lunes, 2 de diciembre de 2013

Los desorientados

(de Amin Maalouf)

        Para la crónica de esta última tertulia hemos conseguido que nos ilumine con su clarividente prosa nuestro músico Jesús; por el brillante resultado obtenido, imagino que volveremos a insistirle con frecuencia para que nos deleite con sus palabras de forma más asidua.




1.- El argumento
La llamada a su apartamento de Tania, la mujer de Mourad, para decirle que su antiguo amigo se está muriendo y quiere verle, pone de golpe a Adam, ahora profesor de historia en la universidad de París, frente a los años de su infancia y su juventud en Líbano, el país en que nació y vivió, y del que se exilió hace más de veinte años. En un viaje a su tierra materna que durará dieciséis días, los capítulos del libro, Adam confiará a su libreta los recuerdos, sentimientos y pensamientos que esta repentina intrusión de su pasado le ha provocado, mientras los correos que cruza con algunos de sus amigos recuperados, y los diferentes encuentros establecidos con ellos, nos darán también cuenta de sus distintas perspectivas y tomas de postura ante la vida, la deriva de su país y la marcha del mundo.
2.- Los temas abordados
-Viaje a la juventud y al pasado
Al revivir su pasado, entre la resistencia a abordar una especie de tabú mantenido durante tantos años de exilio y la conciencia de tener que rendir examen interno de esa asignatura pendiente, Adam emprende a fondo la tarea autoimpuesta. Y empieza por tomar nota de los valores compartidos en el seno de aquel grupo de universitarios, apodados “los bizantinos”, por su fama de debatir interminablemente de todo lo humano y lo divino. Recuerda, así, con añoranza aquellas tertulias tan abiertas, en las que se pasaba revista a todas las cuestiones de la vida y la política, plenas de deseos idealistas de cambiar el mundo. Recuerda cómo rechazaban la injusticias, las de su país y las de todas partes, o cómo aquel puñado de amigos, pertenecientes a familias de las distintas tradiciones religiosas de Líbano, compartían sin embargo el rechazo a las “tiranías espirituales de las religiones” - que, como comentan Adam y su ahora amiga-amante Semiramis, “primero te atan el cuerpo para atar después la mente”, mediante la culpabilidad y la vergüenza - y cómo entonces todos ellos se desentendían de sus respectivas religiones e incluso se reían de la propia. Recuerda Adam, en fin, cómo todo aquel mundo de ideales perseguidos, la amistad, el amor, la abnegación, las afinidades, la fe y la fidelidad, todo aquel mundo de la juventud, el de su propio pasado, acabó saltando en pedazos cuando la guerra civil estalló y los expulsó a todos del paraíso. El viaje a la juventud permitirá a Adam-Maalouf, y a nosotros con él, considerar qué es lo que ha sobrevivido de todo aquello después de tantos años y qué se ha llevado por delante el ingreso en la edad adulta.
-La guerra civil y sus consecuencias
La guerra, primero larvada y luego terrible, destrozó aquella visión idealista del mundo de antes. Cuando empezaron los asesinatos indiscriminados y las venganzas y represalias entre barrios, toda la gente se vio obligada a tomar partido, a convertirse en cristianos, judíos, o musulmanes, ya solo vinculados por el odio mutuo. Hubo quienes, como Albert, intentaron encontrar en el suicidio una forma de rebelión contra aquella locura asesina. Otros, como Naím, Adam o el mismo Albert, tras el a un tiempo rocambolesco y entrañable desenlace de su tentativa- le secuestran cuando se iba a suicidar, y luego le adoptan los propios secuestradores, unos padres desquiciados que habían perdido a su propio hijo -,eligieron finalmente el exilio, para no verse obligados a tomar partido por ningún bando ni contra nadie, conscientes de que la guerra les habría, sin duda, obligado a actuar contra sus principios. Primero emigró Naím, luego fue la guerra la que se llevó a Bilal y la que acabó por corromper a Mourad, razón, esta última, de que Adam rompiera la relación con su amigo desde entonces, hasta ahora, cuando el cáncer, mensajero de la muerte de su amigo, le obliga a recapacitar.
