domingo, 25 de mayo de 2014

En la carretera

(de Jack Kerouac)

Repetimos cronista de excepción. Jesús vuelve a ilustrarnos con sus sabias palabras para contarnos sus impresiones sobre la obra en cuestión y la tertulia. Aquí está (no pongo ni quito ni una coma):

ON THE ROAD  (EN LA CARRETERAEN EL CAMINO)        JACK KEROUAC
¡Atención, amable lector! Antes de continuar, debes saber dónde te metes. Lo que sigue se divide en tres apartados: el primero delinea el entorno extraliterario en que se escribió la novela; el segundo, más extenso, y que puede no interesarte, es un descarado y parcial resumen del libro,  en plan “reader digest"; y el tercero da cuenta somera de la tertulia y añade algo más de cosecha propia. Estás avisado. 
1.- COMO A MODO DE CONTEXTO:
Esta novela, la segunda de Kerouac, está escrita en los años de posguerra, en un Estados Unidos convertido en la gran potencia occidental del mundo capitalista y el país más rico de la tierra, que se disputa el dominio del planeta con el bloque soviético. Pero no todo es allí de color de rosa. Al lado del lujo y la abundancia, en todas las ciudades existen amplias zonas y barrios de gente sin ninguna formación, parados o con salarios muy bajos, que viven en la calle,  en la miseria y la inseguridad; por otro lado, hay una arraigada discriminación racial contra negros e hispanos. Mucha gente, pues, ha quedado descolgada del sistema, masas urbanas pululan por las grandes ciudades en busca de trabajo y diversión, y numerosos jóvenes vagan sin rumbo fijo por las carreteras del país. Entre esas gentes marginadas, o quienes, al menos temporalmente, optaban por la autoexclusión, se encontraba la denominada generación beat, de la que On the Road hace un reconocido retrato. Los integrantes de este grupo llevaban una vida idealista y bohemia, con el telón de fondo del jazz, la poesía y las drogas. El protagonista de On the Road, Dean Moriarty, es, de hecho, el trasunto de Neal Cassady, el hipster que en la realidad se convirtió en héroe de todos los beat. Los hipsters eran aficionados al jazz de los cuarenta que adoptaron el estilo de los negros urbanos, tanto en su manera de vestir -con sandalias y ropas harapientas-, como en su jerga, su actitud relajada, su humor sarcástico, una pobreza autoimpuesta y laxos códigos sexuales. Frente a ellos, los beats,  representados aquí por Sal Paradise, el narrador y alter ego de Kerouac, pertenecían a clases medias y superiores, y llevaban un estilo arreglado que los diferenciaba y enfrentaba claramente a los anteriores como clase social. Ambos grupos acabarían diluyéndose en los movimientos contraculturales de la segunda mitad de los sesenta.
2.-ALGUNOS RETAZOS DE LO QUE EN EL LIBRO SE CUENTA:
 Kerouac escribió la novela de un tirón, en tres semanas de inspiración creadora, tras varios años de apuntes y sedimentación. El “rollo”, como él lo denominaba, no tenía los capítulos y apartados que ahora aparecen, y da cuenta sin más de lo que le sucede, lo que recuerda y lo que se le ocurre a Sal Paradise en el tiempo en que conoció y trabó amistad con  Dean Moriarty.
 
Prólogo
La novela comienza presentando a Dean. De padre borracho y sin madre, era un tipo que había tenido mala suerte en la vida. Tras una dura infancia, siempre tratando de sobrevivir y de sacar a su padre de la cárcel, se había convertido en un  presunto delincuente, que sólo lo era porque quería vivir intensamente y conocer gente que de otra manera no le habría hecho caso. En el Oeste se había pasado su vida a partes iguales entre los billares, la cárcel y las bibliotecas públicas. Pero para Sal, Dean estaba entre esos locos que constituían las únicas personas que le interesaban, diametralmente opuestos a todos sus amigos decadentes, que siempre estaban en plan de combate contra la sociedad, con sus motivos librescos, políticos o psicoanalíticos. Él se limitaba a vivir, y la forma en que lo hace es la que atrae a Sal a su lado una y otra vez, a pesar de haberlo dejado tirado en varias ocasiones y de su proceder errático y descontrolado. Si hay partes diferenciadas en la narración, son los cuatro viajes que emprende Sal entre 1947 y 1950.
