jueves, 4 de diciembre de 2014

Lo que me queda por vivir

(de Elvira Lindo)


En esta ocasión nos deleita Socorro con sus palabras; gracias por tu crónica.



Elvira,  ¡y lo que me queda por escribir! De momento, me daré por satisfecha si consigo acabar esta
reseña. Allá voy.
Antonia es la protagonista de la novela que nos ha tenido entretenidos este mes (a unos más que a otros, como siempre).  Antonia…y sus circunstancias.  Pero estas circunstancias…en fin, que no nos hemos encontrado ni con Antígona ni con Juana de Arco. Pongámonos en situación: Madrid, años 80. Niña normal de familia normal de clase media normal pierde a su madre. Niña ya adolescente conoce a chico progre del barrio, mayor que ella, que la encandila con su aire moderno y su palabrería de izquierdas propia del momento. La adolescente, que sigue siendo una niña, se casa con chico progre y muy pronto tienen un hijo. El joven progre abandona a chica y niño de cuatro años porque conoce a otra tan moderna como él. La adolescente-niña-esposa-madre abandonada no sabe cómo llevar la situación. Vida alocada y desordenada. Depresión. Intento de suicidio. Punto de inflexión. Cambio de vida. Nueva pareja. Niño ya en la universidad. Estabilidad. Fin.
¡Qué fácil es resumir lo que otro ha escrito! ¡Qué fácil es juzgarlo! ¡Y qué injusto! Porque no he resumido  en pocas líneas tan sólo el argumento de una novela, he resumido,  y además pretendiendo  cierta frivolidad, 10 años de una vida…. poco atractiva, es cierto, pero  al fin y al cabo, una vida. Y tal vez por ese pequeño “portero cotilla”  que todos llevamos dentro, la historia de la novela se pone interesante al descubrir que entre la vida simplona de esa Antonia y la vida de la autora de la novela hay coincidencias. ¿Cuántas? ¿Cuáles? ¡Qué más da! Lo que importa es que las hay, y a quien ahora vemos contándonos una época de su vida con sus miedos, sus dudas, sus miserias, sus fracasos…ya no es sólo a Antonia, sino también a Elvira Lindo, a la que todos, en mayor o menor medida, conocemos.
Pero nosotros no nos reunimos el pasado jueves a las 18,30 en la agradable librería Pynchon &Co para hablar de la vida de Elvira Lindo  tomando unas consumiciones. Aunque las referencias a su vida fueran inevitables, lo que  queríamos era hablar de su novela Lo que me queda por vivir, y eso hicimos.
 Lo primero que nos sugieren sus páginas es que parecen escritas como un ejercicio de reconciliación con un pasado del que Antonia/Elvira no parece muy satisfecha. De poner, por fin,  las cartas sobre la mesa y decir pues sí, esta fui yo. Y esto hice. Y estas fueron las consecuencias de mis inseguridades y posiblemente mi hijo vivirá también con sus inseguridades, de las que yo me confieso RESPONSABLE. Y ya está, ya pasó.
¡Ay, la responsabilidad, qué lastre más pesado! Pero… ¿por qué? Las personas somos, en buena medida, consecuencia de lo que hemos vivido y de lo que nos toca vivir en cada momento. Con 21 años, Antonia está sola, perdida y cansada. Sin referencias. Pero la vida la ha llevado a ese punto. Antonia es la menor de cuatro hermanos y por ser la pequeña está más tiempo con su madre, vive más de cerca su enfermedad y tras su muerte, nota más su ausencia. Su padre, “socializador” nato al que nadie desearía como compañero de asiento de tren en un viaje de  largo recorrido,  con las ideas muy claras de lo que son sus hijos y lo serán toda la vida porque lo dice él  -¡qué típicas de los padres estas clasificaciones, qué evocadoras de nuestra infancia y adolescencia  nos resultan!-  no le sirve de mucha ayuda, más bien lo contrario, lo sufre, y convencido el hombre como está de que el éxito es el  único valor que hay que perseguir y que la palabra fracaso no está ni en su vocabulario ni estará en el de sus hijos,  no se  va a ocupar mucho de su hija pequeña, que tiene ya la vida solucionada porque “atrae al dinero”. El barrio, los amigos… bueno, toca ser un poco ateo, un poco comunista y siempre gregario y leal al grupo y a las ideas de partido si no quieres que te tilden de traidor, pero sin mucha convicción de nada. Y sin apenas darse cuenta, se ve con un vestido de novia comprado en el rastro por su revolucionario novio para asombro y bochorno de sus tíos y tías de provincias, que se han vestido de gala para la ocasión y que no entienden nada, ni esa ceremonia civil, ni los invitados, ni el banquete: unos “pinchos” en unas bandejas que, ante la desorganización total del evento, acabarán llevando ellas mismas a sus mesas, más bien, asientos bajos con cojines morunos, pero todo se lo disculpan, al fin y al cabo, “ era la boda de una huérfana…” Y al año llega Gabi, y un trabajo fijo en una emisora de radio en la costa,  adonde se va con Gabi. Pero sigue sola.  Y regresa a Madrid y descubre que Alberto, su marido, el gurú y líder de la progresía del barrio, se ha ido con otra que se lo merece más que ella porque ha tenido que sufrir más en la vida y no lo ha tenido tan  fácil. Y ahí te quedas, Antonia, que me voy con Marga, pero como realmente a la que quiero es a ti, no te digo yo que no vaya a volver alguna vez, ya me lo voy pensando, y mientras tanto pues  hablamos…    Sinceramente, con semejante panorama, lo raro habría sido encontrarnos con una Antonia cabal  y con las ideas claras en todo momento. Y así lo entendimos en la tertulia, y por eso disculpamos todos esos episodios de entradas y salidas a horas intempestivas, novios, cervezas, billares….por otra parte tan normales en una joven de 24 años y que cualquiera habría entendido, incluso la propia Antonia/Elvira. Y entonces, ¿dónde está el problema? ¿Por qué ese afán de revisar un pasado doloroso, ya muy pasado, de recordar y asumir errores? ¿Por qué darle tanta trascendencia a unos años? Pues tal vez porque Antonia se sentía sola, sí, pero no lo estaba. Estaba con ella también Gabi, un niño de cuatro años al que quiere, pero no sabe  si le trasmite ese amor, un niño que es su prioridad, pero al que deja sólo en casa mientras se prueba en una tienda un conjunto de ropa interior u olvida que está en la bañera, con el agua ya fría, mientras habla con Alberto,  un día y otro día