Cuando las cosas se van postponiendo de un día para otro pasa lo que pasa, que se van olvidando y, cuando te quieres dar cuenta, ha pasado más de un mes y no las has hecho. Eso es lo que ha ocurrido con esta reseña, que se tendría que haber publicado (y redactado, obviamente) a principios de marzo, que fue cuando tuvo lugar la tertulia sobre Hoy, Júpiter, de Luis Landero.
Claro, ahora toca sufrir las consecuencias: ¿quién se acuerda de lo que se habló en esa reunión?
Al paso del tiempo hay que añadir que fue una tertulia especialmente ruidosa, no por los participantes (siempre tan moderados y educados) sino por otros grupos que ocupaban el local y hacían que se cruzaran las conversaciones, las risas… Probablemente nosotros también estaríamos interfiriendo en sus charlas, pero ese es otro asunto.
Quienes ya habían leído el libro anteriormente comentaron un fenómeno curioso, que no recordaban casi nada de la trama cuando volvieron a leerlo por segunda vez. Parece que se debe –según dedujimos- a que realmente no es una novela donde “pasan cosas” que luego puedas recordar claramente, de hecho el argumento se podría resumir en tres o cuatro líneas. Lo que importa es el cómo están contadas esas cosas, el magistral dominio del lenguaje que muestra Landero y en el que todos coincidimos.
La estructura de la obra también mereció alabanzas; las historias de Dámaso y Tomás, paralelas y al mismo tiempo entrelazadas en el tiempo y el espacio, confluyen finalmente y aúnan de una manera muy hábil personajes y escenarios.
Por citar alguna crítica de las que se pronunciaron, los personajes femeninos no parecen salir muy bien parados en la novela, no adquieren la profundidad que tienen los protagonistas o los “secundarios” (el padre de Dámaso, Bernardo): la mujer de Tomás, tan al margen de las inquietudes de su marido (aunque al final se nos revele su secreta pasión), o la madre de Dámaso, que permanece impasible aun sabiendo toda la verdad sobre su familia, o la novia que pasa como de puntillas por la obra…
Comparando Hoy, Júpiter con otras obras del mismo autor (sobre todo con Juegos de la edad tardía) se comentó la predilección que tiene Landero por el tema de la impostura, del aparentar ser quien no se es. En algunas ocasiones, los personajes (como Tomás) fantasean con lo que hubieran querido o podido llegar a ser, porque la vida que llevan les resulta demasiado mediocre para sus auténticas posibilidades. Otras veces (como Dámaso) se maldicen por no ser lo que los demás esperan que sean: su padre tenía tantas expectativas puestas sobre él, que no puede evitar sentirse una verdadera decepción para este. Todos los contertulios coincidimos en lo triste que puede llegar a ser que un hijo advierta que su padre nunca se sentirá orgulloso de él, que hubiera preferido que su hijo fuera de otra manera completamente diferente (algún tertuliano confesó sentirse reconocido en esta durísima situación). Este sentimiento marcará a Dámaso haciéndole sufrir muchísimo y llevándole a odiar a Bernardo, el ojito derecho de su padre. El odio y la venganza se convierten así en la razón de la existencia de Dámaso. Lo inesperado de la trama llega al final, cuando descubrimos que Bernardo también ha pasado un auténtico calvario para satisfacer las expectativas del padre de Dámaso: se ha inventado una vida, casi una identidad nueva, solo para darle gusto, transformándose ante Dámaso y ante el lector de verdugo en víctima. El odio que había sentido Dámaso por él durante toda su vida no tenía ningún sentido. Para algunos tertulianos la resolución es bastante inverosímil, forzada; para otros, un giro magistral que remata con acierto buena novela de un muy buen narrador.
La próxima tertulia, que tendrá lugar el 17 de abril, versará sobre la novela de Belén Gopegui La conquista del aire.
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