miércoles, 25 de junio de 2025

El tiempo de las moscas

 (de Claudia Piñeiro)


Refrescantes como siempre nos llegan las palabras de Josune para aliviarnos los sofocos estivales. Gracias por tu crónica, querida nuestra. 


Reseña sobre El tiempo de las moscas, de Claudia Piñeiro

Coincidimos, en general, en considerar El tiempo de las moscas como una narración entretenida, que capta de inmediato el interés del lector y mantiene con eficacia una intriga cuyo desarrollo, un tanto forzado e inverosímil, lleva a cuestionarse su valor como “novela negra”, etiqueta que en principio le podría cuadrar. La obra contiene una suma de ficción, documentación teórica y reflexión que algunos alabaron y otros, en cambio, no acabamos de ver bien ensamblada.

Inés Experey, la protagonista, mató a la amante de su marido y ha estado por ello  durante quince años en la cárcel. Cumplida su condena, intenta llevar una vida normal y se dedica al control de plagas con una empresa propia (MMM, iniciales de Muerte, Mujeres y Mosca, el insecto preferido de Inés, sobre el que se nos proporciona exhaustiva información). El ofrecimiento, por parte de una clienta, Susana Bonar, de una importante cantidad de dinero a cambio de un veneno con el cual eliminar, según ella dice, a quien quiere llevarse a su marido, supone una gran tentación para Inés. Si aceptara, se despejaría económicamente su futuro a la vez que se resolvería el problema de la Manca, su socia y amiga, que ha de tratarse un bulto en el pecho y no dispone de capital para hacerlo con la urgencia que debería. Sin embargo, si el envenenamiento tuviera éxito y quedara relacionado con ella, podría volver a la cárcel, algo que de ningún modo se siente capaz de aceptar. Y así, con el fin de minimizar riesgos, ella misma y la Manca, investigadora privada, tratan de recoger información sobre la señora Bonar. El descubrimiento de que Laura, la hija de Inés, está relacionada con Susana incrementa la tensión de la intriga; sin embargo, esta flaquea con la sorprendente y atrevida estrategia ideada por Rody 2, primo y colaborador de la Manca, para sonsacar a Guillermina, la hija adolescente de Laura y nieta, por tanto, de Inés, cuya existencia esta desconocía.


La acción va creciendo a un ritmo trepidante y las piezas acaban de encajar al revelarse que Timo (antes Tamara), hijo de Susana Bonar e íntimo amigo de Guille, había cambiado de sexo, hecho que su madre no aceptó jamás. El chico acabó suicidándose y la señora Bonar culpó al colegio y sobre todo a Laura, la psicopedagoga. El veneno, en realidad, lo quería para vengarse de Laura matando a Dante, su bebé. La trama concluye en un desenlace que podemos considerar feliz: la oportuna intervención de Inés y la Manca evita la tragedia, Guille muestra interés por relacionarse con su abuela, de la que hasta ese momento nada sabía, y la Manca es intervenida y tratada a tiempo. Cabe destacar lo increíble que resulta el modo en que las dos amigas consiguen que el doctor Ortiz les devuelva el dinero cobrado por la operación y el tratamiento oncológico: amenazándolo con una pistola, ni más ni menos. Si, como alguien sugirió de pasada, hay sentido del humor en la novela, tal vez habría que valorar este episodio desde la comicidad. No se me ocurre otra explicación a semejante giro.

