domingo, 25 de octubre de 2009

La vieja sirena

(José Luis Sampedro)

RESEÑA DE JOSUNE:



El pasado 7 de octubre abrimos la nueva temporada de tertulias con La vieja sirena, de José Luis Sampedro, la novela más voluminosa del año, ésa que nos dejamos para el verano porque en teoría disponemos de más tiempo pero que finalmente leemos —casi todos— agobiados por las prisas. Y me refiero a la extensión porque sus más de seiscientas páginas se han convertido en un inconveniente nada despreciable para aquellos a los que les ha gustado poco la novela, que, por cierto, han sido unos cuantos.
Yo tenía muchas ganas de que leyéramos y comentáramos este libro. A mí me llegó recomendado por un amigo mío, uno de los mejores y más exigentes lectores que conozco. Me habló de él con entusiasmo y eso mismo fue lo que me causó la primera vez que lo leí, hace unos quince o dieciséis años. Me interesó la historia, me sorprendió la descripción de una sociedad en crisis, heterogénea y cambiante, como la que habitaba Egipto en el siglo III d. J. C. Me cautivaron los tres personajes principales, ella sobre todo, y me llamó la atención el poético lenguaje con el que el autor refleja el sentimiento amoroso.
La sabiduría de Irenia, su honda comprensión de la naturaleza humana, que ella, ser eterno e inmortal, ha pedido compartir, fue lo que más me impresionó, junto con las reflexiones sobre las fronteras: «...el futuro se juega en las fronteras...»; «...Porque dentro del imperio hay gentes fronterizas, como los cristianos o los esclavos. Y dentro de cada ser humano también hay fronteras, la vida se crece siempre en las fronteras.» (p. 207) La frontera como ejemplo de nuestras contradicciones y mezclas. La frontera como el espacio geográfico y existencial en el que la vida se arraiga y fortalece. La confusión de la frontera como origen de la tolerancia desde el más puro sentimiento de libertad.
Incluí esta novela en la lista de mis libros más queridos y la he regalado en varias ocasiones con la intención de compartir con otros un tesoro. Debo decir, tras su relectura, que la seguiré regalando porque me parece una novela buena y recomendable, pero ha desaparecido el entusiasmo de mi primer encuentro con ella. Otros contertulios comentaron que les había sucedido lo mismo, de lo cual concluimos que hay obras que envejecen mal y que, si no resisten la relectura, tal vez es que nunca estuvieron al nivel que creímos. El libro es el mismo, es el lector quien ha cambiado. Hace años me pareció una obra admirable en la que no hallé defecto alguno. Esta vez, en cambio, me ha parecido que el tono poético traspasa con frecuencia los límites de «lo ñoño», apreciación en la que hemos coincidido unos cuantos, y que los tres protagonistas simbolizan una terna demasiado obvia de actitudes vitales. También comentamos que los pasajes sobre la guerra resultan demasiado extensos y en ellos decae el interés de la historia, interés que algunos ni siquiera llegaron a percibir.
Hubo opiniones para todos los gustos, lo cual siempre está bien.
Quedamos emplazados para la primera quincena de noviembre con Las uvas de la ira, de John Steinbeck. Feliz lectura.
Josune

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