domingo, 16 de diciembre de 2018

El prestigio de la belleza

(de Piedad Bonnett)

Antes de la tertulia sobre la última novela que leímos, tuvimos la suerte unos cuantos miembros de nuestro club de lectura de cenar con la autora, Piedad Bonnet. Además de otros temas extraliterarios de los que hablamos a lo largo de la velada, la poeta y novelista colombiana tuvo la amabilidad de dedicarnos una palabras sobre la génesis de El prestigio de la belleza. Transcribimos aquí su aportación a nuestra tertulia:


             " Yo iba en un largo viaje en avión, leyendo a una autora belga que me gusta mucho, Amelie Nothomb. Estaba leyendo Biografía del hambre, para mí una de sus  mejores obras. Ese libro desencadenó mis recuerdos de la infancia y, como suelo hacer, en las dos últimas páginas del libro escribí todas las ideas que se me ocurrieron en el momento. Por aquel entonces yo estaba trabajando en una novela sobre un chico que abandona todo y cae en la indigencia, a raíz de una historia que mi hijo me contó alguna vez (lo cuento en Lo que no tiene nombre). No quería seguir escribiendo ese libro, porque era doloroso para mí, y pensé que iba a empezar a escribir a partir de este torrente de emociones que me vino.

        Amelie Nothomb suele contar que ella era una niña extremadamente bella y reverenciada por todos, una especie de “diosecita”; yo, sin embargo, de pequeña sentía lo contrario, tenía la idea de que a mi mamá no le parecía bonita. Soy la primogénita, y mi mamá era una mujer muy hermosa. Cuando yo nací, creo que no salí como ella quería, así que mi mamá empezó a esperar que yo mejorara, pero eso no sucedía. Luego nació mi hermana, muy bonita, y después también mi hermano, con mucho pelo, los ojos grandes… todo lo que yo no tenía. Ella inmediatamente le achacó esto a la herencia de mi papá. En Antioquia, [en Colombia], donde yo viví hasta los siete años, la belleza es un valor extraordinario; además, en América Latina, eso está unido a la raza, a la clase social: importa si eres más blanco, más moreno, más mulato… Esto ahora ha cambiado, pero en ese tiempo era muy estricto. En casa de mi madre era así, tenías que ser blanco del todo, con los ojos grandes: eran de esa forma de pensar española, completamente medieval.

               Subrayé esa frase de Amelie Nothomb “el prestigio de la belleza”, pensando en que era cierta, y empecé a recordar el entorno en que crecí. Me vinieron todos los recuerdos de la cuestión religiosa, los temores, la primera vez que supe de la enfermedad… Fui reconstruyendo mi infancia a ráfagas, y ya de regreso a Bogotá me puse a escribir la novela. Decidí comenzar como en una película que había visto, con la abuela acuclillada ante la madre y el bebé naciendo (trato así de romper el realismo, empezando en el momento del nacimiento). Mi mamá me contó que yo había tardado en nacer dos días, con muchos dolores por su parte, y que nací llena de meconio, la primera deposición (que no es propiamente una deposición, por así decirlo, es como si el bebé se cagara de terror), como si fuera una experiencia de la muerte antes de nacer. Yo he podido sentir y revivir en mi imaginación que nací en medio del temor a la muerte, y empecé a construirme desde ese momento.

               Mi mamá me ponía moños y otras cosas para tratar de embellecerme, y en su afán, como mi papá era muy inteligente, decidió hacerme como él. Encontró un recurso, que era el abominable arte de la recitación; empezó a enseñarme a recitar, y me acordé de la primera vez que, con cinco años, estuve sobre un escenario. Era de noche, estaba delante de mucha gente y alguien me cogió por debajo del vestido. Recuerdo esa intromisión de unas manos que me bajaron de allí... Empecé a desarrollar ese sentimiento y quise llevar este tema hasta los quince años, cuando me llevaron a un internado, porque yo era muy insoportable.

               En esta novela intento hacer las paces con los dolores de la infancia, pero además poner el dedo en la llaga de una sociedad que tiene los valores invertidos y que, con buenas intenciones como las de mi mamá, puede hacer mucho daño. En poesía ya lo dije en algún momento, “esos extraños gestos del amor”, cómo te van haciendo daño con la excusa del amor. Es la única de mis novelas que tiene humor de verdad. Yo me considero una persona con un gran sentido del humor en la vida real, pero no es así en mis novelas. Aquí todo es un poquito esperpéntico, exagerado, pero también con un fondo serio."


