(de: Almudena Grandes, Sara Mesa, Brenda Navarro y Sofi Oksanen)
Para mitigar los calores de este ardiente verano, Josune nos recuerda en sus refrescantes reseñas las cuatro últimas tertulias que hemos celebrado este año. Feliz lectura a todos y, como siempre, gracias por tus acertadas palabras, querida mater fundatrix.
I. Reseña
de Todo va a mejorar, de Almudena
Grandes.
He dejado para el final (hoy es 28 de julio) la reseña de
la tertulia más alejada en el tiempo de las cuatro que debía. Escribí en primer
lugar la de Ceniza en la boca,
después la de El parque de los perros;
ayer concluí la de Un amor. Pido
disculpas por la demora, esta vez más que excesiva, y la más que probable
ausencia de opiniones y comentarios que seguramente estarían reflejados de haber
hecho el trabajo antes. El recuerdo de nuestras charlas y la revisión de cuanto
tenía anotado sobre las cuatro novelas me ha acompañado, pues, en el final del
curso y en la entrada de las vacaciones, y sé que cuando se las envíe a Emilio
para su publicación en el blog sentiré de verdad que nuestro curso tertuliano ha
concluido. También he terminado mi cuaderno. En su primera página apunté la
fecha de nuestra tertulia inaugural, el 22 de marzo de 2006, precisamente sobre
un libro de relatos de Almudena Grandes, Estaciones
de paso, y la relación de títulos leídos hasta el momento en que decidí
abandonar las anotaciones en folios volanderos y estrené el cuaderno, iniciado
con lo que registré sobre Los peces de la
amargura, de Fernando Aramburu, en enero de 2010.
Así que concluyo la gratísima tarea de escribir sobre lo
leído y comentado esta temporada en nuestro sofá evocando el principio, el
punto de partida, asociado para siempre a ella, Almudena, más que grande, inmensa
Almudena. Todo va a mejorar es su
última obra y reconozco que esa circunstancia influyó en mi lectura, alertó mi
atención para no pasar por alto ningún mensaje importante, no desperdiciar nada
y vivir en esa historia con la intensidad y la entrega que su autora ha
derrochado siempre en su escritura. Concedimos a este libro una acogida
diversa. A unos cuantos nos gustó mucho; a casi todos nos sorprendió su
temática al comienzo, es verdad, pero enseguida se reconoce su inconfundible
estilo, ese modo clásico de narrar, mostrando la vida y el carácter de cada
personaje importante, convertido en centro de las secuencias, perfectamente
medidas y dosificadas, en que se dividen los capítulos. Se trata de una
distopía muy bien armada, una buena y coherente suma de estructura, estrategia
detalladamente descrita y personajes humanos y creíbles.
Es posible que mi casi obsesiva atención me haya hecho
percibir en ella una auténtica tesis, que identifico con claridad como la
reivindicación del valor de nuestra maltrecha y crispada democracia, la cual,
con todas sus limitaciones, es rotundamente un ámbito de libertad que no
debemos dar por hecho y descuidar. Y detecto como hermosa idea subyacente a esa
tesis la fuerza imparable de esa LIBERTAD y el poder transformador de la
DECENCIA en algunas personas lúcidas y con conciencia. Estos son los “pobres
desgraciados” que forman “El Monte”. Uno de los grandes aciertos de la obra lo
constituye precisamente la heterogeneidad del grupo, de modo que la decencia y
el sentido de la responsabilidad se dan en personas de edades diferentes y que
pertenecen a distintas esferas culturales y laborales. Se trata de un pequeño
cosmos que contiene la diversidad del mundo, pero entre ellos se reconocen y se
entienden.
