De nuevo Josune nos cuenta cómo transcurrió la última tertulia. Gracias por tus palabras, es un placer leerte.
La tertulia resultó breve y muy interesante. Las
opiniones reflejaron lo poco que, en general,
ha gustado la novela por varios motivos. Parte de un planteamiento
original que despierta en el lector expectativas lamentablemente defraudadas en el desarrollo
de la trama. En dos o tres momentos puntuales el argumento parece precipitarse
hacia algo sorprendente y clarificador; sin embargo, luego no es así, y nada
llega a compensar una espera que resulta demasiado prolongada, al compás de una
lectura plana desde el punto de vista estilístico.
Este aspecto
suscitó uno de los mejores instantes de nuestra charla. Recordamos lo esencial
de la forma en una novela y en toda la Literatura. Alguien apuntó que tal vez
ese estilo seco tratara de ajustarse a la dureza del contenido; no obstante, de
inmediato recordamos títulos de obras posiblemente más amargas y desgarradoras
en las que el milagro de la belleza formal, incluso del lirismo hallado en
medio de la sordidez o el horror, nos hizo soportable e inolvidable su lectura:
Las
uvas de la ira, Las baladas del ajo, En la
orilla, El gran cuaderno…
Observamos
también que la construcción de una distopía requiere una estructura mejor
trabada y un juego de simbolismos comprensibles en el entramado de la obra. Hay
cuestiones explicadas en las páginas finales relativas al Congreso de
estudiosos de la “Era Gileadiana”, pero cabe señalar que la aclaración resulta
tardía e insuficiente, como si la propia autora respondiera en ese momento a la
necesidad de explicitación exigida por una apuesta narrativa tan audaz como
incompleta.
En lo
que sí coincidimos todos es en reconocer la eficacia con que la novela concentra
comportamientos alienantes registrados en diferentes lugares y épocas de la
historia de la humanidad, tras los que el miedo se erige en infalible mecanismo
fortalecedor de la ignominia frente al riesgo del dolor y la muerte, además del
irreductible instinto humano de supervivencia, que tiene en la adaptación al
medio ―aunque este sea el peor de los escenarios posibles— a la vez su trampa y
su salvación. “Duramos” porque nos acostumbramos a todo y logramos de este modo
salvar el pellejo. También comentamos que esta rendición “a lo que sea” queda
patente en la obra.
La
novela fue defendida por su capacidad de enganchar al lector y por el acierto con que transmite la sensación de ahogo y aburrimiento que
cubre la falta de libertad en la que vive la protagonista, aderezada por el
recuerdo de todo aquello que añora y que pertenece a un pasado mejor.
Es probable que con el tiempo recordemos El
cuento de la criada al menos por el inquietante aviso que contiene: no
estamos libres los seres humanos de echar a perder lo más valioso —la libertad,
el amor, la belleza de la expresión artística― cuando nos atenaza el miedo
sembrado por el fanatismo y el autoritarismo ideológico. Casi nada…
Para la próxima tertulia, que tendrá lugar el 27 de marzo, leeremos La uruguaya, de Pedro Mairal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario