La novela que nos ocupó en la última tertulia, Un amor, de Alejandro Palomas, suscitó
opiniones diversas y alguna que otra crítica. Desde un principio todos
estuvimos de acuerdo en que se trata de una obra que atrapa al lector, lo
engancha y hace que quiera seguir leyendo y sabiendo más de esos personajes tan
peculiares. Es amena, divertida, en ocasiones hilarante y otras tantas roza lo
trágico. Ese carácter agridulce y su facilidad de lectura hacen que sea
altamente recomendable como literatura de evasión, como una obra que no nos
hace plantearnos demasiados quebraderos de cabeza.
Sin embargo, muchos de nuestros contertulios echaron en
falta un buen armazón narrativo, una trama central que vertebrara esa serie de
anécdotas, narradas de forma brillante pero que perfectamente podrían haberse prolongado
a lo largo de cien páginas más o haberse interrumpido mucho antes. Los
“secretos” que supuestamente han de crear intriga y animar al lector a seguir
devorando páginas hasta llegar a su resolución resultan ser bastante
previsibles y en modo alguno tan tremendos como se podría esperar, dada la
importancia que se les otorga en diferentes momentos de la narración.
El personaje de Amalia, la madre, fue el que más controversia
nos provocó. Por mucho que algunos defendían que, en efecto, existen personas
tan peculiares como ella, a la mayoría no le pareció muy verosímil ese cúmulo
de rarezas en un solo personaje: aunque pueda haber madres así, no parece muy
real la relación de los hijos con ella, esa obsesión por destacar su bondad por
encima de todo, por disculpar sus excentricidades. En este punto se dijo que el
personaje más real sería Silvia, que, con todos sus defectos, es la que más
tiene los pies en la tierra, aunque en ciertos momentos se la quiera hacer aparecer
como “la mala”.
Si hay un hilo conductor en la novela, este sería la mentira:
Amalia utiliza la mentira como una coraza para sobrevivir desde muy pequeña, al
sentirse rechazada. Con la mentira intenta protegerse siempre, al igual que Fer
teje una mentira sobre su relación con Sven para –supuestamente- proteger a su
madre, aunque Oxana (brillante y rotundo personaje que para algunos merecería
más protagonismo) le hace ver que es a sí mismo al que intenta proteger.
También se podrían considerar las relaciones familiares como
otro hilo conductor, hecho que mereció alguna crítica por centrarse demasiado
la narración en los personajes como miembros de la familia, mientras que otros
aspectos, como podría ser el mundo del trabajo de cada uno de ellos, aparecen
tratados de forma demasiado tangencial.
Mención aparte merece el tratamiento del tema de la soledad,
que atraviesa toda la obra tocando a todos los personajes: el miedo a la
soledad de Emma (que en algún momento declara que prefiere estar mal acompañada
a estar sola), la soledad de Silvia acompañada de un marido al que no quiere,
la de Fer que inventa relaciones para enmascararla, o la soledad
voluntariamente elegida de la madre, que en realidad es la menos sola, pues
todos los demás la arropan.
El final de la novela, que a todos nos pareció lo mejor, nos
hace cambiar por completo la perspectiva sobre Amalia, que se nos presenta
ahora como un personaje valiente y fiel a sus principios, ocultando a todos sus
intenciones para que no la hagan cambiar de parecer. A pesar de sus
excentricidades, la comprendemos y empezamos a entender su lucidez, extraña
pero lúcida al fin y al cabo.
La próxima tertulia (probablemente el 10 de enero) versará sobre El cuento de la vida, de Fernando Villamía, autor con cuya presencia tendremos la inmensa suerte de contar.
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