(de Jean-Baptiste Andrea)
Recién salida del horno nos llega la reseña de Josune sobre la última novela que comentamos. Como siempre, gracias por tu prosa que nos hace revivir momentos tan literarios como amenos.
Reseña
sobre Cuidar de ella, de
Jean-Baptiste Andrea
No
imaginaba que me sentaría a escribir sobre lo que comentamos en torno a Cuidar
de ella cuando Italia, Roma y el Vaticano
aparecen a todas horas en los medios informativos y la imponente Plaza de San
Pedro se ha convertido en lugar de peregrinación para creyentes, turistas y
corresponsales del mundo entero. Motivos religiosos y políticos convierten la
muerte de un Papa en un acontecimiento de extraordinaria repercusión y en la
excusa para la escenificación de una liturgia que, confesiones al margen,
constituye todo un espectáculo y una oportunidad para contemplar edificios,
frescos y esculturas de un valor y una belleza apabullantes. Ayer, en la tele,
un periodista que se reconocía no creyente aludía a este hecho y venía a decir
que, a falta de fe, la experiencia estética era el mejor y más intenso de los
sucedáneos en el universo espiritual. Tal vez no le falte razón…
Resulta más que comprensible, pues, que el protagonista de la novela que nos ocupa, Michelangelo Vitaliani, Mimo, un hombre enano dotado de un excepcional talento para esculpir, lograra alcanzar éxito y reconocimiento bajo el cobijo de la Iglesia en la figura del entonces cardenal Pacelli (luego Papa Pío XII), y con el apoyo y mecenazgo de la poderosa familia Orsini. La obra, con claras resonancias de la picaresca, recuerda en algunos aspectos a El nombre de la rosa y a Bomarzo. A la primera, en tanto novela de aprendizaje y con un trasfondo filosófico y teológico; a la segunda, en el ambiente artístico, en las intrigas palaciegas y en las peculiaridades del narrador, que en la obra de Mujica Láinez se trata de un jorobado, el duque Pier Francesco Orsini (reseñable coincidencia también la del apellido).
Cuidar de ella ha sido considerada por la mayoría de nosotros una novela entretenida, agradable y fácil de leer. Hubo quien justificó su decepción por la superficialidad con que se perfila el contexto histórico y la inexactitud de algunas apreciaciones de carácter artístico, algo en lo que otros no habíamos reparado, habida cuenta de que nos hallamos ante una obra de ficción que, por más que aluda a hechos acontecidos a lo largo del siglo XX, no nos ha parecido una novela histórica. Es cierto que nadie la defendió como una creación sobresaliente y se entabló un interesante debate sobre si reúne o no la calidad exigible al galardón que ha recibido, nada menos que el Premio Goncourt de 2023. Parece que, en general, nos cuesta abandonar la inercia de creer que los premios célebres y prestigiosos avalan siempre la excelencia, cuando quienes conocen los entresijos de los mismos atestiguan el interés económico que persiguen, de modo que las posibilidades de éxito comercial constituyen un criterio esencial en su concesión, sin que ello signifique, sin embargo, que las obras premiadas, si funcionan comercialmente, hayan de ser necesariamente malas. En absoluto. Creo que el asunto es más complejo que todo eso y, en cualquier caso, hablamos de la novela desde nuestra experiencia lectora, con o sin Goncourt.
El principal acierto de la
obra radica posiblemente en la peculiar pareja protagonista: Mimo y la
excéntrica Viola Orsini, dueña de una mente prodigiosa que condiciona su
personalidad, su afán de conocimiento y sus anhelos de libertad, identificados
con su obsesión por volar. Ella es la que va completando la formación y
puliendo el talento de Mimo a través de los libros que le presta y al compartir
con él sus amplios conocimientos y su sensibilidad artística. Con casi catorce
años se hacen el mutuo juramento de “no
dejarse caer ni decepcionarse nunca”, en tanto él la ayudará a volar y ella
lo ayudará a él “a convertirse en el
escultor más grande del mundo”. El relato se sostiene en la fortaleza de la
amistad y el cariño que se profesan, a pesar de sus épocas de distanciamiento,
ocasionados por enfados y traiciones puntuales. Cada uno de ellos será
protagonista de su historia individual. Mimo logrará salir de la penuria y la
marginación, y conocerá las mieles del éxito y los privilegios que conceden el
dinero y el trato con los poderosos. Viola quedará maltrecha tras el fracaso de
su empeño en volar e intentará someterse a las servidumbres impuestas por su
clase social y su condición femenina. Ambos se traicionarán a sí mismos pero
hallarán el modo de redimirse cuando el declive del fascismo y el triunfo de
los aliados en la Segunda Guerra Mundial están próximos. Viola jamás perdió la
lucidez y supo verle las garras al monstruo desde el principio, mientras Mimo,
entregado a una vida de excesos, dio rienda suelta a su genio creador y a la
peor versión de sí mismo. Lo ocurrido en el acto de entrega de la medalla que
lo convierte en miembro de la Real Academia de Italia obedece a un plan
orquestado por Viola y ejecutado por su amigo como venganza a la ignominia y
los horrores perpetrados por los nazis con el apoyo del fascismo italiano.
