martes, 31 de agosto de 2021

Otro 2x1: Fin de temporada y La hija única

 (de Ignacio Martínez de Pisón y Guadalupe Nettel, respectivamente).


Como un soplo de brisa fresca que nos alivia los rigores de este agosto que se nos va, nuevamente nuestra Josune nos susurra al oído con su refrescante prosa las reseñas de las dos últimas tertulias (Fin de temporada, de Ignacio Martínez de Pisón, y La hija única, de Guadalupe Nettel). Gracias por ayudarnos a sobrellevar lo que se nos viene encima a partir de mañana. Las penas, con literatura, son menos. 


FIN DE TEMPORADA

Creo que Ignacio Martínez de Pisón encabeza la lista de autores más leídos en nuestro sofá. Fin de temporada es la tercera obra suya que comentamos y la primera que nos ha decepcionado. Se trata de una novela fallida en la que, no obstante, hallamos algunos valores característicos de la narrativa del escritor zaragozano como son, por ejemplo, un brillante comienzo y un esbozo estructural acertadamente planteado, una trama bien llevada que se sigue con interés, una perfecta descripción de los lugares en los que se desarrolla la historia, y, por supuesto, un estilo impecable, cuidado y nada dificultoso. Ventajas de los buenos: su propia calidad amortigua sus errores y los salva de un desastre mayor. No obstante, los lectores podemos cometer la osadía de señalar qué sobra o qué falta en una obra que sin duda pudo ser bastante mejor.

            En los últimos años han pasado por mis manos varias novelas, todas de excelentes autores, que compartían un injustificado exceso de páginas. No me parece este un defecto menor. La extensión narrativa constituye un rasgo estrechamente relacionado con la intensidad, esa cualidad inherente a la mejor literatura. Las páginas sobrantes se convierten en habitaciones vacías que recorremos con escasa o nula atención mientras habitamos esa ficción mal medida. Pues bien, al concluir Fin de temporada mi impresión fue exactamente la contraria: echaba de menos un detenimiento mucho mayor en algunos momentos. Sirvan de muestra el recorrido de Iván por los lugares en los que ha vivido (el encuentro casual con Yolanda resulta del todo inverosímil) y la visita del propio Iván con su madre a la familia de esta, en la que tiene lugar una conversación tan melodramática que raya en lo ridículo (la mantenida por Rosa con su madre y su hermana).

            Ignacio Martínez de Pisón es un verdadero maestro en la construcción de universos familiares. El constituido por Rosa, Mabel e Iván resulta de lo más sólido y sugerente. Insisto en que la novela comienza muy bien, con ese salto temporal entre el prólogo y el primer capítulo: un accidente de coche

acabó con la vida de Juan e hizo que Rosa, en lugar de abortar, decidiera tener ese hijo, aunque lejos de su ciudad. Lo tuvo con la ayuda de su amiga Yolanda y se convirtió en una madre soltera itinerante hasta que conoció a Mabel, con quien se embarcó en el negocio de un camping en la Costa Dorada. El relato empieza a tambalearse cuando Iván decide ir en busca de sus orígenes y posteriormente se instala en Toulouse, donde parece enderezar su vida junto a Céline. Su partida y su prolongado silencio desencadenan una profunda crisis en Rosa. En mi opinión, es aquí donde la novela se quiebra definitivamente y ya no se levanta. Iván regresa al camping, animado por la propia Céline, quien ha mantenido contacto con Mabel y le comunica que su madre no está bien.

            No resulta fácil resumir el proceso de Rosa: el relato de Mabel a Iván dibuja un comportamiento propio de una persona profundamente desequilibrada, pero algunos aspectos quedan confusos: no llegamos a saber si Rosa quedó embarazada y el embarazo se malogró, o es eso lo que persigue y se desquicia al no conseguirlo (parece que intentó llevarse un bebé…); después Mabel la ingresa en un centro de salud mental. Por otro lado, el asunto de las cartas que Rosa escribe a personalidades importantes también desconcierta. Incluso podría reflejar una intención un tanto humorística por parte del autor; de lo contrario, ¿qué representan?, ¿qué tipo de trastorno afecta a Rosa para comportarse así?