Recordamos que la próxima lectura de la tertulia será El cuento de la vida, de Fernando Villamía, autor que tendrá la gentileza de honrarnos con su presencia el 10 de enero. Hasta entonces, felices vacaciones y feliz lectura.







lunes, 26 de noviembre de 2018

Un amor

(de Alejandro Palomas, Premio Nadal 2018)



            La novela que nos ocupó en la última tertulia, Un amor, de Alejandro Palomas, suscitó opiniones diversas y alguna que otra crítica. Desde un principio todos estuvimos de acuerdo en que se trata de una obra que atrapa al lector, lo engancha y hace que quiera seguir leyendo y sabiendo más de esos personajes tan peculiares. Es amena, divertida, en ocasiones hilarante y otras tantas roza lo trágico. Ese carácter agridulce y su facilidad de lectura hacen que sea altamente recomendable como literatura de evasión, como una obra que no nos hace plantearnos demasiados quebraderos de cabeza.

               Sin embargo, muchos de nuestros contertulios echaron en falta un buen armazón narrativo, una trama central que vertebrara esa serie de anécdotas, narradas de forma brillante pero que perfectamente podrían haberse prolongado a lo largo de cien páginas más o haberse interrumpido mucho antes. Los “secretos” que supuestamente han de crear intriga y animar al lector a seguir devorando páginas hasta llegar a su resolución resultan ser bastante previsibles y en modo alguno tan tremendos como se podría esperar, dada la importancia que se les otorga en diferentes momentos de la narración.

             El personaje de Amalia, la madre, fue el que más controversia nos provocó. Por mucho que algunos defendían que, en efecto, existen personas tan peculiares como ella, a la mayoría no le pareció muy verosímil ese cúmulo de rarezas en un solo personaje: aunque pueda haber madres así, no parece muy real la relación de los hijos con ella, esa obsesión por destacar su bondad por encima de todo, por disculpar sus excentricidades. En este punto se dijo que el personaje más real sería Silvia, que, con todos sus defectos, es la que más tiene los pies en la tierra, aunque en ciertos momentos se la quiera hacer aparecer como “la mala”.

            Si hay un hilo conductor en la novela, este sería la mentira: Amalia utiliza la mentira como una coraza para sobrevivir desde muy pequeña, al sentirse rechazada. Con la mentira intenta protegerse siempre, al igual que Fer teje una mentira sobre su relación con Sven para –supuestamente- proteger a su madre, aunque Oxana (brillante y rotundo personaje que para algunos merecería más protagonismo) le hace ver que es a sí mismo al que intenta proteger.

             También se podrían considerar las relaciones familiares como otro hilo conductor, hecho que mereció alguna crítica por centrarse demasiado la narración en los personajes como miembros de la familia, mientras que otros aspectos, como podría ser el mundo del trabajo de cada uno de ellos, aparecen tratados de forma demasiado tangencial.

            Mención aparte merece el tratamiento del tema de la soledad, que atraviesa toda la obra tocando a todos los personajes: el miedo a la soledad de Emma (que en algún momento declara que prefiere estar mal acompañada a estar sola), la soledad de Silvia acompañada de un marido al que no quiere, la de Fer que inventa relaciones para enmascararla, o la soledad voluntariamente elegida de la madre, que en realidad es la menos sola, pues todos los demás la arropan.

         El final de la novela, que a todos nos pareció lo mejor, nos hace cambiar por completo la perspectiva sobre Amalia, que se nos presenta ahora como un personaje valiente y fiel a sus principios, ocultando a todos sus intenciones para que no la hagan cambiar de parecer. A pesar de sus excentricidades, la comprendemos y empezamos a entender su lucidez, extraña pero lúcida al fin y al cabo.

    
               La próxima tertulia (probablemente el 10 de enero) versará sobre   El cuento de la vida, de Fernando Villamía, autor con cuya presencia tendremos la inmensa suerte de contar.



sábado, 18 de agosto de 2018

Lucy, la uruguaya solitaria

Tras meses de silencio, nuestro blog despierta de su letargo con una reseña de la tres últimas obras que nos ocuparon en nuestra tertulia. Gracias, Josune, no sé qué haríamos sin ti...