Primer viaje
En julio de 1947 Sal inicia su soñado viaje a California. Y nos va contando todo lo que ve. En la noche de Chicago asiste a la explosión de la música del bop, que suena sin cesar por todas partes. Cuando pasa por Cheyenne asiste a la ridícula fiesta del salvaje Oeste, y también allí  experimenta su primera visión de las míticas Montañas Rocosas. Llega después a Dénver, donde están sus amigos, y se encuentra con que hay una  guerra con matiz social entre ellos, que los separa en dos grupos que no se tratan, los “beat” de clases medias o más o menos instruidos como él mismo, y el par de desgraciados “hipsters”, como Carlo Marx (¡curioso nombre!) y el mismo Dean, que, en el tiempo que les dejan sus otras relaciones, y a lo largo de horas nocturnas animadas por la bencedrina, ensayan cómo comunicarse honrada y totalmente. Sal nos cuenta después la excursión que hacen todos ellos a Central City, la antigua ciudad minera a 3.000 metros de altura, ahora reconvertida en atracción turística de famosos, y el desmadre nocturno de las diversas categorías sociales que allí se dan cita. Después de esto, camino de San Francisco, Sal acude a la cita que tenía para irse en barco por el mundo con Remi Boncoeur, otra víctima del pasado que siempre está pensando en robar para recuperar el mal que la sociedad le ha hecho desde que su padrastro lo internara de pequeño para deshacerse de él. “No puedes enseñar al viejo profesor una nueva canción” es el lema particular de Remi en la vida. Las cosas se tuercen una vez tras otra, y Sal se larga a Los Ángeles, donde conocerá a Teresa/Terry, la mexicana a la que más tarde dejará con tristeza porque “aquello no era vida”. De vuelta a casa, tras 13.000 km., un viejo vagabundo perdido por el río Susquehanna le hace ver que también hay soledad en el Este. Finalmente llega a Nueva York en plena hora punta. Lo que ve son “millones de personas esforzándose por sacarles un dólar a los demás, el sueño enloquecido”. Y así acaba este primer viaje.
Segundo viaje
Tras más de un año sin verse, Dean se presenta de golpe con dos amigos en casa de la familia de Sal, reunida en Testament en las navidades de 1948. La locura de Dean ha florecido de modo tremendo; lo mismo se enfurece con lo que odia, que se ilumina su rostro de alegría. Ahora se ha vuelto místico; cree en Dios, una extraña y harapienta santidad. Deciden viajar otra vez al Oeste, pero antes se sumergen en el desenfreno de la noche neoyorquina, la marihuana, la locura. Sal siente que todo se va al traste porque le gustan demasiadas cosas y ahí no entra la novia que ahora tiene. Ya en la carretera, ahora hacia el Sur camino de Nueva Orleans, el moverse  disipa los sinsentidos,  los ahora cuatro viajeros se sienten bien, y a instancias de Dean tratan de no preocuparse por nada. Llegan a casa de Bull Lee, un viejo amigo que ha viajado por todo el mundo y que ahora está colgado de las drogas como su mujer. Bull les pregunta para qué van de viaje, y se dan cuenta de que no saben nada de sí mismos. Más adelante contactan con un escritor amigo de Sal con la intención de que les dé unos dólares para gasolina, y ven que es otro que se siente solo y no sabe adónde ir. Llegados a Frisco, Dean los deja tirados sin blanca y se va a sus asuntos. Aparece días después para rescatar a su amigo hambriento, lo lleva a su casa a reponerse, y una vez más se sumergen en la fiesta nocturna. Allí conocen a varios músicos negros hastiados de la vida, y es que “en Frisco todo se la sudaba a todo el mundo”. Sal recibe su cheque de veterano y quiere ya marcharse, también harto de ir de aquí para allá sin saber lo que quiere y con malos rollos con los otros. “Todos pensábamos que no nos volveríamos a ver y no nos importaba”. Así vuelve a parecerse al primero el final de este segundo viaje.
