lunes, 5 de marzo de 2018

El cuento de la Criada

(de Margaret Atwood)

De nuevo Josune nos cuenta cómo transcurrió la última tertulia. Gracias por tus palabras, es un placer leerte.




La tertulia resultó breve y muy interesante. Las opiniones reflejaron lo poco que, en general,  ha gustado la novela por varios motivos. Parte de un planteamiento original que despierta en el lector expectativas  lamentablemente defraudadas en el desarrollo de la trama. En dos o tres momentos puntuales el argumento parece precipitarse hacia algo sorprendente y clarificador; sin embargo, luego no es así, y nada llega a compensar una espera que resulta demasiado prolongada, al compás de una lectura plana desde el punto de vista estilístico.
          Este aspecto suscitó uno de los mejores instantes de nuestra charla. Recordamos lo esencial de la forma en una novela y en toda la Literatura. Alguien apuntó que tal vez ese estilo seco tratara de ajustarse a la dureza del contenido; no obstante, de inmediato recordamos títulos de obras posiblemente más amargas y desgarradoras en las que el milagro de la belleza formal, incluso del lirismo hallado en medio de la sordidez o el horror, nos hizo soportable e inolvidable su lectura: Las uvas de la ira, Las baladas del ajo, En la orilla, El gran cuaderno
          Observamos también que la construcción de una distopía requiere una estructura mejor trabada y un juego de simbolismos comprensibles en el entramado de la obra. Hay cuestiones explicadas en las páginas finales relativas al Congreso de estudiosos de la “Era Gileadiana”, pero cabe señalar que la aclaración resulta tardía e insuficiente, como si la propia autora respondiera en ese momento a la necesidad de explicitación exigida por una apuesta narrativa tan audaz como incompleta.
          En lo que sí coincidimos todos es en reconocer la eficacia con que la novela concentra comportamientos alienantes registrados en diferentes lugares y épocas de la historia de la humanidad, tras los que el miedo se erige en infalible mecanismo fortalecedor de la ignominia frente al riesgo del dolor y la muerte, además del irreductible instinto humano de supervivencia, que tiene en la adaptación al medio ―aunque este sea el peor de los escenarios posibles— a la vez su trampa y su salvación. “Duramos” porque nos acostumbramos a todo y logramos de este modo salvar el pellejo. También comentamos que esta rendición “a lo que sea” queda patente en la obra.
          La novela fue defendida por su capacidad de enganchar al lector y por el  acierto con que transmite  la sensación de ahogo y aburrimiento que cubre la falta de libertad en la que vive la protagonista, aderezada por el recuerdo de todo aquello que añora y que pertenece a un pasado mejor.
Es probable que con el tiempo recordemos El cuento de la criada al menos por el inquietante aviso que contiene: no estamos libres los seres humanos de echar a perder lo más valioso —la libertad, el amor, la belleza de la expresión artística― cuando nos atenaza el miedo sembrado por el fanatismo y el autoritarismo ideológico. Casi nada…




Para la próxima tertulia, que tendrá lugar el 27 de marzo, leeremos La uruguaya, de Pedro Mairal.

Annobón

(de Luis Leante)

Ya ha pasado un tiempo desde que nos reunimos con uno de nuestros autores preferidos para comentar su última novela. Josune nos hace una estupenda y precisa crónica, como siempre, de lo que allí hablamos.


