Sándor Márai
CRÓNICA ENVIADA POR JOSUNE
El último encuentro, del húngaro Sándor Márai, fue la novela sobre la que hablamos el martes 24 de marzo, en nuestra última tertulia. Su tempo lento y sus detalladas descripciones nos trasladan a una espléndida mansión ubicada en una zona de caza y en la que su dueño, Henrik, un general retirado, aguarda la visita de Konrád, quien antaño fuera su mejor e inseparable amigo. Es el 14 de agosto de 1940. Se vieron por última vez el 2 de julio de 1899, fecha en que participaron en una cacería y en la que ocurrió algo que causó su alejamiento. Entonces, vivía también Krisztina, la esposa de Henrik, pieza clave de su desencuentro. Para completar la referencia a los protagonistas hay que destacar a Nini, un personaje espléndido y, en opinión de varios contertulios, desaprovechado. Se trata de la vieja nodriza del general, hija del cartero del pueblo, que vive en la casa desde que fue requerida a los dieciséis años para amamantarlo, tras haber dado a luz a un niño que murió al poco de nacer.
Para algunos se trata de una novela sobre la amistad, descrita por Henrik como un sentimiento tan profundo que implica un compromiso de por vida, por encima de todo, aun de la traición:
...tú y yo seguimos siendo amigos. Parece que ninguna fuerza exterior puede modificar las relaciones humanas. Tú has matado algo en mí, has destruido mi vida, y yo sigo siendo amigo tuyo. Y yo ahora, esta noche, estoy matando algo en ti, y luego dejaré que te marches a Londres, al trópico o al infierno, y seguirás siendo amigo mío. (...) La amistad es una ley humana muy severa. (pp. 138 y 139)
En lo que coincidimos todos fue en apreciar la diferencia entre ambos: de familia rica, Henrik; de origen mucho más modesto, Konrád. De carácter extrovertido y disfrutador el primero; de aficiones refinadas, sensible a la música y más cultivado, el otro. Henrik creía que se habían “perdonado” mutuamente “el pecado de su diferencia”, pero la interpretación que hace de los hechos le lleva a pensar que no, que, en lugar de amor, en esa intensa relación que mantuvieron desde su infancia, la pasión dominante era el odio. No halla otra explicación al comportamiento de su amigo, al que descubrió de niño y se aferró como un antídoto perpetuo contra la soledad: Desde aquel día, el muchacho tosió menos. Ya no estaba solo. No soportaba la soledad entre la gente. (p. 41)
Creo que esta novela admite varias lecturas y no ha despertado un juicio unánime. A los que nos ha gustado, nos ha gustado mucho. A otros les ha aburrido. Alguna incluso ha percibido una latente homosexualidad. Por encima de gustos e interpretaciones particulares, El último encuentro es una obra singular que nos traslada a un tiempo de convicciones firmes, de principios sólidos, a un orden casi indiscutible, desde el que los temperamentos artísticos y delicados se observan en su diferencia con admiración, pero en el fondo muy poco o nada se comprenden. Henrik, el militar, tan necesitado de afecto, se ha convertido con el paso de los años en un solitario. Ha vivido aguardando un último encuentro con su único amigo, aferrado al recuerdo de la lealtad y de la traición, en espera de una respuesta a la pregunta esencial:
¿Crees tú también que el sentido de la vida no es otro que la pasión, que un día colma nuestro corazón, nuestra alma y nuestro cuerpo, y que después arde para siempre, hasta la muerte, pase lo que pase? ¿Y que si hemos vivido esa pasión, quizás no hayamos vivido en vano? (p. 205)
Konrád responde afirmativamente: ¿Por qué me lo preguntas? (...) Sabes que es así.
Después se despiden en silencio, con un apretón de manos y haciéndose una profunda reverencia. Henrik parece recobrar la tranquilidad. Al menos no está solo en esa fe, la de creer en la pasión como en la única realidad imperecedera de la vida, como lo único que justifica la existencia humana.