Su mensaje prende como la pólvora: cuando se difunden los
anuncios con sus eslóganes, la gente afirma: “Ya era hora”. A partir de ahí el
proceso es imparable y el Gran Capitán y Megan García, su mano derecha, lo
saben, aunque ellos lograrán salir incólumes, claro: el poder sabe protegerse
con suma eficacia. Son otros los que han de actuar y arriesgar la vida: Rodrigo
Sosa, por ejemplo, esencial en la recta final y decisiva del plan. Esa parte en
la que “El Monte” se da a conocer y comienza a resquebrajarse el sistema me
parece magnífica y muy esperanzadora, pues confirma que todas las dictaduras y
organizaciones basadas en la manipulación, la ignorancia y el miedo acaban por
caer. Sin embargo, no lo hacen enseguida ni espontáneamente, y es ahí donde
surge unconcepto clave en los más bellos e intensos relatos de ficción, el del heroísmo,
que muestra en esta novela su radical humanidad. “Ya era hora”, afirman
ciudadanos anónimos al leer los subversivos mensajes en las pantallas. La
anestesia que alimentaba su mansedumbre y adocenamiento pierde efectividad y
despiertan por fin espoleados por otros, convertidos en héroes accidentales e
involuntarios, “pobres desgraciados” a los que les ha tocado afrontar la
verdad y, a pesar del miedo, obedecen el impulso vigoroso de la libertad como
irrenunciable condición de la existencia humana. Creo que este es el mensaje
profundo que la autora nos ha querido dejar.
La conmovedora Nota final de Luis García Montero explica,
además del proceso de escritura de la obra, la razón de un desenlace que, sin
ser lo mejor de la novela, ni desmerece ni la malogra, y cuyo valor trasciende
lo meramente literario. Confiesa haberlo escrito él siguiendo las instrucciones
de Almudena, con sus fuerzas ya muy debilitadas en las que serían sus últimas
semanas de vida. La imagen de ambos entregados a tan noble cometido me parece
estremecedora. Afirmaba Almudena que sus lectores éramos su libertad, pues con
nuestro apoyo ella había podido escribir los libros que había querido y no los
que los demás esperaban. Esa fue su gran fortuna, desde luego, y también la
nuestra, pues si en la buena literatura, en “la literatura que importa” (en
palabras de Muñoz Molina) reconocemos el prodigio de ensancharnos la vida y de sentir
que, por más que lo parezca, no estamos solos, en las obras de Almudena Grandes
hallaremos siempre, además, la voluntad férrea y la pasión de los personajes
por ella preferidos, “los supervivientes”, cincelados con el hermoso torrente
de sus palabras, alentados por su compromiso con la verdad, la libertad y la
vida, por encima del silencio, el olvido y la muerte.
II. Reseña
de Un amor, de Sara Mesa.
Interesante
y original novela que algunos ya conocían o habían leído y que para otros ha
supuesto el descubrimiento de una autora dotada de una voz singular y de gran destreza
para construir un relato de creciente tensión, sostenida en la conducta de
curiosos personajes. Destaca el empleo del
presente como tiempo verbal predominante desde el primer párrafo, en
perfecta armonía con un estilo cuidado, bien medido, al servicio de un omnisciente
que sintetiza de muy hábil manera la narración, la descripción y el diálogo, de
modo que el lector se convierte en espectador de hechos y conversaciones que
están sucediendo en ese mismo momento, como un testigo privilegiado de cuanto
acontece, instalado en ese lugar inhóspito en el que no se sabe por qué la
protagonista, Natalia (Nat), ha decidido vivir.
Se
nos presenta un microcosmos desolador, La Escapa, pedanía formada por unas
cuantas casas de campo, a quince minutos en coche de Petacas, una pequeña
población en la que vive el casero de Nat, un tipo arisco y desagradable, de
bruscos modales, remiso a aceptar las peticiones de su nueva inquilina, muy
descontenta con el estado de la vivienda. Todo apunta a que la elección del
lugar ha sido un verdadero error (“Si
tuviera que explicar por qué está allí, le costaría encontrar una respuesta
convincente. Por eso, llegado el momento, da evasivas y se limita a hablar de
un cambio de aires.”), con lo que el eje fundamental de la novela en sus
primeros compases lo constituye el empeño de la protagonista de adaptarse a ese
entorno hostil e ir humanizando su nuevo hogar, dotándolo de una mínima
confortabilidad, así como crear un vínculo aceptable con el perro que el dueño
le ha dejado, animal tan poco amigable como él mismo. Otro dato importante que
enseguida se conoce es el de la dedicación profesional de Natalia: es traductora,
lo cual justifica su tendencia a reflexionar sobre las palabras y las
expresiones que debe trasladar del texto original a otro idioma, y explica, a mi
juicio, la peculiar relación que ella
mantiene con su entorno. Cabe señalar, no obstante, que la protagonista no
despertó demasiada simpatía entre nosotros.
