RESEÑA DE JOSUNE
Han pasado varias semanas desde que celebramos
nuestra última tertulia y, sin embargo, me resulta muy fácil recordarla.
Acudimos prácticamente todos, llenábamos el espacio que se nos reservó en Pynchon y tuvimos que concluir porque
nos dijeron que era hora de cerrar. De algún modo, la tertulia continuó.
Posiblemente continúa aún, no solo entre nosotros, sino entre quienes han leído
Patria
en Alicante, en el País Vasco y en España entera. Así lo atestiguan
conversaciones en las que participamos, y críticas que no dejan de aparecer en
la prensa, en alguna de las cuales incluso reconocemos opiniones vertidas
aquella tarde de febrero.
A
ninguno de los asistentes le desagradó la novela y la inmensa mayoría se mostró
gratamente impresionada. Es preciso indicar, antes de seguir recordando cuanto
dijimos, que la última obra de Aramburu ha tenido una extraordinaria
repercusión social, de modo que hablar sobre ella implica hablar también de la
realidad histórica de la que parte, realidad tan triste, amarga, injusta e
intolerable que tengo la sensación de que en algunos momentos le lanzamos a la
novela reproches que en el fondo queríamos dirigir a lo ocurrido en la sociedad
vasca durante los largos años del terrorismo de ETA. Después me referiré a las
objeciones que algunos contertulios le pusieron a esta obra, objeciones
acertadas y bien fundadas, pero no quiero perder la oportunidad de repetir aquí
algo de lo que afirmé al abrir la tertulia: a mí me parece una novela inmensa,
valiente y verdadera, que obedece a una deuda de carácter moral contraída por
el propio autor y por todos los que sentimos vergüenza al reconocer lo poco que
hicimos —tal vez nada― y lo mucho que callamos.
La
sociedad vasca que yo he conocido es familiar, tribal y gregaria. Si en condiciones
extremas de peligro a los humanos nos salva nuestro arraigado instinto de
supervivencia, cuando el riesgo que corremos es el de la exclusión y el rechazo
social, lo que se activa es nuestra inconmensurable capacidad de adaptación al
grupo. Lo sabemos hace mucho tiempo: sobrevive el que mejor se acomoda. Se
trata de seguir vivos y de no estar solos, aunque para ello tengamos que
anestesiarnos frente a la crueldad, la violencia, la extorsión, el terror y, en
definitiva, la alienación a la que nos entregamos en un execrable proceso de
deshumanización. Y, ya que, como dice la sabiduría popular, ningún mal dura
cien años, todo pasa. El efecto de la anestesia se termina. Los supervivientes
miran atrás, algunos recapacitan y se preguntan, entre perplejos y
avergonzados, cómo pudieron ser partícipes de tanta infamia. Creo que esta es
la razón de que Patria haya traspasado el ámbito literario y se haya convertido
en la excusa de un debate más sociológico que artístico. Sin embargo, por más
que pueda parecer otra cosa, este impresionante libro solo es una novela.
Patria
ofrece, a mi juicio, dos valores apreciables desde el principio: la ubicación espaciotemporal
de la historia ―el presente del País Vasco sin el terrorismo de ETA— y la
prodigiosa oralidad que se desprende tanto de sus diálogos como de la narración
indirecta de los mismos. La lectura se transforma en atenta escucha de unas
voces tan reales que desde ellas resulta muy fácil dibujar
todo lo demás, de modo que leer es oír y ver a sus personajes moviéndose en su
vida. Los personajes son sus palabras o sus silencios, y, en medio, esas frases
inacabadas como sugerentes brochazos que el lector, espectador y oyente
cómplice, concluye.
La narración fluye de un modo asombroso, sin que el
lector perciba la existencia de una estructuración fija del tiempo. Pasamos del
presente de cada personaje a un tramo concreto de su pasado con absoluta
naturalidad y volvemos al momento actual
conociendo lo que precisamos conocer. La extensión de la obra (642 páginas) no
es un obstáculo y la brevedad de los capítulos constituye, sin duda, un gran
acierto. Se lee sin fatiga ninguna.
Además, resulta muy original la mezcla del narrador
omnisciente con el yo en la misma secuencia, incluso en la misma frase, como si
el autor se desplazara desde la distancia al interior del personaje en un movimiento
que para mí define su posición frente al tema de la novela: entre la
objetividad y la clemencia que implica la comprensión.