La guerra, escribe Adam a Naím en uno de los correos que ambos cruzan, no solo se limita a sacar a flote la vergonzante condescendencia de la gente con la corrupción y hasta con los peores delitos, como la extorsión, el saqueo, las drogas o el blanqueo de dinero de sangre; la guerra también fabrica y moldea los peores instintos. Las fechorías de Mourad mancillan e insultan, y es un deber de sus amigos juzgarlas sin compasión. Pero en la hora de su muerte se le debe perdonar para que muera tranquilo. Si Mourad quiso hablar con su amigo en el lecho de muerte es que había recuperado los principios que antes les unieron.
-Judíos y árabes, Occidente e Islam
El viejo mundo del Mediterráneo y el Oriente Medio, en el todos los pueblos se mezclaban y coexistían de una a otra punta, se desvaneció tras la primera guerra mundial. Desde entonces, las grandes calamidades originadas por el hombre superaron por primera vez a las catástrofes naturales. Tras la descomunal barbarie desatada por el nazismo, dos ideologías destructoras opuestas tomaron el relevo y se expandieron por el mundo con perniciosos efectos, el comunismo y el anticomunismo. Así le escribe Naím, exiliado en Brasil, a Adam, al volver a relacionarse tras tantos años. Naím, como su familia, es judío y árabe, y es el personaje que permite al autor abordar lo que podría ser el gran tema del libro. Y lo hace recordando cómo el cataclismo que sufrieron los judíos con el nazismo tuvo consecuencias regionales y planetarias: la creación del Estado de Israel y el desequilibrio progresivo del mundo árabe, y luego del musulmán. En Occidente, reconocer el carácter monstruoso de la matanza perpetrada por el nazismo se convirtió en elemento determinante de la conciencia ética contemporánea, y se plasmó en ayuda material y moral al Estado de Israel. Por el contrario, el mundo árabe, sucesivamente derrotado y humillado en el conflicto con Israel, quedó desconectado de la conciencia de todo el mundo, o al menos del occidental, que viene a ser lo mismo. Aquel conflicto, sigue escribiendo el Adam historiador a Naím, es el conflicto que impide a Occidente y al Islam reconciliarse, el que hace retroceder a la humanidad contemporánea hacia las crispaciones identitarias, el fanatismo religioso, el “enfrentamiento de civilizaciones”. Es, en primer término, por ese conflicto por lo que la humanidad ha entrado en una fase de involución ética y no de progreso. Los judíos por su parte, aunque resultaron vencedores materiales, perdieron aquel papel histórico que siempre tuvieron: el de fermento humanista global. “Al convertirse en un Estado como los demás, con su propia lógica nacionalista, perdieron lo esencial; no es posible ser a un tiempo rabiosamente nacionalista y resueltamente universalista”. Quien así se expresa ahora es Albert, que acabó yéndose a Estados Unidos y es ya ciudadano de aquel país, integrado en el ámbito de la investigación social.
Hacemos aquí un inciso colateral al tema, y es para saber lo que Albert le explica a Adam respecto a su trabajo con los “blind spots”, puntos ciegos que existen en toda época y que, salvo algunos visionarios o especialistas, la gente no es capaz de identificar, pero que se vuelven evidentes años después. El peligro de la contaminación, o la limitación de los recursos marinos son dos ejemplos comprobados. Tal vez quería aquí el autor usar a Albert para aludir a la miopía de Israel y el mundo occidental como otro posible “blind spot”.
Volvemos de nuevo al tema. Si Israel y los judíos recibieron desde el principio todos los apoyos, la experiencia para los árabes fue demoledora. “Hay en todos los árabes - dice otro amigo reencontrado por Adam, el ahora riquísimo hombre de negocios Ramez, que vive opulentamente en Ammán -, rastros de una honda experiencia traumática, que cuando se mira desde la orilla opuesta no causa sino incomprensión y suspicacia, pero que se refleja en la conciencia de pertenecer a una civilización derrotada y de tener que cargar con esa mancha en la frente”. En consecuencia, judíos y árabes viven encerrados en odiarse, sin otra salida posible. Son dos tragedias rivales, y su enfrentamiento alcanza ya dimensiones que afectan al mundo entero y hacen preludiar que la humanidad, en este siglo XXI en el que impera “el becerro de oro”, el verdadero enemigo contra el que hay que luchar - y ahora es Albert el que toma el relevo -, se está encaminando hacia otras dos grandes calamidades opuestas, sucesoras de las anteriores, que serían el islamismo radical y el antiislamismo radical. Este conflicto de la humanidad se calificaría como el actual “zeitgeist”, el espíritu de esta época, ese viento fuerte al que es difícil resistirse, pero contra el que habría que oponer los valores del universalismo, los derechos humanos, la igualdad, la ciudadanía del mundo. Tiene que surgir un nuevo mundo en el que todas las personas, “nacidas en el planeta antes que en un país o en una casa”, proclama Adam, puedan convivir de nuevo en libertad.