a la misma hora, esperando con ansiedad su llamada a las 20:30 y que por fin una noche le diga, sí, vuelvo con vosotros. Gabi, que tiene pocos años pero “es muy maduro”, escucha todas las noches la misma conversación, sabe que después su madre llorará y no puede evitar sentirse culpable por la pena de su madre. Es insomne, tiene pesadillas, un poco enfermizo, y quiere a su madre… Y Antonia se pregunta por qué no puede ser una madre como las otras madres, que no se quedan hasta las tantas de la noche en el sofá viendo la televisión con los ceniceros llenos de colillas, llevan y recogen a sus hijos de la guardería con puntualidad, van siempre con el mismo hombre, no dejan que sus hijos estén mucho tiempo en casa viendo vídeos, no llevan el pelo rojo y las cejas negras…Siente que no tiene fuerzas, que no sabe hacer las cosas bien, que cae una y otra vez en los mismos errores, se acuerda de su madre, y sobre todo piensa en su querida tía Celia, - ¡qué maravillosa persona/personaje”-  y desearía en ocasiones dejar a Gabi en sus manos, “entregárselo a alguien mejor que yo, dejarlo unos meses, una temporada, como mi madre hizo con nosotros cuando estaba débil…..pero no sé pedírselo”. Esta desazón no va a desaparecer con los años, siempre estará rondando a Antonia y por eso, cuando Gabi tenga ya 14 años  le preguntará si le gustó su infancia, si fue feliz y Gabi le dirá que sí, “claro que me gustó mi infancia, es la que tuve y es la que quiero….” Y esa misma desazón será la que, ya muchos años después, con una nueva vida por fin serena y “ordenada”, con nueva pareja y en otro país, le haga adelantar su regreso a Madrid advertida por su amigo Jabato y su mujer Gloria de que Gabi, ya un universitario de 17 años, deambula sólo por las calles a las horas en las que debería estar en clase, y aunque Antonia intente tranquilizarse pensando que es normal, que también ella lo hacía, sin embargo “hay algo que no me cuadra: la soledad recurrente. Imaginarlo sólo sentado solo, callejeando solo, me genera una inquietud insoportable”. Y lo hace porque le quiere, porque se lo debe, porque del bienestar de Gabi y de su “salvación”  sigue dependiendo la suya,  y porque sabe que, si consiguió superar los años de tanta confusión  fue gracias a él, fue él quien la recuperó para la vida que le queda por vivir. Vista así, la novela no es ya sólo un ejercicio de reconciliación de Antonia/Elvira con su pasado, de reconocimiento de errores y asunción de responsabilidades sino la expresión de la necesidad de explicarse ante su hijo, pedirle perdón y entonces sí, pasar página definitivamente.
Gabi y Alberto, su mayor preocupación y su mayor obsesión. Pero hay más personajes en torno a  la vida de Antonia: sus compañeros de trabajo, primero en la radio y luego en la televisión, su hermana, su padre, su tía Celia, su amiga Marga… y sobre todo Jabato, sin duda el personaje que más nos gustó. Jabato, su amigo de la infancia primero, amante después y de nuevo amigo en la madurez, quien con su sinceridad sin paliativos y sus verdades como puños nos permite conocer a esa otra Antonia, que no le gusta ser una víctima, porque eso significa asumir una derrota  “y tu papá no os enseñó a aceptar la derrota, porque al que pierde no lo quiere, lo ignora”, pero va de víctima con Alberto,  sólo para intentar que regrese con ella, porque “lo que te ocurre es que no puedes entender que alguien a quien tampoco querías tanto haya dejado de quererte. No aceptas esa humillación”. Jabato le enseña lo que es la lealtad, la amistad, las relaciones familiares, el amor. Antonia lo utiliza, lo busca, lo desprecia…jamás consigue estar a su altura. Es Gabi quien acabará rescatando a Antonia, pero es Jabato quien le hace sentir “ese mareo que produce una verdad a la que hasta antes no le habíamos dado forma” y consigue, tal vez, hacerla reaccionar.
 Para ir ya terminando, porque me costó empezar a escribir, pero ahora ya no hay quien me pare, también recordamos en la tertulia momentos de la novela muy “Elvira Lindo”  que nos parecieron  divertidos, como la comida con el cirujano y la llegada del camarero en plena exploración mamaria o la compra de peluches navideños que resultaron ser “el juguete del año” y salieron gratis para sorpresa de Antonia, a la que sólo le faltó que le colocaran una banda en la juguetería para felicitarla por su buena suerte. Pero que en tan sólo 200 páginas aparezcan comunistas, drogas, homosexuales, abortos, cirugías plásticas y hasta  el 23-F en Valencia….y todo relacionado con la misma persona… es posible, es cierto,  pero lo encontramos  un poco exagerado y encajado  a la fuerza para reflejar una época de cambio.
¿Nos gustó la novela? Pues a algunos sí, a otros… bueno y a otros, los menos, nada.  ¡Eso es lo divertido! Pero lo más importante, o al menos lo más importante para mí, es que hablar de la novela nos permitió hablar un poco de nosotros mismos, de errores que cometemos una y otra vez, de parejas que nos abandonan sin saber por qué ni qué pueden ver en los otros que nosotros no tengamos, de esos “pájaros” como Alberto que todas hemos tenido alguna vez en nuestra vida…y todo ello en un ambiente cómodo, con cierta intimidad y la confianza que proporciona ver caras ya tan familiares desde hace muchos años.
Los Olímpicos, iguales a nosotros excepto  por ese pequeño detalle de la inmortalidad, y  poseedores de  nuestros mismos defectos, nos perdonan todo a los humanos salvo el engaño y la hybris: la soberbia, la arrogancia. A mí me han castigado. Y de empezar leyendo la novela de Elvira Lindo con prejuicios, haciendo comparaciones injustas con otros autores y, lo que es peor, pensando que cualquiera podría escribir así, he terminando admirando su estilo fresco, ágil, evocador, que sabe expresar lo que quiere expresar de una manera clara y directa, sin necesidad de complicaciones sintácticas. ¡Ni en el mejor de mis sueños sería yo capaz de escribir algo semejante! Termino así mi reseña, algo descabalada, como la vida de Antonia,  declarándome, sin ningún tipo de reservas,  Elvirista convencida.
Y aprovecho la ocasión para desearos Felices Fiestas a todos.