El
centro de la trama lo ocupan dos mujeres que fueron como hermanas, Miren y
Bittori, muy parecidas en lo esencial, aunque enfrentadas por las
circunstancias. Reconocemos sus similitudes, por ejemplo, en el modo áspero de
tratar a sus maridos, en la predilección por sus hijos varones (Joxe Mari y
Xabier), en el choque con sus hijas (Arantxa y Nerea). También sus respectivos esposos
(Joxian y el Txato) se parecen en su actitud hacia ellas: leales y resignados
se refugian en su camaradería y en su cotidianidad (salen en bici, comen y
beben juntos). Al comienzo de la obra sabemos que el Txato fue asesinado por
ETA y que Joxe Mari lleva años en la cárcel por pertenencia a la banda. El
punto de partida del relato es la novedad de la paz, la noticia de que ETA
abandona las armas. La justicia pendular ofrecida por el devenir de la historia
parece ponerse ahora del lado de las víctimas: Bittori regresa a su pueblo, del
que salió tras el asesinato del Txato. Quiere recuperar su espacio, dejarse ver
por todos los que le dieron la espalda a su marido, lo dejaron solo y lo
convirtieron en un condenado a muerte. Quiere saber si fue Joxe Mari, ese
chaval al que el Txato compraba helados de pequeño, su asesino. Quiere, antes
de morir, que le pidan perdón.
Las
dos familias están muy bien retratadas y en las dos se percibe un velo de
infelicidad que cubre a todos sus miembros. Bittori y sus hijos jamás se
repondrán de lo ocurrido. Xabier, el médico, no se permite ser feliz, y se hace
cargo de su madre hasta el final; Nerea no puede afrontar la muerte de su padre
y no acude al funeral, algo que su madre jamás le perdonará. En Nerea se refleja
también el modo en que muchos jóvenes asistían a las manifestaciones, sin
convencimiento ninguno, simplemente porque había que dejarse ver. Lo mismo le
sucedía a Gorka, el hijo pequeño de Miren, gran lector, escritor, pusilánime y
homosexual. Lo salva su dominio del euskera, pero es un creador cautivo: no puede
escribir lo que quiere.
Joxe
Mari, primario y simplón, cae fácilmente en las redes de ETA y enseguida cuenta
con el apoyo incondicional de su madre. Acaba en la cárcel, y es ahí donde alcanza
dolorosa conciencia de haber malgastado su juventud por una causa en la que ya
ha dejado de creer. Por último, Arantxa, la más lúcida, la más valiente, «la
mejor de todos ellos», en opinión de Bittori, vive atrapada en las graves
secuelas físicas provocadas por un ictus, pero posee la fuerza y la
determinación de una mujer libre e indómita. Se trata de un personaje
espléndido. Ella mediará para que Joxe Mari le escriba a Bittori y le pida
perdón.
No
tenía fácil Aramburu concluir su obra con un final adecuado; sin embargo, lo ha
conseguido: El encuentro se produjo a la
altura del quiosco de música. Fue un abrazo breve. Las dos se miraron un
instante a los ojos antes de separarse. ¿Se dijeron algo? Nada. No se dijeron
nada.
Un
libro inmenso, insisto, valiente y, por más que me duela, lleno de verdad. He
afirmado antes que no es más que una novela, y una sola novela no tiene por qué
mostrarlo todo, explicarlo y reflejarlo todo, abarcar otras miradas posibles.
Las opiniones críticas de nuestra tertulia apuntaban esta carencia y se
preguntaban, por ejemplo, dónde están en Patria los nacionalistas sensatos,
inteligentes, capaces de defender su ideología con un discurso mínimamente
racional y complejo. Es cierto, aquí no están, y a mí no me parece necesario
que estén porque seguro que para ellos existirá otra novela.
Creo que la obra de Fernando Aramburu ha definido
las voces de una sociedad que, presa del miedo y el fanatismo, se fue
degradando hasta extremos insospechados, se acostumbró a convivir con la
violencia y a guardar las propias ideas en el silencio. Sería algo muy bueno y
muy esperanzador que esta magnífica novela se convirtiera, especialmente en el
País Vasco, en un libro imprescindible, de esos que te sacuden el
entendimiento, te pellizcan el alma y, desde la responsabilidad compartida,
encienden la necesidad urgente de trascender la vergüenza y pedir perdón. Una y
mil veces perdón, y nunca serán bastantes.
Recordad que la próxima tertulia (fecha aún por determinar) versará sobre Middlesex, de Jeffrey Eugenides.
1 comentario:
Me hubiese encantado asistir a la tertulia, no pudo ser pero estoy totalmente de acuerdo con tus palabras, gracias Josune por recomendarnos esta gran novela.
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