Nuevamente nos ilumina Josune con sus inspiradas palabras sobre lo que aconteció en nuestra última tertulia.
La loca de la casa es uno de esos libros raros y cautivadores cuyo
núcleo lo constituye la reflexión sobre el fascinante proceso de crear
ficciones a través de la escritura.
Le oí
o leí ―no lo recuerdo― a la autora su opinión de que había escrito este libro
«en estado de gracia», expresión que en principio me sorprendió y que comprendí
en todo su sentido cuando finalicé su lectura por primera vez.
Apreciamos
las obras de arte, las contemplamos, las escuchamos, las visitamos o las
leemos. Su existencia dulcifica la vida, nos recuerda la belleza esencial, a
menudo escondida o disfrazada, de lo que somos y de lo que anhelamos ser.
Reflexionamos sobre el arte para entenderlo y apresarlo, para tenerlo más
cerca, a nuestro alcance. Sin embargo, percibimos que lo sostiene algo secreto
e inaccesible. Así ha sido siempre y parece que así será.
Ese
«estado de gracia» mencionado por la autora tiene que ver, creo yo, con la
oportunidad de haber intentado indagar en el misterio de la creación literaria,
lo cual explica la heterogeneidad de la materia amasada en la construcción de
esta obra: su propia biografía, la gestación de sus novelas y el derecho de
fabular desde la verdad de la vida. Me pareció cuando lo descubrí, y me sigue
pareciendo ahora, el libro más personal
de Rosa Montero, un homenaje
a la imaginación, «la loca de la casa»
en palabras de Santa Teresa.
Resultó
muy agradable la tertulia sobre este libro, que no es una novela, pero que
tiene ficción (esa hermana, Martina, que en la vida real nunca ha existido);
que no es una autobiografía, pero que encierra episodios vividos por la autora
(el del accidentado encuentro con un famoso actor, presentado, además, en
varias versiones); que tampoco es exactamente un ensayo y, sin embargo, se
apoya en la reflexión suscitada por algunas de sus lecturas (incluidas unas
cuantas biografías, de las que se confiesa auténtica devoradora) y por la
observación, en ella misma y en otros, de los entresijos de la fabulación, de
cómo vive quien habita en un universo paralelo construido por palabras.
La
loca de la casa nos permitió hablar sobre Rosa Montero, cuyas columnas, entrevistas y reportajes nos han
acompañado desde hace muchos años, al igual que sus novelas, entre las que
mencionamos nuestras preferidas (Te trataré como a una reina, Temblor,
Instrucciones
para salvar el mundo, Lágrimas en la lluvia…), junto con
el libro menos ficticio y más íntimo de su extensa producción, La
ridícula idea de no volver a verte, donde relata su proceso de duelo
tras la muerte de su marido, el también periodista Pablo Lizcano, a partir de la lectura del diario en el que Marie Curie dio forma escrita a su
desgarro interior y al dolor en que la sumió el inesperado fallecimiento de su
amado Pierre.
Hablamos
de Rosa Montero y de su obra con
simpatía y cariño. De su estilo, ágil, brillante y sumamente expresivo, con
admiración. Ha logrado, a fuerza de pasión y oficio, envolver la materia de su
escritura en una sintaxis sencilla y precisa, despojada de artificio
innecesario. Cuente lo que cuente, se lee con interés. Este libro constituye
una buena prueba de ello: no desagradó a nadie de los asistentes a la tertulia.
Voy a
concluir con unas palabras que, a mi juicio, contienen el alma de La
loca de la casa y el admirable empeño de su creadora:
«Eso es la escritura: el esfuerzo de
trascender la individualidad y la miseria humana, el ansia de unirnos con los
demás en un todo, el afán de sobreponernos a la oscuridad, al dolor, al caos y
a la muerte».
Insuperable
y emocionante descripción. Ahí queda eso.
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