Nos veremos de nuevo ya en el 2015 para hablar de la novela Todo se desmorona, de Chinua Achebe.

lunes, 10 de noviembre de 2014

En la orilla

(de Rafael Chirbes)


Una vez más la serena prosa de nuestra mater Josune nos hechiza con sus palabras, hablándonos de lo que aconteció a un grupo de lunáticos que se reunieron alrededor de un libro.



¿Por qué estoy tan contenta de haber leído una novela que me ha hecho sufrir, que a ratos me ha costado, que me ha obligado a hacer pausas para tomar aire, dejar que se recompusiera mi estómago y cesara un poco el olor a podrido de las aguas del pantano?

Unos días después de haber celebrado nuestra última tertulia —que, por cierto, me pareció estupenda― ya me encuentro en condiciones de responder. Hacía tiempo que barajábamos la posibilidad de leer algo de Chirbes. Yo lo descubrí años atrás con La buena letra y La larga marcha, dos novelas espléndidas. Un amigo me recomendó En la orilla y me advirtió de su dureza. Leí las primeras cincuenta páginas de una sentada; creo que el arranque es extraordinario. Al poco empezó la dificultad.

Esteban, el protagonista, nos ofrece el análisis de un lúcido observador de la realidad a través de su discurso interior, un discurso obsesivo, agobiante y amargo. A los setenta años vive solo con su padre enfermo, de quien se ocupa. Hasta que se ejecuta el desastre económico cuenta con la ayuda doméstica de Liliana, inmigrante colombiana que despierta en él tanto deseo como cariño de padre protector. Desde la minuciosa descripción de su desengañada visión de la vida y de los humanos, nos va dibujando su biografía y la de quienes son o han sido sus referentes fundamentales: su familia, el único amor de su vida (Leonor), su amigo Francisco, su socio Pedrós, los empleados de la carpintería, que se quedan en la calle cuando él se arruina…

La sensación de fracaso vital condiciona por completo su perspectiva. Hijo de un perdedor de la Guerra Civil, parece heredar las maneras y aspiraciones de artista de su padre, pero su horizonte de salir del pueblo y conquistar una buena vida (una vida propia) se malogra cuando se acaba su historia de amor con Leonor, quien decide, para amargura y frustración infinita de él, no llevar adelante el embarazo fruto de su relación. Lo que hereda entonces es el oficio de su padre, carpintero, en cuyo negocio se queda respirando el aire enrarecido de todas las derrotas, la suya y la de los de alrededor. Esteban vive con el peso creciente de sus carencias (“Mi única propiedad es lo que me falta. Lo que no soy capaz de alcanzar, lo que he perdido, eso es lo que tengo, lo que es de verdad mío, ése el vacío que soy. Tengo lo que carezco.”), y con la conciencia de su pasividad. Ni siquiera el desastre final al que se ve abocado parece consecuencia de un súbito arrojo sino más bien el precio de haberse dejado embaucar por otros, siempre más resolutivos y ambiciosos que él.

Pero si el relato resulta áspero no es solo por la personalidad del protagonista, cuya voz narrativa lleva el peso de la novela, sino porque a través de él Chirbes nos ofrece una crónica ―sin concesiones, dijo alguien en la tertulia con gran acierto— sobre el apestoso estallido de la burbuja inmobiliaria con todos sus desmanes y corruptelas, y localizado en un entorno tristemente reconocible y familiar: el nuestro, la Comunidad Valenciana. No hace falta que Olba y Misent sean topónimos reales, ya lo son los lugares que nombran, ya lo son los paisajes y, sobre todo, su paisanaje. Tal vez por esa proximidad nos incomoda tanto, nos escuece más. La crisis es, por desgracia, un triste y sangrante patrimonio nacional, pero si los territorios de esta España nuestra rivalizaran por ofrecer la maqueta más representativa y completa de ella, no me extrañaría nada que nos lleváramos el premio. Todo el tiempo percibo en la novela el dolor caliente de lo que nos toca muy de cerca, el sonrojo, la vergüenza y la perplejidad con que nos preguntamos cómo hemos podido llegar a esto.

¿Por qué la tertulia me pareció estupenda? En primer lugar, porque las opiniones sobre la obra fueron muy variadas. Hemos leído novelas espléndidas que han suscitado una unanimidad apabullante e incompatible con la polémica. Este no ha sido el caso. La novela ha gustado muchísimo a muy pocos y nada a otros tantos; algunos incluso confesaron que no han terminado de leerla ni lo piensan hacer, porque el tema no les interesa y el localismo ya mencionado les desagrada, les produce gran rechazo. Y con este último comentario tiene que ver otra de las  razones de mi contento: la absoluta libertad con la que leemos y nos expresamos sobre lo que hemos leído. A veces hemos llegado a verbalizar que parece que hayamos leído obras distintas, a juzgar por el contraste entre las opiniones vertidas. Y a mí eso no solo me gusta, me reconforta. Leemos de todo: títulos sobre los que tenemos escasa información, clásicos, obras de escritores consagrados, hasta de Premios Nobel. Nos hemos atrevido con alguna rareza, nos hemos “rajado” y hemos dejado para otro momento alguna obra mítica… De todo, en fin, y pienso que eso está muy bien. Alguien dijo que no podría afirmar que la novela le había gustado pero que estaba segura de algo: nunca la olvidaría. Creo que no se puede expresar mejor ni con más sencillez: hay obras ante las que resulta difícil pronunciarse con parámetros de agrado o desagrado pero que por la razón que sea nos han impactado, extrañado, inquietado o conmovido. En efecto, causar desconcierto también es un viejo propósito de la literatura, sembrar desazón, combatir la desmemoria. En la orilla pertenece, en mi opinión, a esa estirpe de novelas, incómodas, inolvidables y necesarias.

Dije en la tertulia que, aunque admiraba la crudeza con que Chirbes retrataba una realidad incontestable y del todo reconocible, yo echaba de menos un poco de esperanza. Me ocurre siempre. Me falta el aire en las novelas que diseccionan lo peor de nuestra condición. Las leo con absoluto respeto, con la humildad y el reconocimiento que concedo a lo que en la literatura y el arte en general me parece audaz, valiente, incluso heroico. No abandono si semejante empeño está en manos de un buen autor que me ofrece buena literatura. Ya lo he comentado en alguna otra ocasión: la buena literatura hace soportable la historia más amarga y cruel.  En una novela como esta, espléndida, soy capaz de resistir el sufrimiento, el olor a podrido, la rabia y la pena. Hacen falta historias así, me digo, y sigo adelante, pero si resisto es también porque hasta la última línea yo no dejo de confiar en la posibilidad de hallar un grieta, una “concesión”, una enmienda, por minúscula que sea, a la desesperanza… Y creo que di con ella. No la mencioné en la tertulia, no sé por qué. Tal vez porque en la globalidad de la obra resulta poco relevante. Sin embargo, me ha producido gran alegría recordarla  y  quiero compartirla con vosotros como cierre a mi comentario.

