RESEÑA ESCRITA POR JOSUNE.
Carson McCullers tenía veintitrés años cuando escribió esta novela
de espléndido título que tanto me recuerda en la atmósfera recreada y en el
tono narrativo a Matar un ruiseñor. El calor del sur, la quietud y el tedio de
una población rural difuminada en gris, el color que se disputan para hacer
suyo el blanco y el negro. Blancos y negros son sus habitantes, cuyas vidas
discurren entre los márgenes de la conformidad y la rebeldía.
El
corazón es un cazador solitario no se sostiene en una acción trepidante,
tal vez por eso alguien comentó en la tertulia: «No pasa nada». En parte, así
es, pero solo en parte. La materia de esta historia la componen el interior de
sus personajes principales y los acontecimientos fortuitos, a veces trágicos,
que estallan de modo inesperado y modifican el rumbo de algunas vidas, e
incluso lo frenan, lo detienen para siempre. Pienso en el disparo, por suerte
no mortal, que sale del rifle manejado por el pequeño Bubber, hiere a Baby y
acarrea el desastre económico a su familia. O en la desgracia de Willie, que
acabará inválido en una prisión.
La
novela comienza de un modo perfecto. El primer capítulo sorprende y atrapa con
la historia de una insólita pareja de amigos: dos sordomudos. Dicho capítulo
posee la intensidad y autonomía de un cuento redondo, cerrado a medias por la
melancolía y la soledad en que queda sumido el personaje principal de la
novela, el mudo Singer, cuando su
amigo Antonapoulos es arrancado de
su lado por decisión de su primo, quien lo ingresa en una institución estatal
en la que pueden cuidarlo y ocuparse de él convenientemente. Estas son las
últimas líneas de tan magnífico arranque: En
su rostro se reflejaba la melancólica paz que suele verse en quienes sufren mucho o son muy sabios. No
obstante, continuaba deambulando por las calles de la ciudad, siempre solo y en
silencio.
Ese
hombre silencioso, pacífico y solitario se va a convertir en el testigo, el
compañero, el escuchante ideal de los otros cuatro personajes importantes de la
novela: la pequeña Mick; Biff Brannon, dueño del Café New York; Blount, alcohólico y anarquista; y el doctor Copeland, entregado a la
reivindicación de los derechos de los negros.
Si
tuviera que destacar algún episodio, me inclinaría, sin duda, por esa escena en
la que los cuatro coinciden en la habitación de Singer y apenas son capaces de hablar entre ellos (Singer se sentía confundido. Siempre habían
tenido mucho que decir. Sin embargo, ahora que estaban juntos permanecían
silenciosos. (…) Cada uno de ellos dirigía sus palabras principalmente al mudo.
Sus pensamientos parecían converger en su persona como los radios de una rueda
en torno a su eje.)
Singer es un hombre blanco afable,
paciente y compasivo. Él, que escucha siempre, aun sin comprender, resulta un
enigma para sus visitantes, quienes, sin embargo, no precisan saber más,
conocerlo mejor. Por su parte, tampoco él los necesita a ellos. Su vida se
sustenta en la existencia de su «único amigo», Antonapoulos, a quien escribe a pesar de que el griego no sabe
leer.
Cuando el primo se lo lleva del pueblo, Singer logra recuperarse porque
periódicamente acude a visitarlo y pasa unos días con él. La detallada
descripción que la autora hace de los preparativos de estas escapadas nos
permite participar de la emoción del personaje, cuyo amor hacia el otro mudo se
nos muestra como una conmovedora realidad: No
nací para estar solo y menos separado de ti, que eres quien me comprende,
escribe en la que será su última carta. Por eso el final, trágico y tristísimo,
es más que coherente y comprensible. Muerto Antonapoulos, Singer no
puede seguir viviendo.
Los demás sí lo harán, más solos que antes. El
negro, el del bigote, el dueño del Café (así los identificaba Singer para su amigo), con su pasado a
cuestas. Mick, antaño entregada a
los sueños que encendía en su interior su pasión por la música, ya no es tan
niña y trabaja en unos grandes almacenes porque hace falta dinero en su casa.
Se siente engañada, «entrampada», pero aún confía en que suceda «algo bueno».
Igual que el extraño Biff, que
empieza un nuevo día en su café dispuesto a esperar «el sol de la mañana».
Los cuatro
siguen viviendo. Guía sus pasos y alienta su esperanza el latido de un cazador
hambriento de amor y solitario.
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