Y una vez desgranadas todas estas “píldoras” de su filosofía por boca de los distintos personajes de la historia, el autor pone un inesperado final al libro, privando al lector del ansiado reencuentro final de todos los amigos, en el que volverían a reeditar la tertulia de “los bizantinos” y habríamos podido disfrutar de su madurez, de lo que han aprendido de la vida, de lo que de ellos ha sobrevivido. El drama esta vez no lo causa la guerra, sino un fortuito accidente de coche que deja en coma a Adam y se lleva la vida de su amigo Ramzi, al que ha ido a recoger al monasterio en que ahora vive retirado, para llevarlo al encuentro planeado con el resto de sus amigos. Antes del fatal accidente, Adam había dejado escrito en su libreta: “…Mi gran alegría es haber encontrado entre las aguas unos cuantos islotes de delicadeza levantina y de ternura serena. Y eso me proporciona otra vez, al menos de momento, un apetito nuevo por la vida, razones nuevas para luchar y quizá, incluso, un estremecimiento de esperanza. ¿Y a más largo plazo? A largo plazo, todos los hijos de Adán y Eva son niños perdidos” (…) “Adam está en suspensión”, dice Dolores (su compañera). “Como su país, como este planeta–añade-. “En suspensión, como todos nosotros”. Así termina el libro.
3.- La tertulia
Se podría decir que el libro aquí tratado satisfizo ¡por fin! a la mayoría de los miembros presentes de esta exigente tertulia. Precisamente por eso, por el alto listón existente, resultará evidente al agudo lectorado habitual que esta recensión del libro es decididamente parcial, y que no recoge la diversidad de opiniones “in situ” expresadas, los distintos matices apuntados y hasta posiciones a veces encontradas. Así, por ejemplo, el elenco de los personajes de los amigos, habría sido seleccionado, para algunos tertuliantes, a fin de que estuviera representada una diversidad de tipos, facciones o tendencias, con lo que se trataría más de un pretexto con el que introducir los temas del libro que del presunto viaje al pasado que pretende el cronista. Otros detalles o pasajes, como la relación entre Adam y Semiramis, el “permiso” de Dolores a esa relación, la homosexualidad de Albert o la aparente incongruencia del discurso atribuido a algunos de los personajes, conformarían los elementos de relleno o las herramientas para hacer avanzar el libro, que se completan con otras pinceladas, como el fundamentalismo de Nidal, hermano de Bilal, las peculiares reacciones de la viuda de Mourad ante las situaciones provocadas por el duelo, el cuento oriental de la Hanum que representaría los restos del naufragio del imperio otomano, y, en fin, los refrigerios y manjares, locales o importados, que aderezan los encuentros.
Los temas de la guerra y del enfrentamiento árabe-israelí suscitaron gran interés, por la valentía del autor en abordar un asunto tan controvertido y tan presente por estos lares, y aquí también los tertuliantes estuvieron a la altura del reto, mostrando que había asunto para debatir y reflexionar, y en coincidencia con el autor, que no parece que la deriva actual de los acontecimientos esté precisamente orientada a un final feliz, sino al grave enfrentamiento global que pronostican estas mismas páginas.
Y entre estas y otras muchas reflexiones, intercaladas con intercambios más livianos que, tal vez, y no por falta de mérito, no lleguen a ser recogidos en los anales de las tertulias literarias, fueron los esforzados diletantes literarios consumiendo los últimos minutos de su agradable encuentro, hasta que acabaron por retirarse tranquilamente a sus respectivos ocios y ocupaciones particulares.
 
 
La próxima tertulia, a la vuelta de vacaciones de Navidad, versará sobre Estupor y temblores, de Amelie Nothomb.