Páginas 332 y 333: Esteban recuerda a su tío. “Mientras camino pienso que mi tío me ha enseñado casi todo lo que sé hacer. (…) Me lo ha enseñado casi todo excepto esa manera desesperanzada de mirar el mundo, la seguridad de que no hay ser humano que no merezca ser tratado como culpable. Eso lo he heredado con la sangre de mi padre, se me ha transmitido con la aspereza de su voz y la dureza de su mirada. (…) Eso sí que me lo ha enseñado él, que no me toleró ni un gramo de la ingenuidad que se necesita para poder aspirar a algo.” En estas últimas palabras del narrador es donde yo he hallado esa grieta, la identificación de su carencia principal: ni un gramo de ingenuidad para intentar ser su propio proyecto.

 No me parece casual que a continuación mencione esos objetos que en manos de un carpintero artista se convierten en pequeñas obras, cuyo valor trasciende la mera funcionalidad. Otra vez el retrato de lo que pudo ser y no fue, la permanente frustración en el personaje con respecto a su oficio: si no pudo (o no quiso) ser escultor, al menos podía haber creado con la madera pequeñas obras de arte. Pero ni eso: “Ni fui escultor, ni he sido ebanista (…). Ni siquiera he sido un carpintero. (…) nunca mi padre me pidió que hiciéramos algo a medias, ni me enseñó a valerme por mí mismo, a llegar a ser un ebanista que deja algunas piezas para admiración o disfrute de otros cuando se va. Rechacé su proyecto y me dio por perdido. Me di por perdido yo mismo.” Ahí, en la admisión de su propia responsabilidad sentí cierto alivio, igual que en la mención de la ingenuidad como imprescindible actitud para encarar la vida con coraje y un mínimo optimismo me detuve para respirar, cuando aún quedaba un tramo duro de la historia…

Son abundantes las minuciosas descripciones de cuanto despierta en Esteban la proximidad de su padre enfermo, su decrepitud, los cuidados y atenciones que, pese a todo, le dispensa. Y si tuviera que elegir alguna, destacaría, en la recta final de la novela, la última vez que lo lava: “Ya sé que te hago daño, pero hay que limpiar bien, le digo, mientras sigo frotando con fuerza en los lugares que ha cubierto el pañal. Tenemos que lavar a fondo toda esa porquería que se infiltra en los poros. Que te quedes como un recién nacido”.  Tremenda imagen, como si en ese aseo meticuloso de la piel de su padre oficiara Esteban una ceremonia de redención, una purga de las miserias de ambos, en un desesperado intento por renacer, antes de entregarse, bajo el lastre amargo de todas sus derrotas, al descanso definitivo en el corazón del pantano.

Yo también sé que esta imagen nunca la voy a olvidar.
 




La próxima tertulia (que tendrá lugar hacia finales de noviembre) versará sobre Lo que me queda por vivir, de Elvira Lindo.

miércoles, 9 de julio de 2014

Y las montañas hablaron

(de Khaled Hosseini)


      Había una vez un pueblo de nómadas que amaban los libros. No siempre habían sido nómadas, de hecho los más ancianos recordaban la hermosa aldea donde antaño habitaban con sus ganados, sus familias y, sobre todo, sus libros. Pero la cruel gobernadora de aquellas tierras (bautizada por el poeta de la aldea como "la Enjaezadora de Pavos Reales") ya hacía tiempo que los había desterrado de su Arcadia feliz y desde entonces vagaban de tierra en tierra, de montaña en montaña, de río en río, buscando un lugar en el que los acogieran y no vieran con recelo su pasión por la lectura.


      Una tarde de verano se encontraban reunidos a la sombra de un monte al que los lugareños llamaban "de los Representantes", nombre misterioso cuyo origen se perdía en la noche de los tiempos. Ya hacía meses que acudían a este mismo lugar para sus conciliábulos, y en esta ocasión se habían congregado para hablar sobre un libro mágico. La magia de esta obra consistía en que todo aquel que lo iniciaba quedaba atrapado por sus páginas y no podía dejar de leer hasta alcanzar su fin. Se llamaba Y las montañas hablaron, título que dejaba en parte intuir los encantamientos que podían atrapar al lector que osara embarcarse en su lectura, y extraído al parecer de los versos de un legendario poeta persa.


      Como mandaba la tradición, comenzó el ritual  la gran sacerdotisa Yasuna, la de aterciopelada voz y ojos de gacela. Su voz de miel acalló todos los murmullos de la tribu (como dijo el poeta en el exilio) que en respetuoso silencio escuchó sus palabras sabias y certeras. Hizo un breve encomio del libro, alabando sus virtudes y destacando la facilidad con que se devoraba su fluida prosa que hechizaba al lector con aladas palabras. Su intervención fue ovacionada como merecía,  y tras ella intervinieron algunos miembros preclaros de la tribu.


      Habló a continuación la aguerrida Morxida, amazona curtida en mil batallas, que aniquilaba ejércitos con el fulgor de su mirada del color de la leña recién cortada, según palabras de su propia hija Thamar, la precoz constructora de templos. Ella fue  la primera en probar la hiel del destierro, al haber intentado sin éxito derrocar a la Enjaezadora en justa lid. A pesar de su feroz aunque hermoso aspecto,  reconoció haber regado copiosamente con su llanto los secos campos de aquellas tierras,  hasta el punto de hacer brotar nuevos arroyos de aguas cantarinas. La causa de sus lágrimas no era otra que la emoción suscitada en sus entrañas por las páginas del libro mágico. Como madre que era, destacó el papel de las diferentes madres en el relato, fuertes sin duda todas ellas, luchadoras las más y alguna que otra frívola e indolente, pero no por ello desdeñable, pues la magia del libro hacía que se entendieran a la perfección las razones y sinrazones de cada personaje por censurable que pudiera parecer en un principio su conducta. Reprochó a la madre moribunda el terrible peso que descargó sobre su hija en el lecho de muerte, y para finalizar mostró su desacuerdo con el final, que a su entender no estaba a la altura del resto de la obra. Le respondió la gran sacerdotisa Yasuna aduciendo que esta forma de concluir la obra, con cierto aire de cuento, enlazaba a su entender de maravilla con el principio de la novela, donde uno de los personajes mostraba su habilidad como narrador de historias.


