miércoles, 26 de junio de 2013

El ruido de las cosas al caer

(de Juan Gabriel Vásquez)
 


Como viene siendo habitual, casi se junta la publicación de esta reseña con la celebración de la siguiente tertulia. No vamos a poner excusas para esta tardanza, porque es lo mismo de siempre: pereza, trabajo, fin de curso, y mil cosas más. A eso hay que añadirle que el libro no levantó pasiones y que, como ha sucedido en otras ocasiones, tuvo más interés lo que se dijo sobre la obra que la novela en sí.

Lo que más gustó de El ruido de las cosas al caer fue precisamente ese título tan acertado y tan poético. Aunque el estilo es ágil (es una novela que se lee con facilidad), se echa de menos una estructura consistente: el propio autor ha reconocido en alguna entrevista que no tenía un plan previo antes de acometer la obra, sino que empezó a escribir a partir de ver algunas noticias en la prensa y en la televisión. Y esto se nota: las dos historias, la de Yammara y la de Laverde, no terminan de enlazarse de manera convincente, no se profundiza demasiado en ninguna de las dos. Aunque el principio está muy bien perfilado, esta sensación se malogra según van avanzando los capítulos y el lector se queda con las ganas de encontrar una conexión más profunda entre las dos tramas.

El personaje de Antonio Yammara es un falso protagonista; es el narrador e hilo conductor de la novela, y podríamos decir que es también un trasunto de la propia Colombia; es una excusa para contar una parte de la historia reciente del país, el cambio que supone en su vida el disparo podría considerarse como una metáfora de la transformación de Colombia a raíz de la irrupción del narcotráfico y la violencia.
Este episodio es el desencadenante de la otra historia, la de Ricardo Laverde, que aparece enlazada con la de Yammara a raíz de la investigación que emprende para reconciliarse con el recuerdo de su amigo.
Es precisamente Laverde el que nos adentra más en el pasado reciente del país; aunque seguimos echando en falta un desarrollo más en profundidad de este personaje, nos sirve como excusa para conocer a Elaine/Elena, quizás el personaje más logrado de la novela, el de mayor entidad y consistencia. No se acaba uno de creer su inocencia y candidez, su ignorancia sobre las oscuras tramas en las que participa su marido... pero la actualidad nos hace ver que este caso no es tan extraño.
El tema de la droga y del narcotráfico es uno de los núcleos de la novela; podemos ver con claridad la evolución de la actitud ante el problema resumida en una frase de uno de los personajes: "Éramos no inocentes, sino unos inocentes", que sintetiza lo que ha sido la droga desde la época hippy hasta la actualidad; el autor no emite un juicio sobre el problema del narcotráfico, se limita a exponer cómo se inició y cómo ha ido evolucionando. Incluso se muestra a favor de la legalización de la droga como solución a esta problemática; no se trata pues de una novela de denuncia, aunque sí se apunta el tema -desaprovechado en parte- del falso altruismo de los Estados Unidos, que irrumpen en Colombia como desinteresados ayudantes y consejeros, pero nos dejan siempre la impresión de albergar una segunda intención no tan humanitaria (algunos norteamericanos aparecen incluso implicados en los comienzos del narcotráfico).
Otros temas aparecen esbozados y nos dejan con ganas de un desarrollo más en profundidad: la violencia en la sociedad colombiana, el mundo del billar, el tema de la muerte (que subyace en toda la novela pero no termina de tratarse a fondo), etc.
Tampoco nos acaba de transmitir el sentir de una generación, como parece que se pretende a lo largo de las páginas de la novela. Nos quedamos con la sensación de que falta algo, que la idea de la obra es buena pero no termina de conseguir su objetivo, sea cual sea.
En resumen, la novela no consiguió seducir a ninguno de los participantes en la tertulia; eso sí, despertó el interés por unos temas que no conocíamos en profundidad y nos dejó con la inquietud de seguir ahondando en ellos.
 
 
La próxima novela sobre la que hablaremos será La fórmula preferida del profesor, de la japonesa Yoko Ogawa (Editorial Funambulista). Aún no está claro si nos reuniremos el 1 o el 4 de julio: cuando se haya manifestado la mayoría de los participantes os informaremos.
 
 

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