Los
personajes, Nat incluida, no son caracterizados con nitidez. Da la impresión de
que todos ocultan algo importante, incluso el hippie Píter, que es quien mejor se porta con ella. La trama ve
aumentado significativamente su interés cuando aparece en escena Andreas el
alemán, quien se ofrece a repararle las goteras si ella accede a acostarse con
él una vez: “Puedo arreglarte el tejado a
cambio de que me dejes entrar en ti un rato”. La fórmula empleada para proponerle
el trueque resulta sorprendente y, una vez establecida la relación sexual y
afectiva entre ellos, y a medida que la personalidad de Andreas se va
perfilando, parece poco verosímil. Sin embargo, el relato ha adoptado el latido
agobiante de una obsesión, la patológica dependencia que ella siente hacia él,
basada en la extraña suma de lo que sobre su amante conoce e ignora. Su mente
de traductora deforma la identidad que él, parco y directo, ofrece, y ella lo
interpreta desde su propia y confusa realidad, desde su personalidad inestable,
convaleciente de pasadas heridas (robó algo en su antiguo trabajo y por eso lo
dejó y se instaló en La Escapa).
Una
breve conversación con su vecina Roberta, aquejada de demencia, creo que refleja
muy bien el tema esencial de esta historia: la dificultad de la comunicación,
los equívocos surgidos en las relaciones humanas al proyectar en los demás las
propias necesidades, los propios fantasmas. Afirma Roberta que en La Escapa “nadie entiende a nadie. (…) ¿No ves que aquí
no ha nacido nadie? Todo el mundo viene de fuera. Cada uno habla en un idioma
diferente. En inglés, en francés, en alemán…, ¡en ruso!, ¡en chino!”.
Aunque en ese momento Nat no le da la razón, el modo en que, tras el incidente
del ataque del perro a la niña, reacciona cada cual le causa gran sorpresa y
decepción. Y tiempo después de su ruptura con Andreas, al poco de haber sufrido
la violenta agresión por parte de su casero, se presenta en casa del alemán y
su percepción del individuo por el que sintió una sumisión enfermiza ha variado
radicalmente: “Tiene delante a un hombre
que encendió algo en ella, algo grande y desconocido, laberíntico e inagotable,
pero no siente nada. En los ojos de Andreas había aleteado un mensaje que ella
interpretó como el acceso a un poder o a unos conocimientos inasequibles al
resto. Pero eso se ha esfumado.” (…) “En
realidad suena grotesco, torpe, inculto, tal como le parecía al principio,
cuando lo miraba de lejos y solo era un pedazo del paisaje, nada más. El
alemán, un hombre cualquiera, como cualquier otro. Y ella, piensa, se había
empeñado en traducirlo, en llevarlo a su terreno. Qué absurda pretensión, se
dice. Si no fuera ridículo, sería hasta divertido.”
En
las líneas anteriores ha quedado explicitada la cuestión medular que vertebra
una novela marcadamente psicológica, de atmósfera agobiante, cuyo argumento
puede interpretarse desde el obvio simbolismo de una huida, la de Natalia (de
ahí el topónimo de La Escapa), y con un final susceptible de calificarse como
“feliz”, en tanto la protagonista experimenta, en el mirador de El Glauco, el
monte de aquel lugar, una especie de revelación que le permite comprender el
sentido de lo vivido por ella desde el brumoso y, a mi juicio, poco creíble
episodio del robo: “Ahora sabe leerlo.
(…) Comprende que no se llega al blanco apuntando, sino descuidadamente,
mediante oscilaciones y rodeos, casi por casualidad. (…)Ve con claridad que
todo conducía a ese momento. Incluso lo que parecía no conducir a ninguna
parte.”