      Seguidamente tomó la palabra Hórteghun, pastor de incontables rebaños, que a la sazón se recuperaba de una terrible dolencia en su pierna derecha, causada no por los años,  sino más bien por su afición desmesurada a trepar de risco en risco en busca de nuevos pastos con los que alimentar a su ganado. En su afán por ser preciso, había anotado en un viejo pergamino algunas ideas para no olvidarlas en su intervención.  Lo extrajo arrugado de su zurrón,  donde guardaba también algunos cabos de cuerda deshilachada con los que ataba las patas de sus cabras para ordeñarlas y un par de trozos de queso, que ofreció a la concurrencia. Mostró su desconcierto ante la pléyade de personajes que poblaban las páginas de la obra, hecho que a su parecer dificultaba que el lector se centrara en uno en concreto.


     Y así fueron pronunciándose casi todos los presentes, como la grácil y montaraz  Boithia de ojos glaucos, siempre locuaz y presta a zambullirse en las profundas aguas de la literatura; o la divina Nólyma de cabellos de fuego, que comparó el libro mágico con una mansión de innúmeras puertas que comunicaban unas dependencias con otras, permitiendo al lector llegar de una estancia a otra por insospechados pasadizos secretos; o el magnánimo Yusenrík, el divino cantor de voz de brisa marina, que fue quien aconsejó al  pueblo la lectura de la obra.


      Tras múltiples y animadas  intervenciones, procedió la gran sacerdotisa a dirigir el rito de clausura;  al coincidir esta reunión con el final del ciclo de las cosechas, se hizo un recuento de todas las obras que el pueblo había leído desde la siembra hasta la siega y se realizó una doble votación, la primera para elegir el libro que más había gustado, y la segunda para decidir cuál había sido la reunión más animada. En el pasado nunca habían coincidido los resultados de ambas votaciones, mas la magia del libro hizo que en esta ocasión saliera elegido como ganador tanto de una categoría como de otra.


      Y para concluir la reunión celebraron un banquete en una cercana pradera, donde comieron, bebieron y se holgaron. Y así se despidieron hasta la próxima luna, cuando de nuevo un libro los volviera a reunir en torno a una mesa llena de palabras, de ideas, de conversaciones... de vida al fin y al cabo.
  



domingo, 25 de mayo de 2014

En la carretera

(de Jack Kerouac)

Repetimos cronista de excepción. Jesús vuelve a ilustrarnos con sus sabias palabras para contarnos sus impresiones sobre la obra en cuestión y la tertulia. Aquí está (no pongo ni quito ni una coma):

ON THE ROAD  (EN LA CARRETERAEN EL CAMINO)        JACK KEROUAC
¡Atención, amable lector! Antes de continuar, debes saber dónde te metes. Lo que sigue se divide en tres apartados: el primero delinea el entorno extraliterario en que se escribió la novela; el segundo, más extenso, y que puede no interesarte, es un descarado y parcial resumen del libro,  en plan “reader digest"; y el tercero da cuenta somera de la tertulia y añade algo más de cosecha propia. Estás avisado. 
1.- COMO A MODO DE CONTEXTO:
Esta novela, la segunda de Kerouac, está escrita en los años de posguerra, en un Estados Unidos convertido en la gran potencia occidental del mundo capitalista y el país más rico de la tierra, que se disputa el dominio del planeta con el bloque soviético. Pero no todo es allí de color de rosa. Al lado del lujo y la abundancia, en todas las ciudades existen amplias zonas y barrios de gente sin ninguna formación, parados o con salarios muy bajos, que viven en la calle,  en la miseria y la inseguridad; por otro lado, hay una arraigada discriminación racial contra negros e hispanos. Mucha gente, pues, ha quedado descolgada del sistema, masas urbanas pululan por las grandes ciudades en busca de trabajo y diversión, y numerosos jóvenes vagan sin rumbo fijo por las carreteras del país. Entre esas gentes marginadas, o quienes, al menos temporalmente, optaban por la autoexclusión, se encontraba la denominada generación beat, de la que On the Road hace un reconocido retrato. Los integrantes de este grupo llevaban una vida idealista y bohemia, con el telón de fondo del jazz, la poesía y las drogas. El protagonista de On the Road, Dean Moriarty, es, de hecho, el trasunto de Neal Cassady, el hipster que en la realidad se convirtió en héroe de todos los beat. Los hipsters eran aficionados al jazz de los cuarenta que adoptaron el estilo de los negros urbanos, tanto en su manera de vestir -con sandalias y ropas harapientas-, como en su jerga, su actitud relajada, su humor sarcástico, una pobreza autoimpuesta y laxos códigos sexuales. Frente a ellos, los beats,  representados aquí por Sal Paradise, el narrador y alter ego de Kerouac, pertenecían a clases medias y superiores, y llevaban un estilo arreglado que los diferenciaba y enfrentaba claramente a los anteriores como clase social. Ambos grupos acabarían diluyéndose en los movimientos contraculturales de la segunda mitad de los sesenta.
2.-ALGUNOS RETAZOS DE LO QUE EN EL LIBRO SE CUENTA:
 Kerouac escribió la novela de un tirón, en tres semanas de inspiración creadora, tras varios años de apuntes y sedimentación. El “rollo”, como él lo denominaba, no tenía los capítulos y apartados que ahora aparecen, y da cuenta sin más de lo que le sucede, lo que recuerda y lo que se le ocurre a Sal Paradise en el tiempo en que conoció y trabó amistad con  Dean Moriarty.
 