La novela reúne las virtudes que suelen caracterizar a las narraciones de Luis: agilidad, interés e impecable armazón. Yo añadiría un valor más que singulariza a esta obra: su potente oralidad.
         El punto de partida lo constituye la investigación emprendida por un escritor a raíz de una impactante noticia: el hallazgo, en una localidad del sur de Francia, del cadáver momificado de una mujer. El azar irá encadenando los movimientos de su indagación hasta situarlo en el hecho central: el asesinato, en noviembre de 1932, del Gobernador de Guinea a manos del sargento de la Guardia Civil Restituto Castilla González cuando aquel visitaba Annobón, la pequeña isla en la que Castilla, inspirado por los principios de la República, había fundado una comunidad. El sargento será juzgado y condenado por este crimen y Alfonso Pedraza Ruiz ejercerá de abogado defensor. La novela cuenta la historia de los dos personajes a través del relato de sus respectivas hijas, Cesárea Castilla Martín y Pilar Pedraza Pardo. Sin embargo, la verdadera protagonista es Teresa Martín Martos, la hermosa mujer con la que, en épocas distintas, los dos estuvieron casados. Cabe destacar que uno de los alicientes principales de la lectura lo constituye la curiosidad que despierta este hecho, y así el modo en que Teresa forma parte esencial de la vida de ambos se convierte en un soporte básico del esqueleto narrativo.
Annobón nos traslada a unos años tristes, a vidas desdichadas, injustamente truncadas por la Guerra. Sirva de ejemplo el propio Alfonso Pedraza Ruiz, quien obtuvo el número uno en las oposiciones a judicatura a mediados de 1936 y nunca llegó a ocupar su plaza, primero por el estallido de la contienda y luego por la orden de un ministro de impugnar el resultado de las pruebas. Ya en Madrid, su tarea es defender a multitud de encarcelados, entre ellos Restituto Castilla, quien quizá lo salvara de la cárcel en un desgraciado incidente en que se vio envuelto a los dieciséis años. Pedraza utiliza la influencia de su suegro, Pardo Andújar, para que liberen a la mujer de Castilla, Teresa, y a su hija, Cesárea, injustamente retenidas. Ahí comienza su perdición.
Además del hecho de amar a la misma mujer, Restituto Castilla y Alfonso Pedraza tienen en común un rasgo primordial de su carácter: la entrega irracional y finalmente destructiva a aquello en lo que creen y que consideran su deber vital, aunque por el camino sucumban a la pasión o a una extraña forma de locura y se extravíen. Creo que por esos derroteros transcurre el tema de fondo de la obra, junto con la otra cuestión a mi juicio importante: la imposibilidad de hallar una sola verdad en la explicación del pasado, tal como nos demuestran con sus respectivas versiones Cesárea Castilla y Pilar Pedraza.
         En la tertulia se fueron mezclando varios relatos: la novela que Luis ha escrito y nosotros hemos leído, la narración que cada una de las hijas ofrece a su interlocutor desde interpretaciones bien distintas de unos hechos que llegan incluso a no parecer los mismos, y el que procede de la apasionante descripción que el autor, allí presente,  nos regaló sobre cómo y de dónde surge el embrión de esta obra. (Por cierto, ¡qué bien cuenta Luis cualquier cosa!). Más de una vez le he oído decir que suele acudir a hechos históricos como punto de partida de sus novelas porque le falta imaginación, apreciación que como lectora yo no comparto. Es verdad que siempre se entrega a una exhaustiva labor de documentación; sin embargo, la trasciende desde el momento en que ha decidido convertirla en materia novelesca y la ficción entra en juego. A propósito de esto, también le he escuchado en repetidas ocasiones que, llegado un punto, se siente incapaz de recordar qué fue real y qué inventado, y es que en la novela eso ya no importa, es del todo irrelevante. Trajo a colación una vez más al escritor peruano Julio Ramón Ribeyro y a su recomendación de “contar la verdad de modo que parezca mentira y la mentira como si fuese verdad”, algo que Luis Leante consigue en sus obras con indiscutible maestría.
         Además de sus novelas, los tertulianos del Sofá siempre le agradeceremos a Luis que responda encantado a nuestra llamada y venga a confiarnos  ese otro relato, el de lo acontecido desde la búsqueda tenaz de documentos, su lectura minuciosa y la oscuridad amenazadora de las dificultades que se ciernen sobre el empeño creativo, hasta la fulgurante claridad de sus palabras en la hermosa penumbra que para la ficción novelesca tejen, bajo su batuta de consumado fabulador, la verdad y la mentira.