Así
concluye Un amor, interesante y muy
recomendable novela, escrita con la precisión, la belleza y la eficacia de un
estilo que es al tiempo mirada y voz de una creadora certera, sugerente y muy
singular.
III. Reseña
de Ceniza en la boca, de Brenda
Navarro.
Esta
novela, cuya lectura estuvo precedida por reiteradas advertencias sobre su gran
calidad y la dureza de la historia que contiene, motivó una de las tertulias
más largas, intensas e inolvidables que hemos celebrado. La dimos por concluida
dos horas después de iniciarla, sorprendidos de lo rápido que se nos había
pasado el tiempo,
En
general, gustó mucho; muchísimo en algunos casos. Desde las primeras líneas
conocemos el triste acontecimiento desencadenante del relato de la narradora:
el suicidio de su hermano adolescente, su salto al vacío desde un quinto piso.
A partir de ahí, reconstruye la historia familiar en su México natal, donde su
madre la convirtió en responsable de su hermano menor, en el hogar de sus
abuelos, mientras ella trabajaba en España, con la intención de llevárselos en
cuanto alcanzara una situación mínimamente estable. En los nueve años que dura
la ausencia de la madre se fragua el estrecho vínculo entre los hijos, el cual
explica el amargo e insoportable sentimiento de culpa que ella arrastrará y que
parece calmarse cuando se come sus cenizas, hecho mencionado en el impactante
título de la novela.
El
relato nos sumerge sin concesiones en una realidad que conocemos bien, la de
las mujeres inmigrantes que trabajan en nuestro país como empleadas de hogar o
cuidadoras de personas mayores, a cambio
de sueldos frecuentemente exiguos y en condiciones laborales a menudo injustas
y abusivas. Entre los dos hermanos se da la suficiente diferencia de edad para
que deban afrontar circunstancias vitales distintas: él ha de estar escolarizado y ella ya tiene posibilidades de
trabajar e intentar asumir las riendas de su vida, libre por fin de
obligaciones que no le corresponden y que vuelven a recaer en la madre.
El
comportamiento de Diego es el de un muchacho adolescente desarraigado, perdido
en una ciudad que no le gusta y en la que se siente señalado por su aspecto y
su acento. La narradora pelea por salir adelante primero en Madrid y luego en
Barcelona, apoyada por mujeres en situación parecida (“las primas”). Su trabajo
en casa de la anciana Laura constituye un episodio conmovedor(“…
yo le cuidaba el cuerpo, pero ella me cuidaba la soledad.”) y muy
ilustrativo sobre el abandono que frecuentemente sufren nuestros abuelos.
Mantiene una relación sentimental con Tom-Tomás, al que conoce en el centro
donde estudia inglés, y desde el principio le miente, finge ser otra persona.
Su historia acaba cuando se descubre la verdad y queda en el aire la pregunta
de si él la hubiera mirado de saber qué era y a qué se dedicaba realmente. A
propósito de esta incógnita comentamos la presencia en la novela de una actitud
muy crítica hacia los españoles (“te
ofrecen su casa, pero nunca te dan la dirección”) e intercambiamos
pareceres sobre nuestro grado de hospitalidad, nuestra capacidad de acogida a
los inmigrantes y sobre si tiene fundamento afirmar que los españoles somos
racistas.
Algunos
de nosotros, docentes en centros con numeroso alumnado de origen extranjero,
somos testigos de la facilidad generalizada con que se integran. Claro que se
dan problemas puntuales, fundamentalmente conflictos interculturales; por ejemplo,
entre los procedentes del Este europeo y los magrebíes. Y también advertimos,
sobre todo en estos últimos, la frecuente falta de interés en lograr una
integración real y su empecinamiento en actitudes machistas admitidas en el
contexto cultural al que pertenecen por origen y educación.
El
tema, por tanto, es amplio y muy complejo, y nos llevó a recordar nuestro
propio pasado de país del que muchos marcharon al extranjero a trabajar en
condiciones parecidas a las que ahora padecen otros en nuestro territorio. Y
mencionamos también que la actual crisis económica nos afecta a todos y son muchos
los españoles que se hallan en las mismas circunstancias de precariedad descritas
por la narradora.