Reseñas de La uruguaya, Me llamo Lucy Barton y La ciudad solitaria

Pasé por Pynchon hace unos días para recoger un libro que había encargado y me preguntaron por la fecha de nuestra próxima tertulia. No me acordaba con exactitud y al llegar a casa lo miré en mi cuaderno: martes 25 de septiembre a las siete de la tarde. Fue lo último que escribí, tras el resultado de la votación con que cerramos el curso tertuliano y los dos títulos elegidos para comenzar la nueva temporada. Entonces recordé (para mi sonrojo) que de las cinco obras leídas, solo teníamos comentadas dos y he decidido reparar esa falta. Cada una de las tres ausentes merece una reseña individual y extensa que, por haber transcurrido demasiado tiempo, me siento incapaz de producir, y lo lamento. A cambio, van a tener el privilegio de inaugurar una reseña tipo «Tresenuna», fórmula inédita en nuestro blog. Lo que sea con tal de rescatarlas de un  injustificado silencio…

La lectura de La uruguaya, de Pedro Mairal, que comentamos un martes de febrero, nos sentó como nos sentaría ahora una buena lluvia en este agosto húmedo y sofocante.  Resultó fresca, ágil, divertida, de las que permiten ser leídas de tirón. La construcción de la peripecia mantiene el interés del lector, al tiempo que lo arrastra hacia la sospecha del estropicio en que concluirá la aventura sentimental del protagonista. La obra adquiere profundidad a medida que transcurre la acción. El autor distribuye en sabias y proporcionadas dosis la ligereza de la trama y la hondura de algunas reflexiones. Lo que en principio puede parecer una confesión para pedir perdón se convierte, a la luz de las últimas páginas, en la reconstrucción de la historia de una pareja ya rota, en la nómina sintética de sus fisuras. En medio, impagables secuencias de diversa índole: las que tienen que ver con su oficio de escritor, su ambición y sus trampas y mezquindades; los apuros económicos; su condición de padre… Uno de los mayores logros de esta breve novela radica en la hechura de su estilo, entre coloquial y lírico, alentado por la ironía que sostiene el relato y que le confiere entidad y brillantez.

En general, nos gustó mucho. Celebramos su hallazgo (y sobre todo el de su autor) y la juzgamos muy recomendable.

Me llamo Lucy Barton, de la estadounidense Elizabeth Strout, nos convocó en mayo. Sin tener nada que ver con la anterior, también fue de nuestro agrado y desencadenó la que hemos considerado mejor tertulia del curso.

Un gran trasfondo social se vislumbra en esta novela que aborda con habilidad un tema siempre incómodo y espinoso: las heridas que deja la pobreza.  Con ese telón de fondo la autora se apoya en dos cuestiones no menos delicadas: la necesidad vital del amor de madre, de su presencia, de su compañía, y la elaboración de la propia identidad, vaticinada por la frase que constituye el título. El pasado de las dos mujeres, madre e hija, reunidas por la hospitalización de la segunda, se reconstruye a través de sus diálogos y del pensamiento de la joven, quien acude a su memoria para apropiarse del dolor sufrido y convertirlo en su  irrenunciable propiedad (…) esto es mío, esto es mío, esto es mío— (pág. 207). El estudio le permitió escapar de la sordidez en que vivía su familia, le permitió dejar de ser gentuza, pero no pudo salir indemne: el dolor de la infancia dura toda la vida y haberlo padecido no impide infligirlo en los hijos —Esto es lo que les he hecho a mis hijas― (pág. 207). Ese dolor adquiere, en el caso de la protagonista, la forma de una perpetua inseguridad, frecuentemente manifestada en sus expresiones (creo…, me parece…), así como en las dudas sobre la fidelidad de sus recuerdos. Algunos acontecimientos no quedan explicitados (la Cosa, por ejemplo, claramente alusiva a alguna acción reprobable de su desequilibrado padre). Otros, en cambio, son descritos con toda crudeza, como el episodio en que el padre castiga públicamente a su hermano (ese que duerme con los cerdos antes de matarlos) por haberse disfrazado de chica. Por último, queda patente la importancia de la escritura en su vida, en la que es determinante el encuentro con la autora Sarah Payne.

Y a finales de junio concluimos las tertulias del curso con una propuesta novedosa: La ciudad solitaria, de Olivia Laing, la primera incursión que hacemos en el género ensayístico. Se trata de un análisis  serio del sentimiento de soledad relacionado con el arte, con la necesidad de contacto, de comunicación. Un recorrido por el mundo de los raros, de los marginados, frecuentemente hermanados por una infancia de maltrato y sufrimiento. Una suma de  seres estigmatizados por diversos motivos, como la enfermedad (el sida) o la sexualidad diferente. Llama la atención el hecho de que esos artistas extraños y heridos (Edward Hopper, Andy Warhol, Valerie Solanas, David Wojnarowicz, Klaus Nomi, Henry Darger…) logran expresar su singularidad a través de una obra en algunos casos muy reconocida y valorada.

