viernes, 29 de julio de 2022

Nuevo 2x1: La vida normal y Feliz final

 (de Dulce Maria Cardoso e Isaac Rosa, respectivamente)


Con las vacaciones de verano nos llegan las reseñas de la dos últimas tertulias, un impagable 2x1 que nos regala Josune para refrescarnos la memoria y el resto de nuestra acalorada anatomía. Gracias, como siempre, insigne cronista.


La vida normal, de Dulce Maria Cardoso (tertulia celebrada el 10 de mayo de 2022).


La vida normal nos descubrió a una autora interesante, Dulce Maria Cardoso, y nos trasladó a un país muy similar al nuestro. Lo pienso a menudo, que estamos muy cerca en todo, que casi somos lo mismo, habitantes de ese perfil peninsular que delimita y pone rostro a la vieja Europa, aquejados de un complejo de inferioridad difícil de superar y de un muy arraigado orgullo que aún no manejamos con suficiente eficacia.

La novela se lee con gusto, sin ninguna dificultad, de lo cual es en buena parte responsable su estilo, cuidado, dotado de fuerza, originalidad y lirismo, y que logra ensamblar perfectamente narración y diálogos aun en ausencia de verbo introductor y de guiones. El relato fluye entonado por una voz clara y potente que nos ofrece, a partir de una “vida normal”, la de Eliete, el retrato de tres generaciones: la suya, nacida en los primeros años sesenta, así como la de su madre y su abuela. Coincidimos en señalar, sin embargo, el modo un tanto sorprendente en que el personaje de la madre queda arrinconado, y lamentamos la escasa atención que se le concede.

 La narradora, una mujer de mediana edad, dedicada a su trabajo y a su familia, se ve en la tesitura de ocuparse de su abuela con demencia, primero acogiéndola en su casa e ingresándola en una residencia después. Este hecho inicia un exhaustivo recorrido por su memoria en una situación delicada para ella: siente que sus hijas, jóvenes e independientes, ya no la necesitan, y tampoco con su marido se encuentra en su mejor momento. Vive en un país aupado a la  modernidad con el amparo de la UE sobre los rescoldos de un pasado al que los jóvenes parecen ajenos y que ella evoca con ternura y melancolía.

Las relaciones familiares han incorporado el móvil y las redes sociales como un escenario en el que cada uno muestra o modifica con mayor o menor atrevimiento su identidad y como fuente de información para los demás que desplaza a la conversación directa. Son frecuentes las reflexiones de Eliete a propósito de lo que descubre en el Instagram de su hija menor, Inês, o en el Facebook de Jorge, su marido. Ella misma sucumbirá a la tentación de darse de alta en Tinder y lo hará precisamente en una noche muy especial, la de la victoria de Portugal sobre Francia en la final de la Eurocopa de 2016. En La vida normal los referentes históricos y sociológicos adquieren gran relevancia, y este acontecimiento deportivo es aprovechado por la autora como emblema de la revancha que una especie de azar justiciero acaba permitiendo a los que se consideran menos (pobres, corrientes, anodinos…). “Portugal es el campeón de Europa, hoy se ha hecho historia”, exclamaban los comentaristas, y para los emocionados televidentes “Portugal ya no era un país pequeño”. Qué fácil me resulta trasladarme al sentimiento compartido por millones de españoles cuando se celebraron las Olimpiadas del 92 (se cumplen ahora treinta años) o tras la victoria de la selección de fútbol en el Mundial de 2010… Lo he afirmado al principio: qué parecidas son nuestras tribus (si es que no son la misma, insisto). Y en el fondo de la euforia triunfal, Eliete afirma: “Me sentí sola, inhumanamente sola. Ya no era por no poder sintonizar con los demás (…), sino por estar sola en casa cuando todo el mundo estaba festejando en la calle, eso era un hecho.”

A partir de ahí la narradora emprende la aventura de convertirse en Mónica (“Mónica no era yo, pero tampoco podía decir que fuese mi contrario.”) y frecuenta Tinder como un juego cada vez más adictivo. Hubo contraste de pareceres en la tertulia sobre la verosimilitud de esta parte de la novela, no tanto por los hechos en sí como por la credibilidad que dábamos a esas experiencias en Eliete. Es decir, el comportamiento de Mónica es perfectamente posible, lo que resulta, en mi opinión, más que dudoso es el cambio operado en Eliete. La descripción detallada de cómo se entablan esas relaciones, las reflexiones sobre la infidelidad, el engaño o la culpa se aproximan en este tramo del relato a una crónica más sociológica que particular. Los perfiles de Eliete, nítidos al principio, se difuminan para darle realce a lo generacional, donde caben conductas, reivindicaciones y cuestionamientos de lo más diverso y contradictorio. Próximo el final, su historia con Duarte resulta algo más coherente, pero aún nos aguarda la última sorpresa, la revelación, Sagrado Corazón mediante, del vínculo de la protagonista con Salazar, mencionado en las primeras líneas de la novela.


A casi todos nos sorprendió este desenlace, que convierte al pintoresco personaje del abuelo saltimbanqui en mera invención. Varios juzgamos forzada e innecesaria esta pirueta argumental, explicada por otro contertulio en el contexto simbólico que cabe adjudicarle a la novela: el dictador trasciende su paternidad concreta y se erige en patriarca de todo un país y de un modo de ser y estar en el mundo, y los portugueses de hoy no acaban de saber sacudirse del todo su legado. Desde esta lectura el desenlace adquiere otro sentido que ya había sido apuntado en la obra y cierra el círculo insinuado un tanto misteriosamente en las primeras líneas de la novela: “Yo soy yo y Salazar que se joda. Un dictador gobierna Portugal durante casi medio siglo, y casi otro medio pasa desde su muerte hasta que aparece en mi vida.