No
resulta fácil adaptarse a otro país, ciertamente, ni restañar las heridas
emocionales del desarraigo, pues en la distancia el terruño abandonado a menudo
adquiere, aun sin razones objetivas para merecerlo, la categoría de “paraíso
perdido”. De algún modo, la protagonista y su hermano cargan con ese “síndrome”
que su madre no corre riesgo de padecer, ya que para ella la vida en España,
pese a todas las dificultades, nunca puede ser peor que la que ha decidido
dejar atrás, por ella misma y por sus hijos.
Además
del tema de la inmigración, aflora en la novela otra cuestión importante: el
silencio con que en la educación y el cuidado de los hijos se tiende a cubrir la
realidad desgraciada. La narradora habita ella misma en una nebulosa que
comienza en su propio origen: desconoce quién es su padre y su madre responde
con evasivas si se lo pregunta. Cuando regresa a su país con las cenizas de su
hermano se le revelará el drama de corrupción, violencia y terror que afecta a
buena parte de la sociedad mexicana, su familia incluida: “Ni Joana, ni tu tía, ni tus primos van a aparecer. ¿Ahora ya entiendes
que lo peor no es la muerte o te vas a esperar a desaparecer para saberlo? Vete
ya a Madrid.” Estas son las elocuentes palabras de su abuela.
Y
regresa a España, junto a su madre, quien gracias a su amiga Jimena ha
conseguido un trabajo estable en una escuela infantil de El Viso. “Yo no vi a mi mamá tener un duelo, ni el día
que yo llegué de Barcelona dejó de trabajar y de cuidar a quien le tocaba
cuidar. Al contrario, a partir de eso, se esforzaba más en trabajar, lo más que
pudiera, tener la cabeza entretenida (…). Mi mamá, siendo mi mamá, en su
soliloquio interno, saliendo victoriosa y huyendo del hedor del que ni Diego ni
yo quisimos salir.” En estas últimas líneas hallamos el reconocimiento por
parte de la narradora de la diferente actitud con que madre e hijos encaran su circunstancia
vital. El muchacho se arroja al vacío y ella queda a
merced de esa imagen que nunca vio “pero
como si lo hubiera visto, porque lo tengo taladrándome la cabeza y no me deja
dormir.” En ese presente doloroso e incierto concluye la novela, tras saber
que un rato antes del final los hermanos conversaron por teléfono por última
vez, de la muerte y de música, y luego hubo más llamadas que ella no llegó a
escuchar, registradas en su móvil como en su alma una culpa despiadada.
Alguien
afirmó en la tertulia que todos estamos marcados por algo. Crecemos y, en el
mejor de los casos, nos hacemos fuertes al afrontar esa muesca, esa señal que
nos distingue y no precisamente para bien, convirtiéndonos en blanco de la
crueldad ajena. A veces una rabia intensa emerge como respuesta liberadora que
nos empuja a defender nuestra dignidad. En ocasiones, sin embargo, estalla
contra nosotros mismos y nos destruye. Y otras veces se esconde en una cinta
sin fin que acampa en nuestra mente como la porfiada pesadilla que de niños
interrumpía nuestro sueño. Pero también las pesadillas pueden morir, aplastadas
por una voz amiga o una música melosa y juguetona, y tras la ventana, aupada
sobre el vacío, nos sigue aguardando la vida, tan absurda como real.
IV. Reseña
de El parque de los perros, de
Sofi Oksanen.
La autora de Purga nos sumerge, a través del lucrativo
negocio de la donación de óvulos, en la Ucrania postsoviética infectada de
corrupción, cuyos habitantes tratan de sobrevivir azuzados por la pobreza y el
miedo, empujados por la corriente tumultuosa de su historia más reciente,
complicada y sangrante.