            He mencionado antes una de las más destacadas destrezas de Martínez de Pisón: la impecable descripción de espacios y ambientes, precedida sin duda por un exhaustivo trabajo documental. Los lugares son mostrados en la narración con sumo detalle: la costa tarraconense donde se halla el camping, Plasencia, Toulouse…, igual que la central nuclear y su proceso de desmantelamiento. Asimismo, el huerto de Mabel con su proyecto de cultivar y vender flores de calabacín aparece perfectamente descrito y logra captar la atención del lector. Se diría que el autor es capaz de trasladar a la ficción fragmentos de realidad palpable de lo más variada sin disimular el interés que a él le despertaron y que sabe contagiar al lector. Sin embargo, en esta obra ambos asuntos (la central y el huerto) constituyen valiosas piezas en un puzle narrativo que no acaba de fraguar.

            El final de la novela resulta tan decepcionante como desolador y, sin embargo, tal vez sea lo más real de la historia, pues hay relaciones familiares así de destructivas para aquellos que se convierten en “cuidadores” con la intención de saldar una deuda de amor o de salvación. El complejo y delicado mundo de la familia aparece de manera recurrente en muchas de nuestras lecturas, ya sea como tema central o secundario, y con él tienen que ver algunas de las reflexiones más sentidas e interesantes que hemos compartido. Así ocurrió en esta tertulia. Todos lamentamos la renuncia de Iván a su vida en Francia junto a Céline. Mabel, antes de irse, lo acusa de “cobarde”. Puede tratarse de cobardía, ciertamente, pero también de un exceso de responsabilidad y de gratitud hacia una madre dependiente, manipuladora y desequilibrada, ya que él existe, pese a todo, porque ella se empeñó. Asomado a la posibilidad de no haber nacido, el pobre Iván hipoteca su vida para ocuparse de quien se la dio. No nos gusta que el muchacho acabe así después de todo, pero hemos de reconocer que su decisión, amén de otras cosas, constituye un acto de generosidad y de amor.

            Por último, como en este grupo no somos rencorosos, es muy probable que Ignacio Martínez de Pisón siga ostentando la marca de autor más leído de nuestro sofá porque es fácil que en algún momento volvamos a proponer otro título suyo. En la balanza siguen pesando mucho más sus numerosas magníficas obras y su indiscutible calidad que este  rotundo “patinazo”. Hasta los mejores alguna vez se equivocan, lo cual, en el fondo, no deja de ser un consuelo.


LA HIJA ÚNICA



Hemos cerrado el curso tertuliano con una excelente novela, La hija única, de la mexicana Guadalupe Nettel. No es extraño que haya sido la elegida en nuestra tradicional votación de clausura como la mejor de las obras leídas esta temporada. En primer lugar, se trata de una buena historia contada con agilidad, mediante un estilo preciso, cuidado y bien medido, y  dosificada con acierto en capítulos breves, extensión sumamente efectiva para desear seguir leyendo. Como sugerí en la tertulia, habremos de reflexionar algún día sobre este aspecto, pero se me ocurre ahora que la administración del relato en escuetas dosis favorece la atención expectante del lector y, por seguir con el símil de las habitaciones empleado en la anterior reseña, en esta fórmula las pequeñas estancias suelen ser todas esenciales y acogedoras, y nos vamos de ellas con la promesa de descubrir otras igualmente habitables y necesarias. La novela que nos ocupa está bien comenzada, bien desarrollada y bien terminada. Redonda y excelente, insisto.

            La clave de su construcción la constituye el trípode argumental que la sostiene: la extraordinaria historia de Alina y su hija Inés, la vida de Laura (la narradora) con sus relaciones, su casa, su balcón y su nido, y, por último, la dolorosa situación de Doris y Nicolás. El aparente tema de fondo podría ser la maternidad y sus contradicciones, las múltiples vivencias y sentimientos que suscita. De hecho, este supone el punto de partida del relato; sin embargo, mediante el cuestionamiento de lo que aparece aceptado como “normal” y “natural” en torno a la maternidad, creo que la autora dinamita también otras creencias y tipificaciones. Sirva como ejemplo la relación sentimental en que dejamos al final de la novela a Laura y Doris, ninguna de ellas lesbiana.

