Aquí tenemos una vez más las palabra de nuestra inspirada Josune.
Queda un poco lejos aquella tarde de noviembre en
que comentamos este libro, pero me van a ayudar mis notas a refrescar la
memoria. “Novela desconcertante” es lo primero que apunté, y lo mantengo, porque
comienza muy bien, arranca con una potente sensación de intriga, de misterio, y
en un tono narrativo original, ayudado por curiosos nombres y preciosas
descripciones de una naturaleza fastuosa. El invierno traspasa las palabras y
se cuela en nuestra piel. Ahora que por fin lo sentimos aquí, en esta tarde de
Reyes en que me he decidido a redactar estas líneas, es lo que evoco con más
intensidad y placer. Siempre he juzgado injusto e inmerecido el desprestigio
del invierno, aunque me pregunto si pensaría igual bajo las nieblas y heladas
de otros lugares… El caso es que la estética paisajística invernal me gusta
mucho y en esta novela adquiere gran protagonismo. En realidad, la naturaleza
en su conjunto es protagonista fundamental de esta obra. Uno de nuestros
tertulianos viajeros, conocedor de la zona donde transcurren los hechos (región
montañosa del suroeste de Polonia), nos detalló las maravillas de ese territorio,
en el que se halla una especie de reserva natural boscosa extraordinariamente
protegida.
La narradora, Janina Duszejko, es una extravagante y
solitaria mujer mayor, aquejada de diversas dolencias, antaño ingeniera de
caminos y dedicada en el presente a enseñar inglés en una escuela rural de
Kotlina Klodzka. Su vida gira en torno a su amor por los animales, su obsesiva
afición por la astrología y su devoción por el poeta William Blake. Para
completar tan estrafalaria semblanza cabe destacar que se ocupa del cuidado y
vigilancia de las propiedades de sus vecinos ausentes durante el invierno. El
interés inicial del relato recae en su empeño en aclarar los misteriosos
asesinatos de unos hombres que comparten un rasgo: su comportamiento cruel con
los animales, pues se trata de cazadores furtivos.
Sin embargo,
el desconcierto al que he comenzado refiriéndome viene dado, a mi juicio, por
la suma de características que no acaban de estar bien ensambladas en la novela.
El tema ecologista, de indiscutible relevancia, armoniza con muchas de las
reflexiones efectuadas por Janina sobre el necesario respeto a la naturaleza,
pero se presenta con frecuencia en un tono de discurso, de excesiva y
prescindible obviedad. Los elementos que alientan la sospecha de que nos
encontramos en un universo simbólico (los nombres, las explicaciones astrológicas,
los versos, la extravagancia de los personajes —tanto de la protagonista como
de los secundarios―, la recurrente aparición de los corzos…), por lo que el misterio debería resolverse en
clave mágica o sobrenatural, quedan “desactivados” desde un desenlace nada
coherente. Resultó interesante en la tertulia el contraste entre quienes lo
juzgamos del todo inesperado y quienes lo intuyeron pronto. Es cierto que a la
luz del final, las primeras líneas de la novela pueden leerse de otra manera,
pero yo reconozco que en la linealidad del relato en ningún momento imaginé
semejante remate. Preparada como estaba para aceptar la aparición de unos
“corzos justicieros” y dado mi convencimiento de que la construcción novelesca
debe apoyarse en una sólida coherencia, encajé muy mal la narración de esa
venganza ejecutada de un modo calculado y atroz
por una señora tan astral y sensitiva con la naturaleza. Es verdad que
los individuos asesinados tuvieron un comportamiento execrable, pero creo que,
siendo justos, no podemos adjudicarle a ella un calificativo menor. Pese a todo,
sus amigos la protegen y la salvan. Curioso. En general, pienso que podíamos
haber entrado a polemizar más sobre el conflicto de fondo y su discutible
resolución, pero no lo hicimos. Seguro que tendremos ocasión de volver sobre él
en el futuro.
Alguien comentó que esta novela constituye “una
rareza” en el conjunto de la producción de su autora. El caso es que recibió
por nuestra parte una acogida desigual: a unos les gustó mucho y a otros, entre
los que me incluyo, más bien poco. No obstante, pasamos un buen rato, como de
costumbre: cada uno llega a la tertulia con un libro leído y se marcha con ese
libro siempre mejorado por las palabras de los demás. ¡Qué suerte la nuestra!
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