(de Ignacio Martínez de Pisón y Guadalupe Nettel, respectivamente).
Como un soplo de brisa fresca que nos alivia los rigores de este agosto que se nos va, nuevamente nuestra Josune nos susurra al oído con su refrescante prosa las reseñas de las dos últimas tertulias (Fin de temporada, de Ignacio Martínez de Pisón, y La hija única, de Guadalupe Nettel). Gracias por ayudarnos a sobrellevar lo que se nos viene encima a partir de mañana. Las penas, con literatura, son menos.
FIN DE TEMPORADA
Creo que Ignacio Martínez de Pisón encabeza la
lista de autores más leídos en nuestro sofá. Fin de temporada es la
tercera obra suya que comentamos y la primera que nos ha decepcionado. Se trata
de una novela fallida en la que, no obstante, hallamos algunos valores
característicos de la narrativa del escritor zaragozano como son, por ejemplo,
un brillante comienzo y un esbozo estructural acertadamente planteado, una
trama bien llevada que se sigue con interés, una perfecta descripción de los
lugares en los que se desarrolla la historia, y, por supuesto, un estilo
impecable, cuidado y nada dificultoso. Ventajas de los buenos: su propia
calidad amortigua sus errores y los salva de un desastre mayor. No obstante,
los lectores podemos cometer la osadía de señalar qué sobra o qué falta en una obra
que sin duda pudo ser bastante mejor.
En los últimos años han pasado por mis manos varias
novelas, todas de excelentes autores, que compartían un injustificado exceso de
páginas. No me parece este un defecto menor. La extensión narrativa constituye
un rasgo estrechamente relacionado con la intensidad, esa cualidad inherente a
la mejor literatura. Las páginas sobrantes se convierten en habitaciones vacías
que recorremos con escasa o nula atención mientras habitamos esa ficción mal
medida. Pues bien, al concluir Fin de temporada mi impresión fue
exactamente la contraria: echaba de menos un detenimiento mucho mayor en
algunos momentos. Sirvan de muestra el recorrido de Iván por los lugares en los
que ha vivido (el encuentro casual con Yolanda resulta del todo inverosímil) y
la visita del propio Iván con su madre a la familia de esta, en la que tiene
lugar una conversación tan melodramática que raya en lo ridículo (la mantenida por
Rosa con su madre y su hermana).
Ignacio Martínez de Pisón es un verdadero maestro en la construcción de universos familiares. El constituido por Rosa, Mabel e Iván resulta de lo más sólido y sugerente. Insisto en que la novela comienza muy bien, con ese salto temporal entre el prólogo y el primer capítulo: un accidente de coche
No resulta fácil resumir el proceso de Rosa: el relato de
Mabel a Iván dibuja un comportamiento propio de una persona profundamente
desequilibrada, pero algunos aspectos quedan confusos: no llegamos a saber si
Rosa quedó embarazada y el embarazo se malogró, o es eso lo que persigue y se
desquicia al no conseguirlo (parece que intentó llevarse un bebé…); después
Mabel la ingresa en un centro de salud mental. Por otro lado, el asunto de las
cartas que Rosa escribe a personalidades importantes también desconcierta. Incluso
podría reflejar una intención un tanto humorística por parte del autor; de lo
contrario, ¿qué representan?, ¿qué tipo de trastorno afecta a Rosa para
comportarse así?
He mencionado antes una de las más destacadas destrezas
de Martínez de Pisón: la impecable
descripción de espacios y ambientes, precedida sin duda por un exhaustivo
trabajo documental. Los lugares son mostrados en la narración con sumo detalle:
la costa tarraconense donde se halla el camping,
Plasencia, Toulouse…, igual que la central nuclear y su proceso de desmantelamiento.
Asimismo, el huerto de Mabel con su proyecto de cultivar y vender flores de
calabacín aparece perfectamente descrito y logra captar la atención del lector.
Se diría que el autor es capaz de trasladar a la ficción fragmentos de realidad
palpable de lo más variada sin disimular el interés que a él le despertaron y
que sabe contagiar al lector. Sin embargo, en esta obra ambos asuntos (la
central y el huerto) constituyen valiosas piezas en un puzle narrativo que no
acaba de fraguar.
El final de la novela resulta tan decepcionante como
desolador y, sin embargo, tal vez sea lo más real de la historia, pues hay
relaciones familiares así de destructivas para aquellos que se convierten en
“cuidadores” con la intención de saldar una deuda de amor o de salvación. El
complejo y delicado mundo de la familia aparece de manera recurrente en muchas
de nuestras lecturas, ya sea como tema central o secundario, y con él tienen
que ver algunas de las reflexiones más sentidas e interesantes que hemos
compartido. Así ocurrió en esta tertulia. Todos
lamentamos la renuncia de Iván a su vida en Francia junto a Céline. Mabel,
antes de irse, lo acusa de “cobarde”. Puede tratarse de cobardía, ciertamente,
pero también de un exceso de responsabilidad y de gratitud hacia una madre
dependiente, manipuladora y desequilibrada, ya que él existe, pese a todo,
porque ella se empeñó. Asomado a la posibilidad de no haber nacido, el pobre
Iván hipoteca su vida para ocuparse de quien se la dio. No nos gusta que el
muchacho acabe así después de todo, pero hemos de reconocer que su decisión,
amén de otras cosas, constituye un acto de generosidad y de amor.
Por último, como en este grupo no somos rencorosos, es
muy probable que Ignacio Martínez de
Pisón siga ostentando la marca de autor más leído de nuestro sofá porque es
fácil que en algún momento volvamos a proponer otro título suyo. En la balanza
siguen pesando mucho más sus numerosas magníficas obras y su indiscutible
calidad que este rotundo “patinazo”.