En este hermoso libro queda patente la importancia de la comunicación, de las palabras, y la estremecedora dificultad de algunos seres para manejarlas (Warhol, por ejemplo). Precisamente a nosotros, los integrantes de nuestro sofá, que llevamos años reuniéndonos para hablar de ellas, nadie tiene que convencernos de su valor, de su belleza, de su poder, del inagotable misterio que las envuelve.



¡Feliz recta final de las vacaciones y hasta septiembre!


Como ya ha anticipado Josune, en esta última tertulia del curso procedimos a la votación sobre la mejor obra leída en estos meses y sobre la mejor tertulia.  La primera categoría (mejor obra) la ganaron ex aequo La ciudad solitaria y La uruguaya, y como mejor tertulia Me llamo Lucy Barton.

Para septiembre leeremos el último premio Nadal, Un amor, de Alejandro Palomas. 


lunes, 5 de marzo de 2018

El cuento de la Criada

(de Margaret Atwood)

De nuevo Josune nos cuenta cómo transcurrió la última tertulia. Gracias por tus palabras, es un placer leerte.




La tertulia resultó breve y muy interesante. Las opiniones reflejaron lo poco que, en general,  ha gustado la novela por varios motivos. Parte de un planteamiento original que despierta en el lector expectativas  lamentablemente defraudadas en el desarrollo de la trama. En dos o tres momentos puntuales el argumento parece precipitarse hacia algo sorprendente y clarificador; sin embargo, luego no es así, y nada llega a compensar una espera que resulta demasiado prolongada, al compás de una lectura plana desde el punto de vista estilístico.
          Este aspecto suscitó uno de los mejores instantes de nuestra charla. Recordamos lo esencial de la forma en una novela y en toda la Literatura. Alguien apuntó que tal vez ese estilo seco tratara de ajustarse a la dureza del contenido; no obstante, de inmediato recordamos títulos de obras posiblemente más amargas y desgarradoras en las que el milagro de la belleza formal, incluso del lirismo hallado en medio de la sordidez o el horror, nos hizo soportable e inolvidable su lectura: Las uvas de la ira, Las baladas del ajo, En la orilla, El gran cuaderno
          Observamos también que la construcción de una distopía requiere una estructura mejor trabada y un juego de simbolismos comprensibles en el entramado de la obra. Hay cuestiones explicadas en las páginas finales relativas al Congreso de estudiosos de la “Era Gileadiana”, pero cabe señalar que la aclaración resulta tardía e insuficiente, como si la propia autora respondiera en ese momento a la necesidad de explicitación exigida por una apuesta narrativa tan audaz como incompleta.
          En lo que sí coincidimos todos es en reconocer la eficacia con que la novela concentra comportamientos alienantes registrados en diferentes lugares y épocas de la historia de la humanidad, tras los que el miedo se erige en infalible mecanismo fortalecedor de la ignominia frente al riesgo del dolor y la muerte, además del irreductible instinto humano de supervivencia, que tiene en la adaptación al medio ―aunque este sea el peor de los escenarios posibles— a la vez su trampa y su salvación. “Duramos” porque nos acostumbramos a todo y logramos de este modo salvar el pellejo. También comentamos que esta rendición “a lo que sea” queda patente en la obra.
          La novela fue defendida por su capacidad de enganchar al lector y por el  acierto con que transmite  la sensación de ahogo y aburrimiento que cubre la falta de libertad en la que vive la protagonista, aderezada por el recuerdo de todo aquello que añora y que pertenece a un pasado mejor.
Es probable que con el tiempo recordemos El cuento de la criada al menos por el inquietante aviso que contiene: no estamos libres los seres humanos de echar a perder lo más valioso —la libertad, el amor, la belleza de la expresión artística― cuando nos atenaza el miedo sembrado por el fanatismo y el autoritarismo ideológico. Casi nada…




Para la próxima tertulia, que tendrá lugar el 27 de marzo, leeremos La uruguaya, de Pedro Mairal.

Annobón

(de Luis Leante)

Ya ha pasado un tiempo desde que nos reunimos con uno de nuestros autores preferidos para comentar su última novela. Josune nos hace una estupenda y precisa crónica, como siempre, de lo que allí hablamos.