CRÓNICA ENVIADA POR JOSUNE
El último encuentro, del húngaro Sándor Márai, fue la novela sobre la que hablamos el martes 24 de marzo, en nuestra última tertulia. Su tempo lento y sus detalladas descripciones nos trasladan a una espléndida mansión ubicada en una zona de caza y en la que su dueño, Henrik, un general retirado, aguarda la visita de Konrád, quien antaño fuera su mejor e inseparable amigo. Es el 14 de agosto de 1940. Se vieron por última vez el 2 de julio de 1899, fecha en que participaron en una cacería y en la que ocurrió algo que causó su alejamiento. Entonces, vivía también Krisztina, la esposa de Henrik, pieza clave de su desencuentro. Para completar la referencia a los protagonistas hay que destacar a Nini, un personaje espléndido y, en opinión de varios contertulios, desaprovechado. Se trata de la vieja nodriza del general, hija del cartero del pueblo, que vive en la casa desde que fue requerida a los dieciséis años para amamantarlo, tras haber dado a luz a un niño que murió al poco de nacer.
Para algunos se trata de una novela sobre la amistad, descrita por Henrik como un sentimiento tan profundo que implica un compromiso de por vida, por encima de todo, aun de la traición:
...tú y yo seguimos siendo amigos. Parece que ninguna fuerza exterior puede modificar las relaciones humanas. Tú has matado algo en mí, has destruido mi vida, y yo sigo siendo amigo tuyo. Y yo ahora, esta noche, estoy matando algo en ti, y luego dejaré que te marches a Londres, al trópico o al infierno, y seguirás siendo amigo mío. (...) La amistad es una ley humana muy severa. (pp. 138 y 139)
En lo que coincidimos todos fue en apreciar la diferencia entre ambos: de familia rica, Henrik; de origen mucho más modesto, Konrád. De carácter extrovertido y disfrutador el primero; de aficiones refinadas, sensible a la música y más cultivado, el otro. Henrik creía que se habían “perdonado” mutuamente “el pecado de su diferencia”, pero la interpretación que hace de los hechos le lleva a pensar que no, que, en lugar de amor, en esa intensa relación que mantuvieron desde su infancia, la pasión dominante era el odio. No halla otra explicación al comportamiento de su amigo, al que descubrió de niño y se aferró como un antídoto perpetuo contra la soledad: Desde aquel día, el muchacho tosió menos. Ya no estaba solo. No soportaba la soledad entre la gente. (p. 41)
Creo que esta novela admite varias lecturas y no ha despertado un juicio unánime. A los que nos ha gustado, nos ha gustado mucho. A otros les ha aburrido. Alguna incluso ha percibido una latente homosexualidad. Por encima de gustos e interpretaciones particulares, El último encuentro es una obra singular que nos traslada a un tiempo de convicciones firmes, de principios sólidos, a un orden casi indiscutible, desde el que los temperamentos artísticos y delicados se observan en su diferencia con admiración, pero en el fondo muy poco o nada se comprenden. Henrik, el militar, tan necesitado de afecto, se ha convertido con el paso de los años en un solitario. Ha vivido aguardando un último encuentro con su único amigo, aferrado al recuerdo de la lealtad y de la traición, en espera de una respuesta a la pregunta esencial:
¿Crees tú también que el sentido de la vida no es otro que la pasión, que un día colma nuestro corazón, nuestra alma y nuestro cuerpo, y que después arde para siempre, hasta la muerte, pase lo que pase? ¿Y que si hemos vivido esa pasión, quizás no hayamos vivido en vano? (p. 205)
Konrád responde afirmativamente: ¿Por qué me lo preguntas? (...) Sabes que es así.
Después se despiden en silencio, con un apretón de manos y haciéndose una profunda reverencia. Henrik parece recobrar la tranquilidad. Al menos no está solo en esa fe, la de creer en la pasión como en la única realidad imperecedera de la vida, como lo único que justifica la existencia humana.
Para la próxima tertulia, el libro propuesto es Mala gente que camina, de Benjamín Prado. La fecha (aún por confirmar) es el 29 de abril.
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