RESEÑA DE JOSUNE
La tertulia sobre esta novela será difícil de
olvidar. El tema era peliagudo: las relaciones sexuales heterodoxas, por
decirlo de un modo neutro, en el ámbito de otro tema de fondo que es el de «lo
oscuro», «la sombra», la parte escondida, poco presentable, de la naturaleza
humana. Muy apropiada me parece para el planteamiento adoptado por el autor al
construir su obra la cita de Céline
que la encabeza, perteneciente a Viaje al fin de la noche: «Todo lo
que es interesante ocurre en la sombra. No se sabe nada de la verdadera
historia de los hombres».
El argumento se resume en pocas líneas: Guillermo
y Olivia forman una pareja estable y bien avenida. Acaban de tener un hijo, lo
cual supone para Guillermo una experiencia extraordinaria y gozosa. Pocos días
antes de morir en un accidente, se encuentra con su amigo Eusebio, a quien
confiesa que mantiene relaciones sexuales sadomasoquistas con una misteriosa
mujer. El relato, por otra parte inesperado, enciende en Eusebio una curiosidad
creciente por conocerla. Cuando por azar lo logra, no le revela la verdad (que
sabe quién es y que Guillermo ha muerto) y, subyugado por ella, entabla una
relación amorosa presidida por la ternura, con sexo plácido, carente de dolor
ni sufrimiento, y emprende, paralelamente, un arriesgado camino de
experimentación sexual nada ortodoxa. En este recorrido, sin duda, lo que más
impacto nos causó a todos fue el episodio de pedofilia ―terrible, durísimo—,
que motivó también el momento más delicado de la tertulia y el que se pueda considerar
este relato como la crónica de una depravación.
Desde
la unanimidad en el rechazo radical hacia este tipo de actos, se suscitó un
inquietante debate sobre qué puede empujar a un adulto a comportarse así. Se
aludió a la dificultad de abordar sin
prejuicios la materia sexual, sometidos como estamos a determinados moldes
culturales. Se mencionó la naturaleza cambiante y pasajera de esos moldes, que
condenan en un tiempo lo que en otro aprueban. Se defendió como razón
universal, por encima de los vaivenes espaciotemporales, la de rechazar
absolutamente aquello que cause daño —físico, mental, espiritual― a otro.
Hay
ámbitos de la realidad que cuesta nombrar. El sexo es uno de ellos. Por eso la
apuesta de Luisgé Martín resulta
arriesgada y valiente. Se sumerge, además, en una cuestión de gran actualidad:
el anonimato que facilita internet y su
fuerte poder adictivo. La posibilidad de penetrar en el abismo, en «el fin de
la noche», en silencio y sin testigos, bajo la máscara de otra identidad (muy significativo
a este respecto el juego de varios personajes con sus nombres: Guillermo/Segismundo,
Olivia/Nicole, Julia/Marcia).
El
final de la novela resulta descorazonador. Julia descubre la verdad sobre
Eusebio y le envía una carta reveladora. Ella, que había encontrado con él el
placer de la ternura, lo cita en su casa: No
sé si lo que puedo ofrecerte es brutalidad o dulzura. Eusebio acude: Piensa que la vida es un cenagal, una
emboscada. Luego el cerrojo se descorre.
Podemos
sospechar que tras esa puerta Eusebio va a hallar la crueldad y el dolor que la
misteriosa Marcia (Julia) infligiera a su amigo Guillermo, culminando así su
obsesiva y delirante búsqueda. Los dos (Eusebio y Marcia/Julia) son personajes
extraños, al servicio de la exploración que el autor se propone realizar sobre
las oscuridades de la conducta sexual. Toda la construcción novelesca, el ritmo
del relato, la asepsia del tono descriptivo, el empleo del presente como tiempo
que facilita la visualización de lo narrado, la inmediatez con que Eusebio y
Julia se convierten en una pareja, el drástico cambio operado en ella, del
sadomasoquismo a la delicadeza y el cariño, el perfil del protagonista ―rico,
ocioso, con todo el tiempo libre, sin obligaciones ni responsabilidades—…, todo
se halla al servicio de esa indagación cruda, despiadada, atroz, en las
prácticas sexuales heterodoxas.
Yo no
sé si es por completo acertada la cita de Céline
que he mencionado al principio. Desde luego es sugerente, como lo es la sombra,
lo oscuro, lo secreto, lo escondido, lo que no se ve, lo que no se dice. Sin
embargo, me parece a mí que verdad es todo. También la luz, la claridad, la
transparencia, lo que aflora a la superficie, lo que se descubre, lo que vemos,
lo que nombramos. En esa penumbra mestiza de día y noche, en ese incierto
claroscuro, se desenvuelve nuestra historia.
En la
misma época en que los grandes novelistas franceses del Realismo levantaban algunos de los mejores monumentos de la
literatura universal, un grupo de jóvenes poetas, los llamados Simbolistas, habitaban noctívagos los
tugurios parisinos, empeñados en apresar la negrura, que la rutilante sociedad
burguesa negaba, para convertirla en materia poética. Probablemente el
resultado más notable de tal propósito lo constituye Las flores del mal, de Charles Baudelaire, cuya publicación en
1857 le costó a su autor un proceso judicial que acabó en una multa y en la
obligación de excluir algunos poemas, y que le supuso, por encima de todo, un
gran dolor moral. El valor y la importancia de esta obra se hallan hace ya
tiempo fuera de toda discusión. En su título está contenida su esencia: la
belleza de lo oscuro, la innegable humanidad del mal. Vuelvo al comienzo de
estas líneas: insisto en mi opinión de que el tema subyacente en esta novela es
la dolorosa conciencia de nuestra condición humana, dual y contradictoria,
viajera entre las alturas y el abismo. Así lo expresó Baudelaire en su «Himno a la
Belleza»:
¿Que vengas del Infierno o del Cielo, qué
importa,
¡Belleza! ¡Monstruo enorme, ingenuo y espantoso!
Si tus ojos, tu risa, tu pie, me abren la puerta
De un infinito al que amo y nunca he conocido?
Ya lo
he dicho, tertulia difícil de olvidar. Novela arriesgada, valiente, durísima,
poblada de escenas desasosegantes, difícilmente transitables. No ha resultado cómodo
leerla ni comentarla, pero, si algo hemos aprendido en nuestro sofá, es a leer
de todo y a intentar comprender la realidad que nos descubren las palabras.
Os recordamos que la próxima tertulia, para el 9 de febrero, versará sobre la novela Patria, de Fernando Aramburu.
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