Tercer viaje
En la primavera de 1949 Sal se va a Dénver con idea de establecerse allí. Pero no encuentra a ninguno de sus amigos, se siente solo y acaba “quemando sus naves” y yendo a llamar a la puerta de Dean en San Francisco. A Dean no le va nada bien allí, ni de salud ni con su pareja actual, y las chicas de sus amigos le critican por irresponsable. Los antiguos discípulos se habían casado y ahora sus mujeres cargaban contra el culpable. Pero, para Dean, “amargura, consejos, moralidad, tristeza… todo eso quedaba a sus espaldas y ante él se abría la desnuda y estática alegría de la pura existencia”. Sal le defiende diciendo que Dean posee el secreto que todos ellos se esfuerzan en buscar y tiene la mente completamente abierta; pero las chicas tampoco le hacen caso. En vista de eso, le propone a Dean irse juntos a Nueva York con sus ahorros, e incluso marcharse a Italia con lo que saque de su libro cuando se lo publiquen. Ya tomada la decisión, y como siempre, lo primero que hacen es irse  de fiesta por Frisco. Otra vez en la noche loca, un saxofonista negro toca como si fuera el mismo Dean, expresando con burla y desprecio su sensación de vivir. “Los negros, almas gemelas también cansadas del mundo…” Sal no quiere ahora irse de la que siente  la ciudad más excitante de América: “Con el frenético Dean corría por el mundo sin oportunidad de verlo”. Pero finalmente se ponen de viaje, y entonces hablan del sentido del tiempo y de cómo le preocupa a la gente, que para no enfrentarlo de cara se inventan falsas urgencias con las que preocuparse, y así acaban sin vivir la vida que pasa a su lado y, al darse cuenta, siguen siendo infelices, porque no se enfrentan de cara a la verdad.
En Dénver, un primo mayor al que Dean  acude para conocer algo sobre  su padre le contesta que no quieren saber nada de ninguno de ellos dos. Como en anunciada concatenación, esa noche Dean roba varios coches, el último de la policía, con lo que tienen que salir corriendo al día siguiente de madrugada. Un cadillac del 47 necesita conductor que lo lleve a Chicago, y allá van haciendo locuras, aprovechando hasta la útima noche para salir, escuchar el omnipresente bop, devolver el maltratado coche y largarse a toda prisa. En Detroit pasan la noche en un cine de sesión continua hasta que los echan por la mañana. Ya en Nueva York, Dean se prenda de otra chica y la deja embarazada. De nuevo, todo son problemas, y éxtasis y agitación y anfetas, como siempre. Y así acaba el viaje. “Total, no fuimos a Italia”.
Cuarto viaje
Con la primavera de 1950, Sal siente la llamada de la tierra a salir otra vez. Deja a Dean -que ahora trabaja en un aparcamiento, manda dinero a sus hijas y está más tranquilo-, y se va a Dénver, donde vuelven a estar todos sus amigos. Y se siente a gusto: “Estaba pasándolo maravillosamente bien y el mundo entero se abría ante mí porque no tenía sueños”. Cuando planea viajar a México con un amigo que acaba de conocer, se entera de que Dean se ha comprado un coche y va para allá, otra vez enloquecido: “Era como la llegada inminente de Gargantúa; había que hacer preparativos para ampliar las alcantarillas de Dénver y reducir el alcance de ciertas leyes con el fin de que todo se adaptara a su cuerpo doliente y a sus explosivos éxtasis”.
Y se ponen otra vez en la carretera, esta vez en el viaje más alucinante de los que han hecho. Pasada la frontera, en Mexico la gente se queda mirando a esos tres jóvenes americanos barbudos y harapientos, tan distintos de los turistas habituales. Suben más tarde hasta “las tierras de los indios del mundo, esa raza esencial básica de la humanidad primitiva y doliente que se extiende a lo largo del vientre ecuatorial del planeta”. Por allí fuman marihuena  con algunos mexicanos, sintiéndose unidos aunque no se entiendan; luego les llevan a una casa de putas, donde atruenan los altavoces con mambos de Pérez Prado y se desmadran durante horas. Y siguen su viaje, ahora por  unas alucinantes tierras de México, hasta que finalmente llegan a la gran ciudad abigarrada. “Todo México era un campamento de gitanos que no deja de moverse toda la noche”. Allí Sal coge una disentería y Dean se va. Y así acaba el último viaje que ambos compartirán.