Prólogo
La novela comienza presentando a Dean. De padre borracho y sin madre, era un tipo que había tenido mala suerte en la vida. Tras una dura infancia, siempre tratando de sobrevivir y de sacar a su padre de la cárcel, se había convertido en un  presunto delincuente, que sólo lo era porque quería vivir intensamente y conocer gente que de otra manera no le habría hecho caso. En el Oeste se había pasado su vida a partes iguales entre los billares, la cárcel y las bibliotecas públicas. Pero para Sal, Dean estaba entre esos locos que constituían las únicas personas que le interesaban, diametralmente opuestos a todos sus amigos decadentes, que siempre estaban en plan de combate contra la sociedad, con sus motivos librescos, políticos o psicoanalíticos. Él se limitaba a vivir, y la forma en que lo hace es la que atrae a Sal a su lado una y otra vez, a pesar de haberlo dejado tirado en varias ocasiones y de su proceder errático y descontrolado. Si hay partes diferenciadas en la narración, son los cuatro viajes que emprende Sal entre 1947 y 1950.
Primer viaje
En julio de 1947 Sal inicia su soñado viaje a California. Y nos va contando todo lo que ve. En la noche de Chicago asiste a la explosión de la música del bop, que suena sin cesar por todas partes. Cuando pasa por Cheyenne asiste a la ridícula fiesta del salvaje Oeste, y también allí  experimenta su primera visión de las míticas Montañas Rocosas. Llega después a Dénver, donde están sus amigos, y se encuentra con que hay una  guerra con matiz social entre ellos, que los separa en dos grupos que no se tratan, los “beat” de clases medias o más o menos instruidos como él mismo, y el par de desgraciados “hipsters”, como Carlo Marx (¡curioso nombre!) y el mismo Dean, que, en el tiempo que les dejan sus otras relaciones, y a lo largo de horas nocturnas animadas por la bencedrina, ensayan cómo comunicarse honrada y totalmente. Sal nos cuenta después la excursión que hacen todos ellos a Central City, la antigua ciudad minera a 3.000 metros de altura, ahora reconvertida en atracción turística de famosos, y el desmadre nocturno de las diversas categorías sociales que allí se dan cita. Después de esto, camino de San Francisco, Sal acude a la cita que tenía para irse en barco por el mundo con Remi Boncoeur, otra víctima del pasado que siempre está pensando en robar para recuperar el mal que la sociedad le ha hecho desde que su padrastro lo internara de pequeño para deshacerse de él. “No puedes enseñar al viejo profesor una nueva canción” es el lema particular de Remi en la vida. Las cosas se tuercen una vez tras otra, y Sal se larga a Los Ángeles, donde conocerá a Teresa/Terry, la mexicana a la que más tarde dejará con tristeza porque “aquello no era vida”. De vuelta a casa, tras 13.000 km., un viejo vagabundo perdido por el río Susquehanna le hace ver que también hay soledad en el Este. Finalmente llega a Nueva York en plena hora punta. Lo que ve son “millones de personas esforzándose por sacarles un dólar a los demás, el sueño enloquecido”. Y así acaba este primer viaje.
Segundo viaje
Tras más de un año sin verse, Dean se presenta de golpe con dos amigos en casa de la familia de Sal, reunida en Testament en las navidades de 1948. La locura de Dean ha florecido de modo tremendo; lo mismo se enfurece con lo que odia, que se ilumina su rostro de alegría. Ahora se ha vuelto místico; cree en Dios, una extraña y harapienta santidad. Deciden viajar otra vez al Oeste, pero antes se sumergen en el desenfreno de la noche neoyorquina, la marihuana, la locura. Sal siente que todo se va al traste porque le gustan demasiadas cosas y ahí no entra la novia que ahora tiene. Ya en la carretera, ahora hacia el Sur camino de Nueva Orleans, el moverse  disipa los sinsentidos,  los ahora cuatro viajeros se sienten bien, y a instancias de Dean tratan de no preocuparse por nada. Llegan a casa de Bull Lee, un viejo amigo que ha viajado por todo el mundo y que ahora está colgado de las drogas como su mujer. Bull les pregunta para qué van de viaje, y se dan cuenta de que no saben nada de sí mismos. Más adelante contactan con un escritor amigo de Sal con la intención de que les dé unos dólares para gasolina, y ven que es otro que se siente solo y no sabe adónde ir. Llegados a Frisco, Dean los deja tirados sin blanca y se va a sus asuntos. Aparece días después para rescatar a su amigo hambriento, lo lleva a su casa a reponerse, y una vez más se sumergen en la fiesta nocturna. Allí conocen a varios músicos negros hastiados de la vida, y es que “en Frisco todo se la sudaba a todo el mundo”. Sal recibe su cheque de veterano y quiere ya marcharse, también harto de ir de aquí para allá sin saber lo que quiere y con malos rollos con los otros. “Todos pensábamos que no nos volveríamos a ver y no nos importaba”. Así vuelve a parecerse al primero el final de este segundo viaje.
Tercer viaje
En la primavera de 1949 Sal se va a Dénver con idea de establecerse allí. Pero no encuentra a ninguno de sus amigos, se siente solo y acaba “quemando sus naves” y yendo a llamar a la puerta de Dean en San Francisco. A Dean no le va nada bien allí, ni de salud ni con su pareja actual, y las chicas de sus amigos le critican por irresponsable. Los antiguos discípulos se habían casado y ahora sus mujeres cargaban contra el culpable. Pero, para Dean, “amargura, consejos, moralidad, tristeza… todo eso quedaba a sus espaldas y ante él se abría la desnuda y estática alegría de la pura existencia”. Sal le defiende diciendo que Dean posee el secreto que todos ellos se esfuerzan en buscar y tiene la mente completamente abierta; pero las chicas tampoco le hacen caso. En vista de eso, le propone a Dean irse juntos a Nueva York con sus ahorros, e incluso marcharse a Italia con lo que saque de su libro cuando se lo publiquen. Ya tomada la decisión, y como siempre, lo primero que hacen es irse  de fiesta por Frisco. Otra vez en la noche loca, un saxofonista negro toca como si fuera el mismo Dean, expresando con burla y desprecio su sensación de vivir. “Los negros, almas gemelas también cansadas del mundo…” Sal no quiere ahora irse de la que siente  la ciudad más excitante de América: “Con el frenético Dean corría por el mundo sin oportunidad de verlo”. Pero finalmente se ponen de viaje, y entonces hablan del sentido del tiempo y de cómo le preocupa a la gente, que para no enfrentarlo de cara se inventan falsas urgencias con las que preocuparse, y así acaban sin vivir la vida que pasa a su lado y, al darse cuenta, siguen siendo infelices, porque no se enfrentan de cara a la verdad.