El otro gran acierto del
libro radica en la habilidad con que la intriga que rodea a “ella” determina la estructura de la
obra, de modo que la narración comienza cuando Mimo se halla a las puertas de
la muerte en un monasterio en el que ha vivido durante cuarenta años sin haber
pronunciado los votos. Algún misterio de carácter espiritual o sobrenatural se
cierne sobre el personaje y sobre “ella”,
y el interés crece cuando empezamos a conocer la historia del narrador desde
sus orígenes. Por otro lado, la acción aparece perfectamente secuenciada y sin
decaimiento, tras lo cual es fácil adivinar la experiencia cinematográfica de Jean-Baptiste Andrea como actor,
director y guionista. Hay una gran plasticidad e innegable dinamismo en la
sucesión de acontecimientos sin menoscabo de la forma, sustentada en un estilo
cuidado y sencillo que contribuye a la fluidez del relato.
Ya he señalado que hubo contraste de
pareceres en la tertulia a propósito de la cuestión artística, superficial y
poco documentada para algunos, mientras que otros ensalzamos el sutil
detallismo con que se describen las esculturas realizadas por Mimo, como el san
Pedro encargado por Pacelli o el san Francisco con expresión de estar
experimentando cosquillas. Por otro lado, también resulta eficaz la alusión al
asalto sufrido por la Pietà de Miguel
Ángel por parte de Laszlo Toth y la hipótesis de que, en realidad, el húngaro
quería atacar la Pietà Vitaliani,
pero, como no la encontró, se lanzó contra la de Buonarotti. Al ver el peligro,
el Vaticano decidió ocultarla, a “ella”,
esa escultura cuya contemplación provoca extrañas y confusas reacciones,
incluso excitación sexual. Se abre una investigación en la que llega a
intervenir un exorcista. El misterio,
como en las intrigas de corte clásico, se desvela al final: “(…) el cuerpo yaciente es el de una mujer, por
muy andrógina que sea, con clavículas de mujer, pecho de mujer, caderas de
mujer. El ojo espera a un hombre, ve a un hombre, pero todos los sentidos
registran una feminidad tanto más explosiva cuanto que es casi invisible, un
hálito de vida roto por los fanáticos que lo han crucificado. Algunos
espectadores lo aceptan y se encogen de hombros. Otros, en cambio, los más
sensibles, experimentan una reacción violenta, que a veces se acerca al deseo,
inexplicable, incongruente para quien no ha entendido, es decir, para todos.
Buscaron al diablo, buscaron la ciencia y qué sé yo cuántas cosas, cuando solo
estaba Viola. Viola, a quien yo mismo, sin querer, había traicionado y negado
con tanta fuerza como para hacer llorar
a san Pedro.” (p. 448)
Original resolución que, a mi
juicio, no precisaba más, aunque son las siguientes líneas las que clausuran el
asunto: “Me habíais encargado una Piedad
para reconciliaros. La Virgen que llora el cuerpo maltrecho de Cristo. Pues
aquí está: si el Cristo es sufrimiento, mal que os pese, el Cristo es una mujer.”
(p. 449). Creo que el autor sucumbe a la tentación de un guiño feminista
demasiado explícito y tal vez innecesario, pues el personaje de Viola encarna
desde el principio la reivindicación de una libertad que le es negada. Su sueño
de volar, su grave accidente cuando lo intenta, la identificación de sí misma
con un “dodo” (ave que no vuela)
constituyen en conjunto una metáfora evidente, desplegada en el hermoso poema
interceptado por su necio y cruel marido, y que con insistencia reitera estas
palabras: “Soy una mujer de pie”, y
anima a la mujer del futuro, a aquella que ni siquiera ha nacido, a hacer lo
que tantas otras hicieron antes: “caer de
las nubes y volver a levantarte”.
Y
así la Pietà Vitaliani, la obra
cumbre de Mimo, se yergue en esta novela como la firme expresión del
sufrimiento, la compasión, el amor y la belleza. Con “ella” su talentoso autor rescata de los escombros a quien fue su
amiga leal, salvadora y mecenas, cuya mano, la primera vez que la tomó, lo
convirtió en escultor ̶ “(…) fue en ese momento, el de nuestras
palmas aliadas en aquel conciliábulo de maleza y lechuzas, cuando me vino la
intuición de que tenía algo que esculpir” ̶ , y la hace vivir para siempre
al cincelar en una enigmática figura la marmórea firmeza de su alma, genuina y
libre.
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