Novela recomendable, en definitiva, de grata lectura, más meritoria en su tono evocador de un pasado en el que, pese a todo, se asienta la auténtica identidad de una “vida normal” del Portugal de nuestros días, que en su faceta de crónica de una modernidad social incierta y cuestionada.


Feliz final, de Isaac Rosa (tertulia del 28 de junio de 2022).


        Concluimos este curso comentando Feliz final, de Isaac Rosa, con una interesantísima tertulia en la que hubo contraste de pareceres, interpretaciones varias, sentido del humor y algo que se da con frecuencia en nuestro sofá: intervenciones que muestran la identificación entre lo leído y lo vivido, mediante la expresión de sentimientos provocados por una ficción construida como un buen simulacro de realidad. De las muchas razones por las que quienes somos lectores seguimos leyendo y difícilmente dejaremos de hacerlo, me parece esencial la que a mi juicio mejor explica esta experiencia y es la necesidad imperiosa de saber que no estamos solos y el sorprendente regalo de, además de saberlo, poder sentirlo. La buena literatura nos recuerda una y otra vez que nunca seremos los únicos destinatarios de un sufrimiento grande o una dicha inmensa. La buena literatura atestigua una y otra vez que eso tan tremendo o tan maravilloso le ha sucedido a alguien más.

            Por encima de las diferentes valoraciones vertidas en nuestro diálogo sobre la obra de Isaac Rosa, todas cabales y bien fundadas, creo que hubo acuerdo en describir Feliz final como una novela sobre el tema del amor y la pareja, en este caso narrada desde la ruptura hasta el comienzo de la relación (de ahí el título), pasando por el desgaste, la decepción, la culpa, los mutuos reproches, el sufrimiento causado al otro, la infidelidad, los cambios acarreados por el ejercicio de la paternidad, sin olvidar la pasión, el deseo y el sexo, y la voluntad de durar (“Nosotros íbamos a envejecer juntos”). El autor no se deja fuera nada relacionado con la experiencia de la vida en pareja.


Alguien la calificó, pienso que con gran acierto, como “una historia tristísima”, pues emociones y sentimientos negativos son mostrados con absoluta crudeza, y contrastan amargamente con la convicción inicial de los amantes de que pasarían la vida juntos. Es también la crónica de un doloroso fracaso construida de un modo muy original: se apoya en la alternancia del discurso interior de los protagonistas escenificando un diálogo imposible en el que cada uno expone su particular versión de las situaciones y hechos mencionados, con frecuencia a modo de réplica a lo afirmado antes por el otro. El engranaje estructural se capta de inmediato, por lo que en principio parece innecesario el cambio de letra para identificar con claridad a cada uno, hasta llegar a un punto en que se  advierte lo erróneo de esta apreciación. Me estoy refiriendo a esas páginas, divididas en dos columnas, cuya lectura requiere esfuerzo añadido y se apoya en la guía de la variación tipográfica, y, ya próximo el final de la novela, es decir, llegado el momento del comienzo feliz y prometedor, el cambio de letra resulta imprescindible para distinguir las dos voces, fusionadas en el mismo párrafo como lo están los apasionados amantes en una voluntad de unión dichosa y duradera. Lo señalé en la tertulia e insisto en ello ahora: creo que la original forma de composición del relato constituye un valor fundamental y le permite al autor encarnar en dos seres humanos concretos y muy creíbles la fascinante complejidad de la vida de una pareja actual.

Al final del libro Isaac Rosa da las gracias entre otros “a quienes compartieron conmigo sus experiencias, inquietudes y reflexiones amorosas”, y reconoce de manera explícita que en su novela “resuenan ideas” de una larga lista de autores, lo cual demuestra su propósito de construir una historia anclada en la realidad. No obstante, hubo en la tertulia quienes expresaron su decepción ante la superficialidad de los personajes frente al amor, y calificaron algunas de sus reacciones como más propias de una serie televisiva de última hornada que de la vida misma. Así que la conversación que


mantuvimos resultó tan interesante o más que la propia novela y nos llevó a repasar algunos de los lugares comunes que parece imposible evitar cuando reflexionamos sobre las parejas, como por ejemplo el  diferente modo de afrontar la crianza de los hijos, la gran repercusión de los problemas laborales y económicos en la armonía conyugal (muy bueno el detalle de la gráfica), la tendencia masculina a no consumar una ruptura sin tener preparado “el recambio”, el egoísmo de uno de los miembros de la pareja con la consiguiente soledad del otro al asumir las obligaciones impuestas por el cuidado de los niños, el sufrimiento de estos a causa de la separación…

Creo que nos referimos si no a todo, a casi todo lo que puede suscitar una obra que aborde este tema y, al margen de la variedad de nuestras apreciaciones y de la estimación recibida por la novela, me parece justo reconocerle el mérito de haber clausurado con un Feliz final el presente curso tertuliano.

¡Buenas vacaciones a todos! Volvemos a vernos a principios del otoño…




Como cada final de temporada, hicimos en la última reunión una votación para determinar cuál nos había parecido la mejor obra que habíamos leído este curso y cuál la mejor tertulia, que no tienen por qué coincidir (de hecho, nunca han coincidido). Como ganadoras quedaron Llévame a casa, de Jesús Carrasco como mejor novela, y El adversario, de Emmanuel Carrère como mejor tertulia. 


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