Hasta los mejores alguna vez se equivocan, lo cual, en el fondo, no deja de ser
un consuelo.
LA HIJA ÚNICA
Hemos
cerrado el curso tertuliano con una excelente novela, La hija única, de la
mexicana Guadalupe Nettel. No es
extraño que haya sido la elegida en nuestra tradicional votación de clausura
como la mejor de las obras leídas esta temporada. En primer lugar, se trata de
una buena historia contada con agilidad, mediante un estilo preciso, cuidado y
bien medido, y dosificada con acierto en
capítulos breves, extensión sumamente efectiva para desear seguir leyendo. Como
sugerí en la tertulia, habremos de reflexionar algún día sobre este aspecto,
pero se me ocurre ahora que la administración del relato en escuetas dosis
favorece la atención expectante del lector y, por seguir con el símil de las
habitaciones empleado en la anterior reseña, en esta fórmula las pequeñas
estancias suelen ser todas esenciales y acogedoras, y nos vamos de ellas con la
promesa de descubrir otras igualmente habitables y necesarias. La novela que
nos ocupa está bien comenzada, bien desarrollada y bien terminada. Redonda y
excelente, insisto.
La clave de su construcción la
constituye el trípode argumental que la sostiene: la extraordinaria historia de
Alina y su hija Inés, la vida de Laura (la narradora) con sus relaciones, su
casa, su balcón y su nido, y, por último, la dolorosa situación de Doris y
Nicolás. El aparente tema de fondo podría ser la maternidad y sus
contradicciones, las múltiples vivencias y sentimientos que suscita. De hecho,
este supone el punto de partida del relato; sin embargo, mediante el
cuestionamiento de lo que aparece aceptado como “normal” y “natural” en torno a
la maternidad, creo que la autora dinamita también otras creencias y
tipificaciones. Sirva como ejemplo la relación sentimental en que dejamos al
final de la novela a Laura y Doris, ninguna de ellas lesbiana.
Lo que a mí más me ha gustado en
esta obra es cómo muestra la aventura que emprendemos cuando alguien nos
importa y nos vemos empujados de modo irremediable a inmiscuirnos en su vida, a
hacer algo que atenúe su desdicha porque su sufrimiento nos daña. Esto se ve
muy bien en Laura y su proceso de acercamiento a sus ruidosos vecinos, y
también se aprecia en Marlene, quien inicialmente despierta todas las
inseguridades de Alina hasta que esta, transformada por cuanto le está
sucediendo con su hija, acaba aceptándola como parte de su peculiar familia. Me
parece una novela surgida de preocupaciones y sentimientos muy básicos, muy
carnales, que no podemos negar y que coexisten con cuanto produce nuestra mente
y nuestra dimensión social. En relación con ello, considero un detalle muy
significativo el hecho de que lo relatado por Laura ocurre durante el proceso
de redacción de su tesis, lo cual no deja de ser un enorme ejercicio
intelectual que le exige horas de soledad y apartamiento. No obstante, presta
atención a la comida, a menudo se refiere a los platos concretos que prepara
para ella misma o para Nico y Doris, o a los desayunos con su madre. Con
frecuencia Laura come o cena en el balcón, ese pequeño espacio en que la propia
intimidad se abre al exterior. El balcón es también el lugar en que descubre el
nido, cuyos moradores despiertan su curiosidad y protagonizan una pequeña
historia que discurre en paralelo a todo lo que está sucediendo en la vida de
Laura y su entorno, y así la biología queda hábilmente incorporada a una novela
en la que, como ya he señalado, la maternidad constituye un asunto esencial.
La maternidad y la no maternidad se
plantean aquí como decisiones libres, intelectualmente elaboradas y enjuiciadas
socialmente, adoptadas por mujeres valientes que se ven sorprendidas por el
impredecible devenir de la vida, ejemplificado de manera asombrosa en el extraordinario
caso de la gestación, nacimiento y, contra todas las predicciones médicas, la
supervivencia de la pequeña Inés. Destacan como situaciones singulares la
anunciada muerte de quien aún no ha nacido, la preparación del duelo y la
dificultad de hallar expresión para ese dolor innombrado: «(…) no existe una palabra para los padres que pierden a sus hijos. A
diferencia de otros siglos en que la mortandad infantil era muy alta, lo
natural en nuestra época es que eso no suceda. Es algo tan temido, tan
inaceptable, que hemos decidido no nombrarlo.» La vida de esa niña «empeñada en vivir», sus pequeñas
conquistas, la lucha de sus padres, médicos y cuidadores por su bienestar se
convierten en un proceso que los sorprende y transforma a todos, y que el
lector sigue con verdadero interés.
La hija única es también el relato
de la amistad que une a Laura y Alina, un vínculo esencial y poderoso que se
mantiene firme a pesar de la distancia, los cambios y las decisiones inesperadas
que podrían alejarlas. El último capítulo contiene una visita de Alina a Laura.
La primera comenta los progresos de Inés y lo contenta que está con sus gafas
nuevas, y aprovecha el encuentro para preguntar a su amiga sobre la posibilidad
de volver a enamorarse, pues no se le ha escapado que entre Laura y Doris hay
algo (también sin nombre). Un rato después llama Doris al timbre y, antes de
abrirle la puerta, Alina pronuncia las últimas palabras de la novela:
« ̶ No te pongas
nerviosa ̶ dijo ̶ . Pasará lo que tenga
que pasar. Nadie se escapa de eso.»
Magnífico final para una obra que aborda valientemente las innegables contradicciones en que incurrimos los humanos aun sin pretenderlo. Alguien en la tertulia comentó la paradoja de que Laura renuncie a tener hijos y acabe ocupándose de un niño conflictivo «que parece descontento con la vida».
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