El parque de los
perros es una novela de compleja construcción y valiente temática, narrada
en primera persona por Olenka, quien desde su presente, en el Helsinki de 2016,
a partir del encuentro con la misteriosa Daría, explicará su situación de
fugitiva a un destinatario cuya identidad no se desvela enseguida, al tiempo
que ella misma va construyendo su autorretrato con dolor y verdad. En su relato
conoceremos el perverso engranaje que convierte a bellas muchachas eslavas en
procreadoras apetecibles para parejas con dificultades a la hora de concebir. Las
eligen teniendo en cuenta, además de su hermosura, su estado físico, su genética,
su coeficiente intelectual y sus aptitudes, en el empeño de lograr un hijo
extraordinario. Y si el primero sale bien, repiten el proceso para ampliar la
familia. El operativo está amparado por una estructura de agencias que protegen
a los clientes y pagan muy generosamente a las donantes, ajenas en ese momento
a las secuelas físicas y psicológicas derivadas del proceso. Comentamos en la
tertulia que el examen a que son sometidas las jóvenes con el fin de que se
pueda valorar su idoneidad para esa maternidad puramente funcional recuerda
mucho a la selección que los traficantes de esclavos realizaban en los países
del África negra para venderlos como mano de obra a los terratenientes
algodoneros estadounidenses. Han variado los contextos y la finalidad; sin
embargo, en ambos casos se trata de la utilización de seres humanos para
obtener un beneficio, adquiera este la forma de trabajo, servicio y
rentabilidad económica o el logro de una prole perfecta.
Olenka vive escondida, huye de su pasado, y parece que
Daría ha ido a su encuentro para pedirle cuentas. Junto con la necesidad de
salir de la pobreza, la venganza aparece también como importante motor de las
acciones de algunos personajes, Daría entre ellos. En el destinatario de
la narración confluyen dos condiciones difícilmente compatibles: la de amante de
Olenka y padre de su hijo, y la de asalariado y protector de Veles, el poderoso
magnate responsable del dramático final de los progenitores de Olenka y Daría,
en un ámbito de absoluta corrupción, degradación moral y procedimientos
mafiosos.
El relato de Olenka acaba construyendo la verdad con la
conciencia clara de que la mentira puede no ser perdonada, pero responde a una
situación de autodefensa, de persecución de la propia supervivencia y
bienestar. En sus palabras se advierte con frecuencia el lamento por no haber
podido mostrar su identidad auténtica, completa, y sus orígenes a alguien en
quien ha hallado, de forma inesperada, espontánea complicidad y amor. De hecho,
la novela se cierra con un ambiguo desenlace en el que Olenka, concluida su
prolija confesión, aguarda el encuentro con Roman, quien finalmente ha dado con
ella, aunque no sabemos si para seguir amándola y protegiéndola o para, en
cumplimiento de su oficio y decepcionado con ella, matarla.
El interés que suscita la trama logra paliar la ausencia
de un valor estilístico que habría engrandecido esta interesantísima novela. Sofi Oksanen
acostumbra a indagar en su narrativa en las regiones más crudas de una realidad
muy bien descrita a partir de lo que parece un exhaustivo proceso de
documentación. Uno de los mayores aciertos de El parque de los perros estriba en el difícil equilibrio logrado
entre la profusión de datos históricos y la construcción de los personajes,
siempre desde la mirada humana, dolorida y comprensiva de la narradora. Por su
parte, el título, nada alusivo en principio a la crudeza de los temas tratados,
adquiere al final todo su sentido en tanto menciona el lugar del encuentro
entre Olenka y Daría, antaño amigas y cómplices, elegidas por su hermosura y
perfección para gestar criaturas también hermosas, a las que en su desgraciado
presente contemplan como suyas, y reconocen en ellas los rasgos familiares que
les han legado, en un conmovedor intento de aferrarse a la vida, la que fueron
capaces de dar y la que, pese a todo, con su grandeza y sus miserias, todavía las
sostiene.
Como es tradición, en la última reunión votamos cuál nos había parecido la mejor obra que habíamos leído este curso y cuál la mejor tertulia. Como mejor novela resultó ganadora Hamnet, de Maggie O'Farrell, y como mejor tertulia Ceniza en la boca, de Brenda Navarro.
Feliz verano y frescas lecturas para todos.