martes, 5 de abril de 2016

La loca de la casa

(de Rosa Montero)

Nuevamente nos ilumina Josune con sus inspiradas palabras sobre lo que aconteció en nuestra última tertulia.

La loca de la casa es uno de esos libros raros y cautivadores cuyo núcleo lo constituye la reflexión sobre el fascinante proceso de crear ficciones a través de la escritura.
          Le oí o leí ―no lo recuerdo― a la autora su opinión de que había escrito este libro «en estado de gracia», expresión que en principio me sorprendió y que comprendí en todo su sentido cuando finalicé su lectura por primera vez.
          Apreciamos las obras de arte, las contemplamos, las escuchamos, las visitamos o las leemos. Su existencia dulcifica la vida, nos recuerda la belleza esencial, a menudo escondida o disfrazada, de lo que somos y de lo que anhelamos ser. Reflexionamos sobre el arte para entenderlo y apresarlo, para tenerlo más cerca, a nuestro alcance. Sin embargo, percibimos que lo sostiene algo secreto e inaccesible. Así ha sido siempre y parece que así será.
          Ese «estado de gracia» mencionado por la autora tiene que ver, creo yo, con la oportunidad de haber intentado indagar en el misterio de la creación literaria, lo cual explica la heterogeneidad de la materia amasada en la construcción de esta obra: su propia biografía, la gestación de sus novelas y el derecho de fabular desde la verdad de la vida. Me pareció cuando lo descubrí, y me sigue pareciendo ahora, el libro más personal  de Rosa Montero, un homenaje a la imaginación, «la loca de la casa» en palabras de Santa Teresa.
          Resultó muy agradable la tertulia sobre este libro, que no es una novela, pero que tiene ficción (esa hermana, Martina, que en la vida real nunca ha existido); que no es una autobiografía, pero que encierra episodios vividos por la autora (el del accidentado encuentro con un famoso actor, presentado, además, en varias versiones); que tampoco es exactamente un ensayo y, sin embargo, se apoya en la reflexión suscitada por algunas de sus lecturas (incluidas unas cuantas biografías, de las que se confiesa auténtica devoradora) y por la observación, en ella misma y en otros, de los entresijos de la fabulación, de cómo vive quien habita en un universo paralelo construido por palabras.
          La loca de la casa nos permitió hablar sobre Rosa Montero, cuyas columnas, entrevistas y reportajes nos han acompañado desde hace muchos años, al igual que sus novelas, entre las que mencionamos nuestras preferidas (Te trataré como a una reina, Temblor, Instrucciones para salvar el mundo, Lágrimas en la lluvia…), junto con el libro menos ficticio y más íntimo de su extensa producción, La ridícula idea de no volver a verte, donde relata su proceso de duelo tras la muerte de su marido, el también periodista Pablo Lizcano, a partir de la lectura del diario en el que Marie Curie dio forma escrita a su desgarro interior y al dolor en que la sumió el inesperado fallecimiento de su amado Pierre.
          Hablamos de Rosa Montero y de su obra con simpatía y cariño. De su estilo, ágil, brillante y sumamente expresivo, con admiración. Ha logrado, a fuerza de pasión y oficio, envolver la materia de su escritura en una sintaxis sencilla y precisa, despojada de artificio innecesario. Cuente lo que cuente, se lee con interés. Este libro constituye una buena prueba de ello: no desagradó a nadie de los asistentes a la tertulia.
          Voy a concluir con unas palabras que, a mi juicio, contienen el alma de La loca de la casa y el admirable empeño de su creadora:
          «Eso es la escritura: el esfuerzo de trascender la individualidad y la miseria humana, el ansia de unirnos con los demás en un todo, el afán de sobreponernos a la oscuridad, al dolor, al caos y a la muerte».

          Insuperable y emocionante descripción. Ahí queda eso.


Recordad que en la próxima tertulia (el 14 de abril) hablaremos sobre Intemperie, de Jesús Carrasco.

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