Antes de la tertulia sobre la última novela que leímos, tuvimos la suerte unos cuantos miembros de nuestro club de lectura de cenar con la autora, Piedad Bonnet. Además de otros temas extraliterarios de los que hablamos a lo largo de la velada, la poeta y novelista colombiana tuvo la amabilidad de dedicarnos una palabras sobre la génesis de El prestigio de la belleza. Transcribimos aquí su aportación a nuestra tertulia:
" Yo iba en un largo viaje en avión, leyendo a una autora
belga que me gusta mucho, Amelie Nothomb. Estaba leyendo Biografía del hambre, para mí una de sus mejores obras. Ese libro desencadenó mis
recuerdos de la infancia y, como suelo hacer, en las dos últimas páginas del
libro escribí todas las ideas que se me ocurrieron en el momento. Por aquel
entonces yo estaba trabajando en una novela sobre un chico que abandona todo y
cae en la indigencia, a raíz de una historia que mi hijo me contó alguna vez
(lo cuento en Lo que no tiene nombre).
No quería seguir escribiendo ese libro, porque era doloroso para mí, y pensé
que iba a empezar a escribir a partir de este torrente de emociones que me vino.
Amelie Nothomb suele
contar que ella era una niña extremadamente bella y reverenciada por todos, una
especie de “diosecita”; yo, sin embargo, de pequeña sentía lo contrario, tenía
la idea de que a mi mamá no le parecía bonita. Soy la primogénita, y mi mamá
era una mujer muy hermosa. Cuando yo nací, creo que no salí como ella quería,
así que mi mamá empezó a esperar que yo mejorara, pero eso no sucedía. Luego
nació mi hermana, muy bonita, y después también mi hermano, con mucho pelo, los
ojos grandes… todo lo que yo no tenía. Ella inmediatamente le achacó esto a la
herencia de mi papá. En Antioquia, [en Colombia], donde yo viví hasta los siete
años, la belleza es un valor extraordinario; además, en América Latina, eso
está unido a la raza, a la clase social: importa si eres más blanco, más
moreno, más mulato… Esto ahora ha cambiado, pero en ese tiempo era muy
estricto. En casa de mi madre era así, tenías que ser blanco del todo, con los
ojos grandes: eran de esa forma de pensar española, completamente medieval.
Subrayé esa frase de Amelie Nothomb “el prestigio de la
belleza”, pensando en que era cierta, y empecé a recordar el entorno en que
crecí. Me vinieron todos los recuerdos de la cuestión religiosa, los temores,
la primera vez que supe de la enfermedad… Fui reconstruyendo mi infancia a
ráfagas, y ya de regreso a Bogotá me puse a escribir la novela. Decidí comenzar
como en una película que había visto, con la abuela acuclillada ante la madre y
el bebé naciendo (trato así de romper el realismo, empezando en el momento del
nacimiento). Mi mamá me contó que yo había tardado en nacer dos días, con
muchos dolores por su parte, y que nací llena de meconio, la primera deposición
(que no es propiamente una deposición, por así decirlo, es como si el bebé se
cagara de terror), como si fuera una experiencia de la muerte antes de nacer.
Yo he podido sentir y revivir en mi imaginación que nací en medio del temor a
la muerte, y empecé a construirme desde ese momento.
Mi mamá me ponía moños y otras cosas para tratar de embellecerme,
y en su afán, como mi papá era muy inteligente, decidió hacerme como él.
Encontró un recurso, que era el abominable arte de la recitación; empezó a
enseñarme a recitar, y me acordé de la primera vez que, con cinco años, estuve
sobre un escenario. Era de noche, estaba delante de mucha gente y alguien me
cogió por debajo del vestido. Recuerdo esa intromisión de unas manos que me
bajaron de allí... Empecé a desarrollar ese sentimiento y quise llevar este
tema hasta los quince años, cuando me llevaron a un internado, porque yo era
muy insoportable.
En esta novela
intento hacer las paces con los dolores de la infancia, pero además poner el
dedo en la llaga de una sociedad que tiene los valores invertidos y que, con
buenas intenciones como las de mi mamá, puede hacer mucho daño. En poesía ya lo
dije en algún momento, “esos extraños gestos del amor”, cómo te van haciendo
daño con la excusa del amor. Es la única de mis novelas que tiene humor de
verdad. Yo me considero una persona con un gran sentido del humor en la vida
real, pero no es así en mis novelas. Aquí todo es un poquito esperpéntico,
exagerado, pero también con un fondo serio."
Recordamos que la próxima lectura de la tertulia será El cuento de la vida, de Fernando Villamía, autor que tendrá la gentileza de honrarnos con su presencia el 10 de enero. Hasta entonces, felices vacaciones y feliz lectura.
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