sábado, 2 de julio de 2011

La cena


(de Herman Koch)



Hace ya casi un mes que tuvo lugar la tertulia sobre La cena, de Herman Koch, pero por los agobios del final del curso no se ha podido redactar antes esta reseña. Por fin me puedo poner manos al teclado y contar un poco lo que allí hablamos , aunque con todo el tiempo que ha pasado desde entonces no sé si seré capaz de hacer un resumen más o menos fiel.
Tras un accidentado comienzo en el que fuimos dando tumbos de un lado para otro (literal, no literariamente, pues por malentendidos y horarios de verano nuestra sede habitual estaba cerrada) empezamos compartiendo nuestra impresión general de la novela. A nadie le había dejado indiferente, a todos nos había enganchado con su sentido del humor (negro en ocasiones) y su ritmo ágil.
Se trata de una obra fácil de leer, bien estructurada y con un contenido muy interesante. Ahora bien, las opiniones sobre la novela fueron de lo más dispares. A unos les pareció genial el modo en que el autor va dosificando la información, cómo nos hace ver el mundo a través de los ojos del narrador y juzgar los acontecimientos según nos los va presentando; poco a poco y por medio de pinceladas sueltas nos vamos dando cuenta del gran engaño al que nos vemos abocados y la perspectiva cambia: lo que antes nos parecía blanco, ahora se torna de lo más negro, pues lo estábamos percibiendo desde el punto de vista de una mente enferma, a través de un prisma distorsionador.
Precisamente esa es la trampa que decepcionó a muchos, la enfermedad, que como un deus ex machina surge para explicar todos los recovecos de una mente compleja y de un modo de actuar algo más que particular. La justificación que los padres hacen de una atrocidad de sus hijos se intenta explicar por la psicopatía del padre, heredada posiblemente en los genes del hijo y sorprendentemente aceptada (e incluso favorecida y alentada) por la madre, esa madre mucho más terrible que el resto de personajes, ya que ni siquiera tiene la excusa de la enfermedad, como el resto de la familia.
El político que desde el primer momento nos resulta antipático, primario y hasta bobalicón -siempre desde los ojos del narrador, recordemos- va adquiriendo según avanza la novela una dignidad que lo convierte en el personaje con más ética de entre todos ellos; su aparentemente histérica y frívola esposa resulta ser una mujer abatida por el drama moral que le ha tocado vivir. Todo lo contrario ocurre con el narrador y su supuestamente perfecta esposa, personajes que en el transcurso de la obra van adquiriendo unos tintes aterradores.
Surgieron a lo largo de la tertulia los temas de la educación de los hijos, la permisividad de la sociedad, la hipocresía, la moralidad... ¿Un padre o una madre lo son ante todo, por encima incluso de la ley? ¿Están obligados a perdonar o, aún más, a encubrir los delitos que puedan cometer sus hijos? En este punto hubo disparidad de opiniones: no es lo mismo si nuestro hijo sabe que nosotros conocemos su delito, que si lo ignora. Si lo sabe (según se dijo), la obligación moral de los padres es actuar en consecuencia y no encubrirlo; ahora bien, el dilema se plantea si el hijo no es consciente de que los padres lo saben: ¿predominará entonces el tan traído y llevado instinto maternal/paternal de protección de sus vástagos sobre la ética y la moralidad? Ahí queda abierta la pregunta.
Y nada más se me ocurre, perdón por la brevedad de la reseña, pero ya he advertido que el tiempo transcurrido iba a dificultar el relato de lo que allí hablamos.
Como cada final de curso, se votó cuál había sido la mejor tertulia del año y qué libro había gustado más; como tertulia ganadora quedó la de Mi amor desgraciado, de Lola López Mondéjar, y como mejor libro La neblina del ayer, de Leonardo Padura.
El libro propuesto para la próxima tertulia (a principios del curso que viene, allá por septiembre) es Un dulce par de senos, de Guiseppina Torregrossa (editorial Maeva).
Desde aquí os deseamos a todos un buen verano lleno de buenas lecturas.










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