domingo, 27 de julio de 2025

Carcoma

 (de Layla Martínez).


Aquí tenemos la última reseña de este curso que, como siempre, nos presenta Josune con su habitual elegancia y acierto. Gracias.


Reseña sobre Carcoma, de Layla Martínez

            La última lectura de este curso nonos ha dejado indiferentes y ha despertado reacciones encontradas: ha provocado tanto entusiasmo en unos como desagrado en otros. Creo que ha sido más numeroso el grupo de quienes la han elogiado poniendo el acento en su sorprendente visceralidad, en la descarnada expresión del odio que corroe a los miembros de una familia y a su propia casa, y de la venganza en que desemboca ese odio, planteada como irremediable.

            La historia está narrada en primera persona por las voces de abuela y nieta, que se van alternando y que resultan indistinguibles, lo cual puede considerarse un fallo importante desde el punto de vista de la construcción de la novela o algo que la autora hace a propósito, acaso con la intención de intensificar el corrosivo resentimiento que comparten. Particularmente, yo me inclino por la primera opción. Reconozco, no obstante, un buen manejo de la lengua e indiscutible fluidez en un relato donde menudean fragmentos  ̶ enumeraciones sobre todo ̶  sin signos de puntuación, en un loable y eficaz intento estilístico de mostrar las palabras brotando “desde las tripas”, tal como alguien muy gráficamente señaló.

            La casa interviene como un personaje fundamental, con vida propia, cómplice activo de ese odio que engulle a sus moradores y por la que pasean “ángeles de verdad” que son como insectos gigantes o mantis religiosas, y sombras acechantes que se arrastran desde el suelo hasta el techo. Dada la presencia en la obra de acontecimientos sobrenaturales incorporados a lo cotidiano, debatimos sobre su adscripción al realismo mágico latinoamericano, o al subgénero de terror; probablemente, sin embargo, el parentesco literario que mejor le cuadre sea el de su vinculación con el tremendismo de Cela, por ejemplo, por la crudeza y la brutalidad presentes en varias situaciones y la atmósfera opresiva que se respira en el lugar.

         


   El trasfondo de la obra es la denuncia de la injusticia social mostrada como una realidad antigua e inamovible, en tanto abuela y nieta mantienen la misma queja e idéntica actitud, a pesar de la distancia cronológica que separa sus vivencias. En mi opinión, el tratamiento de este tema es parcial y tópico. El abuso y el desprecio de los ricos hacia quienes les sirven se presenta como un hecho indiscutible, sin fisuras ni matices. Al igual que la conducta de cada uno de los personajes, que obedece más a consignas de clase que a un carácter individual y complejo.

También hubo discrepancias al valorar la verosimilitud del ambiente rural donde se desenvuelve la historia. La nieta pertenece a nuestro presente, pero parece anclada en la misma queja proferida por su abuela, como si, a pesar del paso del tiempo, no se hubiera operado cambio alguno, lo cual creo que resulta difícilmente creíble. No se identifica la población, pero se alude a Cuenca como la capital más próxima y también se menciona Madrid; es decir, no se trata de una localización remota que podría justificar el estatismo en los comportamientos y la perpetuación de actitudes despreciables. Sin embargo, hubo quien alabó la descripción de esa atmósfera propia de los pueblos, y la consideró reconocible en la actualidad.

Algunos hechos no quedan aclarados. Por ejemplo, lo que tiene que ver con el eslabón intermedio entre las dos narradoras, hija de una y madre de la otra, la bellísima mujer que volvió transformada tras su desaparición (se la llevaron, aunque no acabamos de saber quiénes ni qué fue lo que ocurrió). Resulta especialmente terrible la venganza que la joven ejecuta sobre el niño al que cuida, el cual acaba encerrado tras los muros de la casa maldita, igual que el bisabuelo que la mandó construir y que sembró con su brutalidad la carcoma del odio: «En esta casa no se hereda dinero ni anillos de oro ni sábanas bordadas con las iniciales, aquí lo que nos dejan los muertos son las camas y el resentimiento. La mala sangre y un sitio para echarte por la noche, eso es lo único que puedes heredar en esta casa.» (p. 11)

Quiero destacar dos afirmaciones vertidas en la tertulia con las que estoy completamente de acuerdo: “el odio se aprende” y “la carcoma (el odio) se trata, se combate”. La primera idea queda de sobra demostrada y expresada en la novela: «La vieja tiene razón cuando dice que en esta casa se nos come la rabia, pero no es porque nazcamos con algo torcido dentro. Se nos va torciendo luego, poco a poco, de apretar los dientes.» (p. 98) En cambio, no se concede el menor espacio para la segunda, y considero que esta es la razón de que pueda  resultar tan ardua y agobiante su lectura, y tan cruel la venganza ejecutada sobre el niño, inocente al fin y al cabo.

En el contraste de nuestras opiniones se puso de manifiesto el desconcierto que causa siempre el odio en quien no lo padece aunque sabe identificarlo en otro, y la compasión que despierta, como la que puede provocarnos una enfermedad impensable desde un estado de salud, pero a la vez temible en el reconocimiento de la vulnerabilidad que nos envuelve. Nos espanta y nos duele el odio como concepto; sin embargo, encarnado en alguien, en el fondo quizá lo comprendemos.


Hubo unanimidad al destacar el acierto del título y la belleza de la portada del libro, cuyo éxito no admite discusión: se han vendido más de 30.000 ejemplares y ha sido traducido a más de dieciséis idiomas. Por último, antes de realizar nuestra tradicional votación de cierre del curso, comentamos que ha sido esta una temporada de altísimo nivel, por lo que no parecía nada fácil elegir una sola obra y una sola tertulia. Aun así, lo hicimos: La clase de griego, de Han Kang, resultó la obra ganadora y, como tertulia, la de Un caballero en Moscú, de Amor Towles.

Un año más  -y en marzo pasado cumplimos diecinueve ̶  ha sido un placer sentarnos en nuestro Sofá a conversar a partir de lo que hemos acordado leer. Qué suerte tenemos de que las reservas del vicio que compartimos sean inagotables…

Nos encontraremos el 14 de octubre, martes, con Libre, de Lea Ypi.

¡Felices lecturas y buen descanso estival a todos!