sábado, 13 de febrero de 2016

Los infinitos

(de John Banville)


La tertulia sobre Los infinitos fue quizás una de las menos concurridas; John Banville no consiguió congregar en esta ocasión más que a una docena de lectores que, todo hay que decirlo, nos reunimos para decir lo poco que nos había gustado en general.

Un arranque brillante y prometedor, con unas descripciones sugerentes y a veces magistrales, no terminaron de engancharnos a una historia que languidece por momentos y se remata con un final para muchos de nosotros decepcionante. Si bien es cierto que la prosa de Banville es de un virtuosismo en ocasiones preciosista (arropado por una traducción excepcional), nos faltó a muchos la magia que nos hace desear seguir leyendo sin parar, que nos mantiene pegados a las páginas de un libro: más bien algunos acabaron la novela por simple disciplina lectora, y otros incluso desistieron de llegar al final.

Unos personajes con trazos geniales (esa Petra autista que se autolesiona en una ceremonia de elegancia nipona, o el joven Adam siempre vestido con ropas prestadas,  la alcohólica Ursula o la criada Ivy de enigmático pasado) no están todo lo desarrollados que nos gustaría y no terminan de hallar su sitio en una narración que conduce al lector por caminos que no acaban en ninguna parte.

El planteamiento inicial promete más de lo que cumple el autor: una familia reunida en torno al padre en coma espera la muerte de este de manera inminente. A esto le añadimos un narrador omnisciente, nada menos que el propio dios Hermes, y un trasfondo mitológico con parte del Olimpo campando a sus anchas por sus páginas; se recrea el mito del nacimiento de Heracles, con la seducción de Alcmena por parte de Zeus bajo la figura humana de su esposo Anfitrión, e incluso parece justificarse la eterna presencia de Hermes en calidad de conductor de las almas al reino de los muertos (psicopompo) a la espera de acompañar al viejo Adam en su último viaje. Todos estos elementos podrían dar como resultado una profunda reflexión sobre la muerte, sobre la familia o sobre la infinitud, como apunta el título (tema de estudio e investigación del padre moribundo durante gran parte de su vida). Pero esa reflexión no termina de cuajar. O al menos no supimos verlo.

No todo fueron comentarios negativos; también reconocimos la belleza de algunas escenas descritas como hermosos cuadros que salpican la novela por doquier, o la teatralidad de la obra, con los personajes encerrados en un único escenario y la limitación del tiempo a poco menos de veinticuatro horas (las normas aristotélicas para la tragedia). Basándose en la alternancia de la voz narrativa entre Hermes y el agonizante Adam, se apuntó incluso la posible interpretación de todo el relato como una elucubración del viejo matemático desde su lecho de muerte.

Llegamos así entre todos a la conclusión de que Los infinitos nos parecía una obra fallida de un excelente escritor, que además tiene la capacidad de desdoblarse en su alter ego  Benjamin Black para crear novelas negras de una calidad inmejorable. Y, por supuesto, esta novela tiene, aparte de los valores que no supimos descubrir, el mérito de habernos reunido para pasar un buen rato  hablando de literatura.


Para la próxima tertulia, que se celebrará el 25 de febrero, leeremos La loca de la casa, de Rosa Montero