¿Cómo lleváis este confinamiento, tertuliantes? Hoy, 25 de marzo, tocaba reunirnos para hablar de El pan a secas, de Mohammed Sukri. Dado que las circunstancias no lo permiten, sí que podemos disfrutar de las palabras de nuestra Josune reseñando nuestra última tertulia y otras inspiradas e inspiradoras reflexiones que nos regala. Aquí las tenéis:
«Creo que coincidimos todos en celebrar el
descubrimiento de este autor. Con habilidad narrativa y humor inteligente nos
ha lanzado al dramático interior de la realidad mexicana actual.
De la primera novela, Fiesta en la madriguera,
se pueden alabar varias características. La primera, su brevedad. Se lee de
tirón, no le sobra ni le falta nada, se da un perfecto equilibrio entre la
gravedad de lo que quiere mostrar y la simbología elegida para ello. La
perspectiva infantil ―y, por tanto, inocente— del narrador (Tochtli) nos
permite recorrer la fastuosa guarida en la que vive recluido en su condición de
hijo de uno de los más famosos narcotraficantes del país (Yolcaut), y soportar
sin asfixia la normalidad de la violencia. Son las reflexiones de Tochtli, un
niño de diez años fascinado con la muerte que vive aislado del mundo y rodeado
de adultos, las que activan el humor como imprescindible protección frente a la
desolación y el espanto del panorama social que se nos dibuja. En el centro de
la acción se sitúa el deseo de Tochtli de tener un hipopótamo enano de Liberia
para su zoológico, capricho que su padre tratará de satisfacer organizando un
safari. »
Queridos contertulios:
Hasta aquí lo que tenía escrito para comenzar la
reseña de nuestras últimas lecturas. Os confieso que me parece que haya pasado
un siglo desde entonces y me resulta imposible recuperar “el sitio” desde el
que intentaba asomarme a las novelas de Villalobos y a cuanto comentamos sobre
ellas, que, como siempre, fue mucho, variado y enriquecedor. Sin embargo, una
de mis manías más antiguas es acabar lo que he empezado, y tengo la impresión
de que este confinamiento no la va a eliminar, de modo que hoy me dispongo a
concluir mi comentario. Sé que saldrá algo extraño y sé también que lo
comprenderéis, porque me veo incapaz de regresar al 22 de enero y describir
aquella última reunión con mi mirada anterior a todo esto. No puedo recobrarla, por más que lo intento.
Los primeros días me sobrecogía el silencio, exótica
circunstancia en un país tan ruidoso y gritón como el nuestro. Reconozco que
estoy aprendiendo a habitarlo sin recelo, como una nueva estancia que puede depararnos
insospechados hallazgos, alguno de los cuales posiblemente se quede para
siempre. Me alarmó la histeria inicial, hija del miedo, que vació estantes de
supermercados y disparó la compulsiva y asombrosa necesidad de atesorar rollos
de papel higiénico. Me fue tranquilizando la comprobación posterior de que
somos capaces de disciplinarnos y comportarnos de modo civilizado guardando
colas y distancias, ejercitando la paciencia, comprando lo necesario, papel
higiénico también, pero ya sin vicio, que problemas de espacio hay en todas las
casas. Me reconfortó el humor, desde el primer día, como una seña indeleble de
nuestra identidad convertida en escudo antivírico, antidepresivo,
antiapocalíptico. Y me acordé de Villalobos y su portentosa maña para camuflar
la amargura real y palpable de su país en un envoltorio ingenioso, disparatado
y estimulador de la risa. Alguien apuntó en la tertulia que lo había visto en
una entrevista y era un tipo serio. Es que hay que serlo para afrontar
determinados temas desde el humor; de lo contrario se corre el riesgo de que el
enfoque resulte frívolo y ofensivo, y entonces pierde efectividad y simplemente
hiere. En cambio, el humor en serio, inteligente y audaz, libera y sana, aunque
desate emociones amargas y, en el fondo, profunda tristeza. Ese humor barrena
el miedo, el hartazgo, la incertidumbre, y cala hasta dentro, atenúa el dolor
mientras dura la mueca risueña, y luego nos deja lúcidos ante la realidad. Ese
es su principal logro.
Si viviéramos en un país normal, la segunda novela que comentamos, presenta la
pobreza como forma de vida de una familia numerosa perteneciente a una supuesta
clase media (el padre del protagonista y narrador es profesor en “la prepa”) de
un país destrozado por la corrupción, el desastre político y la inflación: el
México de los años 80. Igual que en la anterior, la humorada ácida y grotesca
sostiene la sucesión de situaciones dramáticas (la escasez de alimentos, la
desaparición de “los gemelos de mentira”, la descarnada rivalidad entre los
hermanos, la traición…) hasta desembocar en un final trágico sin paliativos,
epílogo esperpéntico, surrealista, pura alucinación. Se apuntó en la tertulia
la más que probable intención paródica del Realismo mágico por parte del autor,
lo cual encaja con esa mirada crítica que pone patas arriba los cimientos de
una sociedad y también de una cultura. Nos ha gustado leer estas novelas, insisto,
nos ha hecho bien. Seguiremos a Juan Pablo Villalobos con interés y estaremos
atentos a nuevas propuestas.
Si ahora viviéramos todos nosotros en un país
normal, celebraríamos esta tarde de miércoles en Pynchon la tertulia
programada. Además, este mes es nuestro aniversario. De hecho, ya lo ha sido. El
sofá en el exilio comenzó como El sofá del Pla el 22 de marzo de 2006, el día en que ETA
anunciaba un alto el fuego permanente (y mi padre cumplía 75 años). Aunque lamentablemente
ETA volvió a matar, aquella primavera
supuso el principio del final. Mi padre recibió la noticia como el mejor de los
regalos. No vivió tiempo suficiente para ver el cese definitivo de la actividad
armada de esa banda terrorista de vascos que tanto dolor ha causado a tantas
personas, pero se aferró a la convicción de que el final estaba muy cerca. Era un
optimista, un entusiasta de la vida y de la fuerza de la razón y la bondad
humanas.
Año tras año recuerdo esa fecha y esa coincidencia, y me gusta
hacerlo por otro motivo: el nacimiento de la tertulia fue lo mejor que nos pasó
a unos cuantos en un tiempo oscuro y difícil del IES El Pla. El
sofá se trasladó del Pla al exilio, pero resistió,
creció, se convirtió en itinerante, circunstancia que ya no nos incomoda,
porque lo principal sigue vivo, en pie: la alegría que nos causa leer y
juntarnos para hablar de lo que hemos leído, sea lo que sea y donde sea.
Pido disculpas por la falta de rigor analítico del
que adolece esta reseña. Debía haber recalado en el estilo, en la profusión de
un vocabulario precioso, en la simbología de los nombres propios que
caracteriza a las dos narraciones, en la galería de personajes que las pueblan…
Estas obras merecen un elogio más detallado del que aquí ofrezco, lo sé, pero
en estos días extraños mi pensamiento se pasea por caprichosos vericuetos. En
uno de ellos he dado con un hallazgo magnífico que me va a ayudar a concluir.
Se trata del título de una de las novelas de mi admirado Benedetti (podríamos
leerla en El sofá, por cierto): Primavera con una esquina rota.
Al fin, cuando logremos doblar esa esquina, nos
seguirá aguardando la primavera.
Un abrazo muy grande a todos.
Josune
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