En Dénver, un primo mayor al que Dean  acude para conocer algo sobre  su padre le contesta que no quieren saber nada de ninguno de ellos dos. Como en anunciada concatenación, esa noche Dean roba varios coches, el último de la policía, con lo que tienen que salir corriendo al día siguiente de madrugada. Un cadillac del 47 necesita conductor que lo lleve a Chicago, y allá van haciendo locuras, aprovechando hasta la útima noche para salir, escuchar el omnipresente bop, devolver el maltratado coche y largarse a toda prisa. En Detroit pasan la noche en un cine de sesión continua hasta que los echan por la mañana. Ya en Nueva York, Dean se prenda de otra chica y la deja embarazada. De nuevo, todo son problemas, y éxtasis y agitación y anfetas, como siempre. Y así acaba el viaje. “Total, no fuimos a Italia”.
Cuarto viaje
Con la primavera de 1950, Sal siente la llamada de la tierra a salir otra vez. Deja a Dean -que ahora trabaja en un aparcamiento, manda dinero a sus hijas y está más tranquilo-, y se va a Dénver, donde vuelven a estar todos sus amigos. Y se siente a gusto: “Estaba pasándolo maravillosamente bien y el mundo entero se abría ante mí porque no tenía sueños”. Cuando planea viajar a México con un amigo que acaba de conocer, se entera de que Dean se ha comprado un coche y va para allá, otra vez enloquecido: “Era como la llegada inminente de Gargantúa; había que hacer preparativos para ampliar las alcantarillas de Dénver y reducir el alcance de ciertas leyes con el fin de que todo se adaptara a su cuerpo doliente y a sus explosivos éxtasis”.
Y se ponen otra vez en la carretera, esta vez en el viaje más alucinante de los que han hecho. Pasada la frontera, en Mexico la gente se queda mirando a esos tres jóvenes americanos barbudos y harapientos, tan distintos de los turistas habituales. Suben más tarde hasta “las tierras de los indios del mundo, esa raza esencial básica de la humanidad primitiva y doliente que se extiende a lo largo del vientre ecuatorial del planeta”. Por allí fuman marihuena  con algunos mexicanos, sintiéndose unidos aunque no se entiendan; luego les llevan a una casa de putas, donde atruenan los altavoces con mambos de Pérez Prado y se desmadran durante horas. Y siguen su viaje, ahora por  unas alucinantes tierras de México, hasta que finalmente llegan a la gran ciudad abigarrada. “Todo México era un campamento de gitanos que no deja de moverse toda la noche”. Allí Sal coge una disentería y Dean se va. Y así acaba el último viaje que ambos compartirán.
Epílogo
En México Dean se divorció de su última mujer para casarse con la novia de Nueva York, tras lo cual la deja para ir a ver a su exmujer y sus hijas en San Francisco. Por su parte, Sal encuentra a la chica de su vida. La última vez que Dean y Sal se ven los deja a ambos desalentados. El amigo de Sal, Remi Boncoeur, ahora casado y rico, invita a Sal y su novia a la ópera. Aparece Dean, pero Remi no le permite subir al lujoso coche, con lo que desaparece alejándose por la calle. Y de esta forma se despide Sal de Dean, que sólo había ido a Nueva York a verlo a él. “Así que en esta América… inmensidad en la que nadie sabe lo que le va a pasar a nadie, excepto que todos seguirán desamparados y haciéndose viejos… pienso en Dean Moriarty, y hasta pienso en el viejo Dean Moriarty, ese padre al que nunca encontramos. Sí, pienso en Dean Moriarty”.
 Se cierra el círculo, y el libro acaba como empezó, como un homenaje del  autor al amigo admirado.
3.- ACERCA DE LA TERTULIA Y OTRAS REFLEXIONES
He aquí otro libro que “se atravesó” a buena parte de los sufridos tertulianos a la hora de leerlo. Por más que se defina como “prosa espontánea” que trata de reflejar el estilo frenético e improvisado del be bop, el ubicuo jazz del momento, la historia se asemejaba, para muchos esforzados tertuliantes, a una tediosa narración de las cosas que les pasan a los protagonistas, con numerosas repeticiones de parecido pelaje que no diferencian un viaje de los otros, y sin esa tensión expectante que toda novela intenta mantener,  a fin de atrapar al lector hasta el desenlace final de la trama. Aquí, sin embargo, no se atisbaba una historia que avanza y se desenvuelve, sino que toda ella parecía plana y sin altibajos, gris y monótona un viaje tras otro. Si acaso, hubo coincidencia en que hay unas cuantas frases hermosas esparcidas a lo largo de la novela (sugerencia: tal vez los tertulianos “internéticamente” activos podrían introducir sus particulares “perlas” en los comentarios, a fin de completar, corregir y aumentar lo que aquí no se ha recogido).
Pero no todo fueron críticas, así que la tertulia cobró vida con el repaso de los aspectos más llamativos de la novela para quienes la acabaron de leer y se engancharon. En este caso, se trataría de una historia escrita al modo en que viven, sienten, se mueven y hablan sus protagonistas, que pasan sin solución de continuidad por el éxtasis  propiciado por las drogas, la depresión subsiguiente, los problemas de pareja o relacionales, la emoción de verse otra vez en la carretera huyendo hacia adelante, los sentimientos hipnóticos facilitados por la música en la que se sumergen, las raterías con las que consiguen dinero y comida para seguir el viaje,  la persecución  de nuevas experiencias alucinantes o la búsqueda inquieta de la comunicación total y auténtica. A su modo, y con todas sus limitaciones, el personaje de Dean representa a un ser humano desgraciado que busca desesperadamente la felicidad desde la difícil situación personal que le ha deparado la vida, y trata a ciegas de encontrar un hueco para él, en medio de un mundo despiadado que no le da facilidades y le ha objetivizado como vago y delincuente. La admiración que Sal siente por él da, si cabe, una mayor dimensión a la autenticidad de Dean. Visto desde la perspectiva de su amigo, Dean se ha acercado más a las entrañas de lo que es vivir, a una vida de verdad que no se encuentra entre las personas que mayoritariamente siguen la estela de la organización de la vida en su poderoso país. El libro es también un quejido de soledad, la de Sal y la de Dean, que no se sienten bien si no están arropados por sus amigos, porque no perciben que nadie más se preocupe por ellos ni los cuide. Y a partir de ellos, la soledad y la tristeza de vivir se convierte, tal vez, en el denominador común de gran número de los personajes que aparecen por el libro, perdidos y sin saber adónde ir ni qué hacer de su vida. De alguna manera, el título, En la carretera, representaría tanto el tópico simbólico desde el que dar cuenta de la historia, como también la sensación de estar perdidos yendo de un sitio a otro, en la confusión y la inquietud con que  recorremos el camino de nuestras vidas. ¿Otra historia más sobre el viaje de la vida, otra versión de la Odisea? Bueno, la verdad es que eso ya es cosa de cada cual.
Lo cierto es que la tertulia, una vez más, volvió a dejar buen sabor a sus fieles asistentes.
                       

