(de Layla Martínez).
Aquí tenemos la última reseña de este curso que, como siempre, nos presenta Josune con su habitual elegancia y acierto. Gracias.
Reseña sobre Carcoma, de Layla Martínez
La última lectura de este curso
nonos ha dejado indiferentes y ha despertado reacciones encontradas: ha provocado
tanto entusiasmo en unos como desagrado en otros. Creo que ha sido más numeroso
el grupo de quienes la han elogiado poniendo el acento en su sorprendente
visceralidad, en la descarnada expresión del odio que corroe a los miembros de
una familia y a su propia casa, y de la venganza en que desemboca ese odio,
planteada como irremediable.
La historia está narrada en primera
persona por las voces de abuela y nieta, que se van alternando y que resultan
indistinguibles, lo cual puede considerarse un fallo importante desde el punto
de vista de la construcción de la novela o algo que la autora hace a propósito,
acaso con la intención de intensificar el corrosivo resentimiento que
comparten. Particularmente, yo me inclino por la primera opción. Reconozco, no
obstante, un buen manejo de la lengua e indiscutible fluidez en un relato donde
menudean fragmentos ̶ enumeraciones
sobre todo ̶ sin signos de puntuación,
en un loable y eficaz intento estilístico de mostrar las palabras brotando “desde
las tripas”, tal como alguien muy gráficamente señaló.
La casa interviene como un personaje
fundamental, con vida propia, cómplice activo de ese odio que engulle a sus
moradores y por la que pasean “ángeles de verdad” que son como insectos
gigantes o mantis religiosas, y sombras acechantes que se arrastran desde el
suelo hasta el techo. Dada la presencia en la obra de acontecimientos
sobrenaturales incorporados a lo cotidiano, debatimos sobre su adscripción al
realismo mágico latinoamericano, o al subgénero de terror; probablemente, sin
embargo, el parentesco literario que mejor le cuadre sea el de su vinculación
con el tremendismo de Cela, por ejemplo, por la crudeza y la brutalidad
presentes en varias situaciones y la atmósfera opresiva que se respira en el
lugar.
El trasfondo de la obra es la denuncia de la injusticia social mostrada como una realidad antigua e inamovible, en tanto abuela y nieta mantienen la misma queja e idéntica actitud, a pesar de la distancia cronológica que separa sus vivencias. En mi opinión, el tratamiento de este tema es parcial y tópico. El abuso y el desprecio de los ricos hacia quienes les sirven se presenta como un hecho indiscutible, sin fisuras ni matices. Al igual que la conducta de cada uno de los personajes, que obedece más a consignas de clase que a un carácter individual y complejo.
También hubo discrepancias al
valorar la verosimilitud del ambiente rural donde se desenvuelve la historia.
La nieta pertenece a nuestro presente, pero parece anclada en la misma queja
proferida por su abuela, como si, a pesar del paso del tiempo, no se hubiera
operado cambio alguno, lo cual creo que resulta difícilmente creíble. No se
identifica la población, pero se alude a Cuenca como la capital más próxima y también
se menciona Madrid; es decir, no se trata de una localización remota que podría
justificar el estatismo en los comportamientos y la perpetuación de actitudes
despreciables. Sin embargo, hubo quien alabó la descripción de esa atmósfera
propia de los pueblos, y la consideró reconocible en la actualidad.
Algunos hechos no quedan
aclarados. Por ejemplo, lo que tiene que ver con el eslabón intermedio entre
las dos narradoras, hija de una y madre de la otra, la bellísima mujer que
volvió transformada tras su desaparición (se la llevaron, aunque no acabamos de
saber quiénes ni qué fue lo que ocurrió). Resulta especialmente terrible la
venganza que la joven ejecuta sobre el niño al que cuida, el cual acaba
encerrado tras los muros de la casa maldita, igual que el bisabuelo que la
mandó construir y que sembró con su brutalidad la carcoma del odio: «En esta casa no se hereda dinero ni anillos
de oro ni sábanas bordadas con las iniciales, aquí lo que nos dejan los muertos
son las camas y el resentimiento. La mala sangre y un sitio para echarte por la
noche, eso es lo único que puedes heredar en esta casa.» (p. 11)
Quiero destacar dos afirmaciones
vertidas en la tertulia con las que estoy completamente de acuerdo: “el odio se
aprende” y “la carcoma (el odio) se trata, se combate”. La primera idea queda de
sobra demostrada y expresada en la novela: «La
vieja tiene razón cuando dice que en esta casa se nos come la rabia, pero no es
porque nazcamos con algo torcido dentro. Se nos va torciendo luego, poco a
poco, de apretar los dientes.» (p. 98) En cambio, no se concede el menor
espacio para la segunda, y considero que esta es la razón de que pueda resultar tan ardua y agobiante su lectura, y
tan cruel la venganza ejecutada sobre el niño, inocente al fin y al cabo.
En el contraste de nuestras opiniones se puso de manifiesto el desconcierto que causa siempre el odio en quien no lo padece aunque sabe identificarlo en otro, y la compasión que despierta, como la que puede provocarnos una enfermedad impensable desde un estado de salud, pero a la vez temible en el reconocimiento de la vulnerabilidad que nos envuelve. Nos espanta y nos duele el odio como concepto; sin embargo, encarnado en alguien, en el fondo quizá lo comprendemos.
Hubo unanimidad al destacar el
acierto del título y la belleza de la portada del libro, cuyo éxito no admite
discusión: se han vendido más de 30.000 ejemplares y ha sido traducido a más de
dieciséis idiomas. Por último, antes de realizar nuestra tradicional votación
de cierre del curso, comentamos que ha sido esta una temporada de altísimo
nivel, por lo que no parecía nada fácil elegir una sola obra y una sola
tertulia. Aun así, lo hicimos: La clase de griego, de Han Kang, resultó la obra ganadora y, como tertulia,
la de Un caballero en Moscú, de Amor
Towles.
Un año más -y en marzo pasado cumplimos diecinueve
̶ ha sido un placer sentarnos en nuestro
Sofá a conversar a partir de lo que hemos acordado leer. Qué suerte tenemos de
que las reservas del vicio que compartimos sean inagotables…
Nos encontraremos el 14 de
octubre, martes, con Libre, de Lea
Ypi.
¡Felices lecturas y buen descanso
estival a todos!
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