Al final de la tertulia mencionamos varias cuestiones en las que apenas habíamos recalado y que hubiera sido interesante y necesario comentar: la maternidad como experiencia conflictiva  ̶ así la vive Inés, que nunca se entendió con su madre ni tampoco con su hija ̶ , los capítulos en los que, a modo de tragedia clásica, interviene el coro y se abre un debate sobre lo que va aconteciendo, el tema del cambio de sexo en adolescentes… No profundizamos en nada de todo esto y, en cambio, sí nos detuvimos largamente en el controvertido asunto del lenguaje inclusivo, practicado por la autora en varias ocasiones (a través del narrador o de su protagonista) y que enlaza con el enfoque feminista subyacente en su novela y claramente explicitado en los capítulos de corte ensayístico. Indiqué entonces y repito ahora que ha sido la primera vez que he observado el desdoblamiento de género en una obra literaria, y me ha causado, tal como afirmé en la tertulia, una irritación superior incluso a la que me despierta esta práctica en la comunicación cotidiana. He detectado en su empleo la misma incongruencia que percibo en el uso oral, pero ahora con la ventaja de que, al aparecer negro sobre blanco, he podido subrayarla a fin de reflexionar sobre ella. Considero incongruente el desdoblamiento cuando se realiza al comienzo de un texto escrito, o de una intervención oral, y deja de hacerse en el desarrollo posterior en las palabras afectadas por la concordancia, fundamentalmente determinantes, adjetivos y participios en función adjetival. Sirva como ejemplo esta expresión presente en las últimas líneas de la página 90: «(…) juraría que la conductora del noticiero es una de los tantos y tantas retratados en el pasillo de la señora Bonar.» Si se toma la molestia de añadir “y tantas”, ¿por qué se conforma con el genérico en “retratados” y no completa con “retratadas”?


Otro ejemplo: al final de la página 96 y al principio de la 97 escribe «sus padres madres» y «los pibes y las pibas». En el último párrafo de esa misma página 97 aparece esto: «como hace un médico cuando te manda a un especialista». ¿Por qué no «como hace un médico o una médica cuando te manda a un o una especialista»?

Creo que son muy de agradecer estas “incongruencias” o “despistes”, porque, cuando la autora se emplea a fondo y lleva cuidado, el resultado es tan insufrible, a mi juicio, como el conseguido en la redacción del aviso de Inés a sus clientes de que interrumpe por unos días su servicio (páginas 110 y 111). Opino que la práctica incompleta de la medida obedece a la innecesaria artificiosidad que supone y frente a la cual la misma lengua parece defenderse conduciendo al emisor por la senda de la naturalidad.

Pertenezco a esa parte de la población que reivindica el uso del genérico (que no masculino) en aras de la economía del lenguaje y de su fluidez esencial, con el fin de facilitar al emisor del discurso la posibilidad de concentrar su atención en el contenido y en la corrección formal de las ideas que trata de expresar, liberado de la tediosa carga del desdoblamiento de género. Siempre me sentí incluida en el genérico; jamás se me ocurrió no estarlo, y la obsesión por el desdoblamiento no ha dejado de parecerme más una invención de carácter ideológico que un ajuste lingüístico. En la tertulia fuimos varios los valedores de esta postura, y recordamos, además, que ha sido avalada desde el principio por la RAE. El debate, por supuesto, surgió, y en él expusieron sus argumentos quienes defendieron como absolutamente necesario el lenguaje inclusivo en tanto concede a las mujeres una visibilidad lingüística de la que, en su opinión, carecían, y otorga justo protagonismo a la condición femenina en ámbitos de la realidad por ella dominados. La alusión al colectivo de enfermeras ilustró este planteamiento.

Debo resaltar la esclarecedora intervención de Lluís, quien, con su mesura y brillantez habituales, describió sus dudas sobre el tema, acrecentadas por el criterio de autorizadas voces feministas provenientes del mundo universitario que muestran su hartazgo por la obligación de esta práctica a la vez que denuncian su carácter de imposición. La polémica, por tanto, es real y, aunque desconocemos en qué sentido se resolverá, me pareció curioso que en las dos posturas exista el convencimiento de que es la otra la que está vencida.

Asumo la responsabilidad de haber dificultado, al abordar este asunto, un debate literario más completo sobre El tiempo de las moscas, y quiero insistir en el motivo: es la primera obra narrativa en la que he observado su aplicación, y el tema no me parece menor. Por otro lado, se me ocurren pocos lugares donde podamos polemizar con la libertad y el respeto con que lo hacemos en nuestro Sofá, y, al margen de cuánto nos haya gustado la novela y de la opinión que su calidad nos ha merecido, además de la amenidad de la trama y la variedad de sus reflexiones y propuestas temáticas, hemos de agradecerle a la autora que nos haya brindado la oportunidad de intercambiar opiniones sobre la controversia suscitada por la práctica del lenguaje inclusivo, mucho más compleja de lo que ha quedado referido en estas líneas. Seguro que dispondremos de otras ocasiones para continuar debatiendo.

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