   Gracias por tus palabras, que como siempre nos dan una nueva luz sobre lo que hemos leído y conversado. 
El libro de la próxima tertulia será Y las montañas hablaron, de Khaled Hosseini. Probablemente nos reuniremos la primera semana de julio, aunque ya se os avisará con antelación de la fecha exacta.
       

sábado, 29 de marzo de 2014

El héroe discreto

(de Mario Vargas Llosa)


       Nuestra tertulia se viste de gala para un doble aniversario que se os explica en la reseña que sigue; y quién mejor que nuestra mater fundatrix Josune para redactarla con su siempre ágil e inspirada prosa. Una cronista de lujo para un lujo de aniversario. Que la disfrutéis.


      "Ayer, 28 de marzo, Mario Vargas Llosa cumplió 78 años y nosotros lo celebramos hablando sobre su última novela, El héroe discreto, que gustó mucho a la mayoría.

      La obra contiene dos tramas esenciales cuyo interés se mantiene de principio a fin y que acaban confluyendo en el desenlace. Por un lado, la historia de Felícito Yanaqué, dueño de una solvente empresa, Transportes Narihualá, y resuelto a no satisfacer las exigencias de sus chantajistas, en cumplimiento del legado moral que le dejó su padre: «un hombre no se debe dejar pisotear por nadie en esta vida». Por otro, el asunto del matrimonio de Ismael Carrera con su sirvienta, hecho en el que se verá muy implicado Rigoberto, su hombre de confianza e íntimo amigo, quien se halla a las puertas de su jubilación anticipada. En ambas historias adquieren gran protagonismo los respectivos hijos de Felícito e Ismael, de modo que se podría afirmar que, en buena medida, la novela aborda el siempre jugoso y conflictivo tema de las relaciones paternofiliales.

      Junto a estas dos líneas argumentales se debe mencionar una tercera, la que trastorna a Rigoberto y a su esposa, Lucrecia, y que procede del inefable Fonchito, hijo del primer matrimonio de Rigoberto, quien les narra sus encuentros con un tal Edilberto Torres, al cual nadie más que él ve. En esas conversaciones que el adolescente mantiene con el misterioso personaje se plasman las inquietudes de índole religiosa, espiritual o un tanto filosófica  que parecen preocupar al muchacho y a través de cuyo relato también vamos conociendo detalles del pasado y de la personalidad de Rigoberto. Y así, la historia que de entrada se presenta como un delirio del imaginativo Fonchito y que constituye el escape de los conflictos abiertos en las otras dos, no se desvía del núcleo temático en que se sostiene la novela, el de la relación padre/hijo.

      Es preciso mencionar lo que la obra tiene de homenaje al propio universo narrativo del autor, dada la presencia en ella de personajes  de otras  novelas suyas: además de Rigoberto y familia, los policías encargados de la investigación del chantaje a Felícito Yanaqué, el capitán Silva y el sargento Lituma. También, una vez más, la acción transcurre en Perú, entre Piura y Lima, en la actualidad de un país que se nos perfila emergente en cuanto a la actividad económica y empresarial pero con los contrastes de siempre en lo referido al aspecto social. Alguien subrayó el machismo imperante en los comportamientos de los personajes masculinos así como la actitud servil de casi todas las mujeres. En coherencia con ese planteamiento de mezclar esta ficción con otras anteriores se podría valorar el asunto de Fonchito y su “invisible visitador” como una de las dos piezas que representan en esta obra el Realismo mágico. La otra sería el personaje de Adelaida con sus premoniciones.

      Hubo bastante acuerdo en la valoración del interés con que se sigue la novela, la perfección con que está construida (cabe citar esos diálogos prodigiosos en que se superponen varias conversaciones sin crear confusión, o las destrezas narrativo-amatorias de Lucrecia), y la esplendidez del estilo, verdadero derroche de riqueza léxica, musicalidad y dulzura. Posiblemente no se trata de una de sus grandes historias pero supera ampliamente la calificación de obra menor, pues aborda temas de calado desde una asombrosa frescura e inteligente liviandad, mediante personajes muy bien dibujados sin necesidad de cargar las tintas en lo descriptivo.

      El debate surgió sobre todo al enjuiciar el comportamiento de Felícito hacia Miguel, una vez que obtiene la confirmación de que no es su hijo ―la importancia de la sangre, los matices de la rectitud moral con que supuestamente se conduce…— y al interpretar el final, claro para unos y ambiguo, y por lo tanto, abierto, para otros.

Pasamos un buen rato, como siempre, y, si no conté mal, ya son cincuenta los ratos que llevamos pasados hablando de libros  en estos ocho años que comenzaron en la primavera de 2006, concretamente un 22 de marzo. Así que no solo Vargas Llosa tenía motivos de celebración ayer. Nosotros también. Y que cumplamos todos, don Mario y nuestra tertulia, muchos más…
 


Josune
 
La próxima tertulia la celebraremos, si no hay cambios, el 8 de mayo. Hablaremos sobre la novela de Jack Kerouac En la carretera (en algunas ediciones traducida como En el camino).
Hasta entonces, pues. Disfrutad con la lectura, ¡che gua!

jueves, 13 de marzo de 2014

Estupor y temblores

(de Amélie Nothomb)




Es difícil reseñar lo que se dijo en la última tertulia cuando ha pasado ya tanto tiempo desde que la celebramos. Un poco más y esta crónica se nos junta con la siguiente tertulia, pero no vamos a poner excusas.  Se nos ha hecho tarde,  como de costumbre.

 

Estrenamos escenario,  la tetería Aleteia, que nos acogió en un ambiente agradable en el que nos pudimos oír y ver todos sin ruidos ni música demasiado estridente. Probablemente repitamos en más de una ocasión (¿en la próxima? ).

 

Para ser un libro tan breve, Estupor y temblores dio mucho de sí. El retrato que hace de la sociedad japonesa y de las relaciones laborales en el país suscitó opiniones encontradas. Hubo quien creyó que la autora relataba punto por punto su auténtica experiencia personal,  por lo que pareció terrible que en una sociedad tan avanzada como la nipona se dieran esos casos de abuso de poder, de clasismo, de humillación en el mundo del trabajo, de férreas jerarquías y separación estricta entre los diferentes estratos en una empresa.

Por el contrario,  a otros les pareció que Amélie Nothomb exageraba de forma hiperbólica sus vivencias con fines claramente humorísticos. Los que conocían aunque fuera mínimamente el Japón sostenían que no todo era tan exagerado,  aunque sí es cierto que se trata de una sociedad muy tradicional,  pese a su modernidad y avances tecnológicos,  y fuertemente jerarquizada.

En cuanto a la calidad literaria,  coincidimos casi todos en que se trataba más de un divertimento,  una anécdota alargada quizás demasiado para llevarnos a la carcajada, o al menos a la sonrisa, que de una novela stricto sensu. Hubo quien incluso se preguntó cómo se publicaban semejantes despropósitos, aunque en general no suscitó opiniones tan adversas.

Como complemento a la lectura de esta obra, Jesús nos sugirió la de otra novelita de la misma autora, Ni de Eva ni de Adán, en la que Nothomb nos muestra la otra cara del Japón; también de forma autobiográfica,  nos deja ver la parte lúdica de la sociedad nipona,  lo que hacen los japoneses cuando no están trabajando y su particular concepto del ocio y del amor.

 


La próxima tertulia, a finales de marzo, tratará sobre la última novela de Mario Vargas Llosa, El héroe discreto. En breve os informaremos sobre la fecha exacta -probablemente el viernes 28- y el lugar.