Epílogo
En México Dean se divorció de su última mujer para casarse con la novia de Nueva York, tras lo cual la deja para ir a ver a su exmujer y sus hijas en San Francisco. Por su parte, Sal encuentra a la chica de su vida. La última vez que Dean y Sal se ven los deja a ambos desalentados. El amigo de Sal, Remi Boncoeur, ahora casado y rico, invita a Sal y su novia a la ópera. Aparece Dean, pero Remi no le permite subir al lujoso coche, con lo que desaparece alejándose por la calle. Y de esta forma se despide Sal de Dean, que sólo había ido a Nueva York a verlo a él. “Así que en esta América… inmensidad en la que nadie sabe lo que le va a pasar a nadie, excepto que todos seguirán desamparados y haciéndose viejos… pienso en Dean Moriarty, y hasta pienso en el viejo Dean Moriarty, ese padre al que nunca encontramos. Sí, pienso en Dean Moriarty”.
 Se cierra el círculo, y el libro acaba como empezó, como un homenaje del  autor al amigo admirado.
3.- ACERCA DE LA TERTULIA Y OTRAS REFLEXIONES
He aquí otro libro que “se atravesó” a buena parte de los sufridos tertulianos a la hora de leerlo. Por más que se defina como “prosa espontánea” que trata de reflejar el estilo frenético e improvisado del be bop, el ubicuo jazz del momento, la historia se asemejaba, para muchos esforzados tertuliantes, a una tediosa narración de las cosas que les pasan a los protagonistas, con numerosas repeticiones de parecido pelaje que no diferencian un viaje de los otros, y sin esa tensión expectante que toda novela intenta mantener,  a fin de atrapar al lector hasta el desenlace final de la trama. Aquí, sin embargo, no se atisbaba una historia que avanza y se desenvuelve, sino que toda ella parecía plana y sin altibajos, gris y monótona un viaje tras otro. Si acaso, hubo coincidencia en que hay unas cuantas frases hermosas esparcidas a lo largo de la novela (sugerencia: tal vez los tertulianos “internéticamente” activos podrían introducir sus particulares “perlas” en los comentarios, a fin de completar, corregir y aumentar lo que aquí no se ha recogido).
Pero no todo fueron críticas, así que la tertulia cobró vida con el repaso de los aspectos más llamativos de la novela para quienes la acabaron de leer y se engancharon. En este caso, se trataría de una historia escrita al modo en que viven, sienten, se mueven y hablan sus protagonistas, que pasan sin solución de continuidad por el éxtasis  propiciado por las drogas, la depresión subsiguiente, los problemas de pareja o relacionales, la emoción de verse otra vez en la carretera huyendo hacia adelante, los sentimientos hipnóticos facilitados por la música en la que se sumergen, las raterías con las que consiguen dinero y comida para seguir el viaje,  la persecución  de nuevas experiencias alucinantes o la búsqueda inquieta de la comunicación total y auténtica. A su modo, y con todas sus limitaciones, el personaje de Dean representa a un ser humano desgraciado que busca desesperadamente la felicidad desde la difícil situación personal que le ha deparado la vida, y trata a ciegas de encontrar un hueco para él, en medio de un mundo despiadado que no le da facilidades y le ha objetivizado como vago y delincuente. La admiración que Sal siente por él da, si cabe, una mayor dimensión a la autenticidad de Dean. Visto desde la perspectiva de su amigo, Dean se ha acercado más a las entrañas de lo que es vivir, a una vida de verdad que no se encuentra entre las personas que mayoritariamente siguen la estela de la organización de la vida en su poderoso país. El libro es también un quejido de soledad, la de Sal y la de Dean, que no se sienten bien si no están arropados por sus amigos, porque no perciben que nadie más se preocupe por ellos ni los cuide. Y a partir de ellos, la soledad y la tristeza de vivir se convierte, tal vez, en el denominador común de gran número de los personajes que aparecen por el libro, perdidos y sin saber adónde ir ni qué hacer de su vida. De alguna manera, el título, En la carretera, representaría tanto el tópico simbólico desde el que dar cuenta de la historia, como también la sensación de estar perdidos yendo de un sitio a otro, en la confusión y la inquietud con que  recorremos el camino de nuestras vidas. ¿Otra historia más sobre el viaje de la vida, otra versión de la Odisea? Bueno, la verdad es que eso ya es cosa de cada cual.
Lo cierto es que la tertulia, una vez más, volvió a dejar buen sabor a sus fieles asistentes.
                       

   Gracias por tus palabras, que como siempre nos dan una nueva luz sobre lo que hemos leído y conversado. 
El libro de la próxima tertulia será Y las montañas hablaron, de Khaled Hosseini. Probablemente nos reuniremos la primera semana de julio, aunque ya se os avisará con antelación de la fecha exacta.