jueves, 7 de enero de 2016

Yo confieso

(de Jaume Cabré)


Reseña de Josune.

Yo confieso de Jaume Cabré fue mi lectura principal del pasado verano y, como dije en la tertulia, me encantó. Poco más recuerdo de lo que comentamos aquel jueves, 22 de octubre, ya lejano, aunque seguro que mi memoria se va despejando en cuanto la apriete un poco, con el fin de escribir la reseña más tardía y perezosa de la historia de nuestro sofá… Pido disculpas por ello.
         Hacía tiempo que Lluís mencionaba este libro como propuesta, pero su extensión desanimaba un poco (848 páginas). Hasta que nos lanzamos, e hicimos bien. Es una novela espléndida, original, compleja y ambiciosa. Según se indica al final, fue escrita a lo largo de ocho años, entre 2003 y 2011, y definitivamente concluida el 27 de enero de este último año, día del aniversario de la liberación de Auschwitz, detalle al parecer importante para su autor, pues así lo destaca al inicio de los agradecimientos.
         Cuando, antes de decidir que la leeríamos, le pregunté a Lluís de qué iba, él respondió: «Es la historia de un violín». Breve y certero. Otras muchas cosas podrían añadirse a esta, desde luego, mas ninguna capaz de enmendarla, pues el violín es el principal responsable de la melodía narrativa de la obra: un storioni de 1764 convertido en valiosísima antigüedad, portador de una historia dolorosa y terrible. La peripecia de este objeto sostiene la estructura básica de una novela tejida, además, por innumerables relatos e incontables personajes, habitantes de diversos tiempos, que aparecen y se esfuman sin previo aviso entre las palabras. Este detalle, comentado en la tertulia como uno de los mayores inconvenientes para la lectura, constituye a la vez una de las razones de su amenidad e interés. En este aspecto, Yo confieso se parece a esas novelas extensas, difícilmente resumibles, que acaban dejando en el lector la huella profunda de un largo viaje, o el extravío voluntario por un intrincado bosque, lleno de secretos y hermosura. Yo me he perdido en las páginas de esta obra con una entrega similar a la que le concedí a Guerra y Paz, por ejemplo, o a Bomarzo. Mi intento por sintetizar sus argumentos no serviría jamás como espejo de la aventura intelectual, emocional y estética alcanzada con su lectura.
         Por otro lado, junto con el storioni quiero recordar algunos nombres, al menos los de los dos violinistas, Adrià Ardèvol, el protagonista, y su amigo Bernat Plensa, y el de la mujer a la que va destinado el relato, Sara Voltes-Epstein; los padres de Adrià, Fèlix Ardèvol y Carme Bosch, por quienes su hijo dice no haberse sentido nunca querido… El índice de personajes incluido al final ayuda a recordar aquellos más relevantes, sí, pero no es suficiente para evocar con exactitud las muchas historias que en esta monumental novela se entrecruzan. Ya lo he comentado antes, entramos y salimos de ellas de manera sorprendente, con esa alternancia de espacios y tiempos presente también en la voz narrativa: un yo desdoblado en un él. No llegamos a ningún acuerdo al tratar de explicar esta rareza. Es verdad que, conforme nos aproximamos al final y vamos conociendo la situación de Adrià, enfermo de Alzheimer, esa dualidad yo/él puede quedar justificada por el propio naufragio memorístico del personaje, perdido él mismo en el frondoso bosque de su biografía, identificado y enajenado a partes iguales.
         Como en esas grandes novelas con las que Yo confieso se halla emparentada, la relación de temas planteados es amplia, y varía según la atención y los intereses de cada lector. Por citar alguno que a mí me ha conmovido especialmente señalaré la crudeza con que el personaje se reconoce falto de amor paterno, la delicadeza que rodea a cuanto se relaciona con la música, y las magníficas reflexiones sobre el arte en sus expresiones diversas.
         Tampoco hubo unanimidad en nuestra tertulia a la hora de valorar e interpretar el final, momento  siempre delicado en cualquier obra. Cómo no iba a serlo en esta monumental novela. No era fácil para el autor, creo yo, salir de este jardín. A mí me parece que lo resuelve con coherencia y sobre todo con belleza. No es un desenlace racional, exacto y cerrado, pero sí hermoso:
 La daga destelló en la claridad de la escasa luz antes de hundirse en su alma. La llama de su vela se apagó y no vio ni vivió nada más. Nada más. Ni pudo decir dónde estoy porque ya no estaba en ningún sitio.
Estas líneas me sirven para destacar uno de los rasgos principales de Yo confieso: el lirismo, la intensidad y exquisitez de su estilo, lo cual constituye un mérito más que loable en semejante inmensidad de páginas. Más allá del empeño por reconstruir una época terrible de la historia europea, realizar un ajuste de cuentas con las propias traiciones y explicar las ajenas, o rendir un merecido homenaje a quienes les tocó la peor parte, más allá de todo esto, tan presente en la obra, lo que yo me llevo de ella para siempre es la reivindicación del arte, en cualquiera de sus formas, como el consuelo más hondo y conmovedor que nos brinda la vida, al compás de una música de violín o en el murmullo inagotable de las palabras más bellas y oportunas.

¡Feliz Año a todos, queridos tertulianos!



La próxima tertulia (prevista para finales de enero) versará sobre Los infinitos, de John Banville.

1 comentario:

Josefina dijo...

EStupenda reseña, Josune.
Una síntesis muy clara para una historia (mejor dicho, varias historias) contada de forma un poco enrevesada, pero muy, muy original.Aunque yo, que soy muy curiosa, hubiera preferido que se resolvieran algunos de los muchos interrogantes que se me plantean en el transcurrir de la obra.
El libro,por cierto, me gustó mucho, aunque, en las primeras páginas, pensara que mi edición de bolsillo estaba defectuosa al ver cómo el autor cambiaba de personaje y de época en la misma frase o simplemente la dejaba inacabada.