La novela reúne las virtudes que suelen caracterizar a las narraciones de Luis: agilidad, interés e impecable armazón. Yo añadiría un valor más que singulariza a esta obra: su potente oralidad.
         El punto de partida lo constituye la investigación emprendida por un escritor a raíz de una impactante noticia: el hallazgo, en una localidad del sur de Francia, del cadáver momificado de una mujer. El azar irá encadenando los movimientos de su indagación hasta situarlo en el hecho central: el asesinato, en noviembre de 1932, del Gobernador de Guinea a manos del sargento de la Guardia Civil Restituto Castilla González cuando aquel visitaba Annobón, la pequeña isla en la que Castilla, inspirado por los principios de la República, había fundado una comunidad. El sargento será juzgado y condenado por este crimen y Alfonso Pedraza Ruiz ejercerá de abogado defensor. La novela cuenta la historia de los dos personajes a través del relato de sus respectivas hijas, Cesárea Castilla Martín y Pilar Pedraza Pardo. Sin embargo, la verdadera protagonista es Teresa Martín Martos, la hermosa mujer con la que, en épocas distintas, los dos estuvieron casados. Cabe destacar que uno de los alicientes principales de la lectura lo constituye la curiosidad que despierta este hecho, y así el modo en que Teresa forma parte esencial de la vida de ambos se convierte en un soporte básico del esqueleto narrativo.
Annobón nos traslada a unos años tristes, a vidas desdichadas, injustamente truncadas por la Guerra. Sirva de ejemplo el propio Alfonso Pedraza Ruiz, quien obtuvo el número uno en las oposiciones a judicatura a mediados de 1936 y nunca llegó a ocupar su plaza, primero por el estallido de la contienda y luego por la orden de un ministro de impugnar el resultado de las pruebas. Ya en Madrid, su tarea es defender a multitud de encarcelados, entre ellos Restituto Castilla, quien quizá lo salvara de la cárcel en un desgraciado incidente en que se vio envuelto a los dieciséis años. Pedraza utiliza la influencia de su suegro, Pardo Andújar, para que liberen a la mujer de Castilla, Teresa, y a su hija, Cesárea, injustamente retenidas. Ahí comienza su perdición.
Además del hecho de amar a la misma mujer, Restituto Castilla y Alfonso Pedraza tienen en común un rasgo primordial de su carácter: la entrega irracional y finalmente destructiva a aquello en lo que creen y que consideran su deber vital, aunque por el camino sucumban a la pasión o a una extraña forma de locura y se extravíen. Creo que por esos derroteros transcurre el tema de fondo de la obra, junto con la otra cuestión a mi juicio importante: la imposibilidad de hallar una sola verdad en la explicación del pasado, tal como nos demuestran con sus respectivas versiones Cesárea Castilla y Pilar Pedraza.
         En la tertulia se fueron mezclando varios relatos: la novela que Luis ha escrito y nosotros hemos leído, la narración que cada una de las hijas ofrece a su interlocutor desde interpretaciones bien distintas de unos hechos que llegan incluso a no parecer los mismos, y el que procede de la apasionante descripción que el autor, allí presente,  nos regaló sobre cómo y de dónde surge el embrión de esta obra. (Por cierto, ¡qué bien cuenta Luis cualquier cosa!). Más de una vez le he oído decir que suele acudir a hechos históricos como punto de partida de sus novelas porque le falta imaginación, apreciación que como lectora yo no comparto. Es verdad que siempre se entrega a una exhaustiva labor de documentación; sin embargo, la trasciende desde el momento en que ha decidido convertirla en materia novelesca y la ficción entra en juego. A propósito de esto, también le he escuchado en repetidas ocasiones que, llegado un punto, se siente incapaz de recordar qué fue real y qué inventado, y es que en la novela eso ya no importa, es del todo irrelevante. Trajo a colación una vez más al escritor peruano Julio Ramón Ribeyro y a su recomendación de “contar la verdad de modo que parezca mentira y la mentira como si fuese verdad”, algo que Luis Leante consigue en sus obras con indiscutible maestría.
         Además de sus novelas, los tertulianos del Sofá siempre le agradeceremos a Luis que responda encantado a nuestra llamada y venga a confiarnos  ese otro relato, el de lo acontecido desde la búsqueda tenaz de documentos, su lectura minuciosa y la oscuridad amenazadora de las dificultades que se ciernen sobre el empeño creativo, hasta la fulgurante claridad de sus palabras en la hermosa penumbra que para la ficción novelesca tejen, bajo su batuta de consumado fabulador, la verdad y la mentira.