo: novelas que nos han gustado mucho a la mayoría; otras que no han gustado a casi nadie; unas cuantas que han suscitado controversia, con tantos defensores como detractores… Pero lo ocurrido con la novela de Alice Munro La vida de las mujeres no había sucedido nunca y es que muy poquitos  habíamos acabado de leerla, y creo que la razón quedó muy clara: la falta de interés, la historia no enganchaba y por eso daba pereza volver a ella. Entre los pocos que la habíamos concluido tampoco causó demasiado entusiasmo. No sé si dos personas, a lo sumo tres, dijimos que nos había gustado. A mí particularmente me gustó mucho  y voy a explicar por qué.

     Abordé la lectura de este libro con curiosidad por tratarse de una de las dos únicas novelas de una autora ensalzada por sus colecciones de cuentos, así que me gustaba la idea de tener delante una excepción, una suerte de rareza. Tal vez por eso y porque enseguida me recordó a Matar un ruiseñor, mi predisposición era buena. Pero hace falta algo más que una actitud inicial positiva para que al cabo de casi cuatrocientas páginas el balance siga siendo tan favorable como el arranque, y en mi caso así ha sido. Reconozco que enseguida me atrapan las historias contadas por una voz que se asoma a su infancia e, inevitablemente, a su familia. Es verdad que los recuerdos infantiles de los miembros de una misma generación suelen ser coincidentes porque en el fondo las personas nos parecemos mucho; aunque tanto como nos distinguimos unas de otras, y las mismas experiencias nos han marcado de muy diversa forma. Eso es lo que a mí me interesa del recuerdo de la infancia: dónde se detuvo la mirada de la narradora, qué le causó entonces felicidad y sufrimiento de modo que lo que vino después fue, en buena medida, una respuesta a todo aquello. Y en esta novela, además, aparece la infancia como el territorio de la exploración, el descubrimiento de lo nuevo, la tentación de lo prohibido, el irrefrenable deseo de hacer lo que nos han dicho que está mal, la excitación que provocan la rebeldía y la transgresión (cabe destacar aquí su historia con el extraño señor Chamberlain), la necesidad de los secretos…

     He disfrutado especialmente con esos párrafos en los que la narradora muestra la sutil percepción de sus anclajes familiares. Creo que estas líneas pueden servir de ejemplo:

     “Mi madre se quedó sentada en su silla de lona y mi padre en una de madera; no se miraron. Pero estaban conectados, y esa conexión era clara como el agua, y existía entre nosotros y tío Benny, entre nosotros y Flats Road, y seguiría existiendo entre nosotros y cualquier cosa. Eso mismo pasaba a veces en invierno, cuando repartían dos manos de cartas y se sentaban a la mesa de la cocina a jugar mientras esperaban las noticias de las diez, después de mandarnos a la cama al piso de arriba. Y el piso de arriba parecía estar a millas por encima de ellos, oscuro y lleno del ruido del viento. Allá arriba descubrías lo que nunca recordabas abajo en la cocina: que estábamos en una casa tan pequeña y cerrada como un barco en alta mar, en medio de los aullidos de un temporal. Parecían hablar y jugar a cartas, en un pequeño punto de luz muy lejano, de forma irrelevante; sin embargo esa idea de ellos, prosaica como un hipo, familiar como el aliento, era lo que me sostenía, lo que me hacía señas desde el fondo del pozo cuando me quedaba dormida”. (pp. 45 y 46)

     Aunque todos los miembros de su familia resultan un tanto pintorescos (tío Benny, las ancianas tía Elspeth y tía Grace, con su particular sentido del humor…), creo que es la madre el personaje más destacado, una mujer que un buen día decide dedicarse a vender enciclopedias y que siente verdadera avidez por aprender (“El saber no era para ella algo hostil sino acogedor y entrañable”), actitud que comparte con Del, la cual posee, además, una memoria prodigiosa. Esta madre poco convencional, refractaria a cualquier sentimiento religioso, emprendedora e independiente, alquila una casa en la ciudad y toma una inquilina (Fern Dogherty). Su marido es un tranquilo granjero que se dedica a la cría de zorros plateados y no pone obstáculos a su decisión. Él acudía por la noche a la casa de la ciudad y se quedaba a cenar y a dormir hasta que llegaba la temporada de nieve; entonces solo iba a la ciudad, si le era posible, el sábado por la noche y parte del domingo. Por su parte, Owen, el único hermano de Del, parece conforme con llevar la misma vida que su padre y tío Benny en la granja de Flats Road.

     El libro está organizado en siete extensos capítulos y un epílogo, y cada uno de ellos presenta un asunto o anécdota particular, de manera que alguien comentó en la tertulia que se podría considerar como un conjunto de relatos. Y en parte así es, pero existe un hilo conductor, que es el proceso de maduración personal de la narradora, su paso de la adolescencia a la primera juventud, desde esa mirada sutil e inteligente sobre las parcelas de la realidad que para ella son relevantes. Se trata, pues, de una novela.

     El capítulo “La edad de la fe”, dedicado a las iglesias, me parece magistral. El asunto religioso está muy bien tratado, lo mismo que el sexual, y ambos constituyen los pilares del tema de fondo, el de la libertad individual como una ardua conquista de las mujeres. Hubo polémica en torno a si finalmente Del traiciona sus proyectos académicos por embarcarse en una relación sentimental o si decide con todas las consecuencias lo que quiere hacer. Repito lo que ya expresé en la tertulia: Del es una joven que actúa libremente (su ruptura con Garnet French constituye un buen ejemplo: “[…]me quedé asombrada, no porque estuviera peleando con Garnet, sino porque alguien hubiera cometido el error de creer que tenía verdadero poder sobre mí).

     En las páginas finales del libro aparece su vocación literaria (“Llegó un momento en que todos los libros de la biblioteca del ayuntamiento no fueron suficientes para mí; necesitaba tener libros propios. Comprendí que lo único que podía hacer con mi vida era escribir una novela.”). La descripción del proceso por el que unos personajes y hechos reales van a ser inspiradores de su obra me parece magnífica.

     Por último, creo que otra de las razones por las que he disfrutado con La vida de la mujeres es porque desde el principio he imaginado con facilidad a los personajes, he visto los lugares, me han resultado familiares las situaciones, y la culpa de ello la tienen las películas norteamericanas, el espléndido cine que los estadounidenses han hecho con sus preocupaciones, sus anhelos y sus variados modos de vida. Me ha acompañado  casi todo el tiempo la impresión de haber visto en la pantalla historias parecidas. Reconozco que de la mano de Del, mientras ella evocaba el final de su infancia, yo también he regresado a la mía, y, sencillamente, me ha sentado muy bien.
 JOSUNE
Para la próxima tertulia (el 20 de marzo, creo) leeremos Las baladas del ajo, de Mo Yan.