            Lo que a mí más me ha gustado en esta obra es cómo muestra la aventura que emprendemos cuando alguien nos importa y nos vemos empujados de modo irremediable a inmiscuirnos en su vida, a hacer algo que atenúe su desdicha porque su sufrimiento nos daña. Esto se ve muy bien en Laura y su proceso de acercamiento a sus ruidosos vecinos, y también se aprecia en Marlene, quien inicialmente despierta todas las inseguridades de Alina hasta que esta, transformada por cuanto le está sucediendo con su hija, acaba aceptándola como parte de su peculiar familia. Me parece una novela surgida de preocupaciones y sentimientos muy básicos, muy carnales, que no podemos negar y que coexisten con cuanto produce nuestra mente y nuestra dimensión social. En relación con ello, considero un detalle muy significativo el hecho de que lo relatado por Laura ocurre durante el proceso de redacción de su tesis, lo cual no deja de ser un enorme ejercicio intelectual que le exige horas de soledad y apartamiento. No obstante, presta atención a la comida, a menudo se refiere a los platos concretos que prepara para ella misma o para Nico y Doris, o a los desayunos con su madre. Con frecuencia Laura come o cena en el balcón, ese pequeño espacio en que la propia intimidad se abre al exterior. El balcón es también el lugar en que descubre el nido, cuyos moradores despiertan su curiosidad y protagonizan una pequeña historia que discurre en paralelo a todo lo que está sucediendo en la vida de Laura y su entorno, y así la biología queda hábilmente incorporada a una novela en la que, como ya he señalado, la maternidad constituye un asunto esencial.

            La maternidad y la no maternidad se plantean aquí como decisiones libres, intelectualmente elaboradas y enjuiciadas socialmente, adoptadas por mujeres valientes que se ven sorprendidas por el impredecible devenir de la vida, ejemplificado de manera asombrosa en el extraordinario caso de la gestación, nacimiento y, contra todas las predicciones médicas, la supervivencia de la pequeña Inés. Destacan como situaciones singulares la anunciada muerte de quien aún no ha nacido, la preparación del duelo y la dificultad de hallar expresión para ese dolor innombrado: «(…) no existe una palabra para los padres que pierden a sus hijos. A diferencia de otros siglos en que la mortandad infantil era muy alta, lo natural en nuestra época es que eso no suceda. Es algo tan temido, tan inaceptable, que hemos decidido no nombrarlo.» La vida de esa niña «empeñada en vivir», sus pequeñas conquistas, la lucha de sus padres, médicos y cuidadores por su bienestar se convierten en un proceso que los sorprende y transforma a todos, y que el lector sigue con verdadero interés.

            La hija única es también el relato de la amistad que une a Laura y Alina, un vínculo esencial y poderoso que se mantiene firme a pesar de la distancia, los cambios y las decisiones inesperadas que podrían alejarlas. El último capítulo contiene una visita de Alina a Laura. La primera comenta los progresos de Inés y lo contenta que está con sus gafas nuevas, y aprovecha el encuentro para preguntar a su amiga sobre la posibilidad de volver a enamorarse, pues no se le ha escapado que entre Laura y Doris hay algo (también sin nombre). Un rato después llama Doris al timbre y, antes de abrirle la puerta, Alina pronuncia las últimas palabras de la novela:

« ̶ No te pongas nerviosa  ̶ dijo ̶ . Pasará lo que tenga que pasar. Nadie se escapa de eso.»

            Magnífico final para una obra que aborda valientemente las innegables contradicciones en que incurrimos los humanos aun sin pretenderlo. Alguien en la tertulia comentó la paradoja de que Laura renuncie a tener hijos y acabe ocupándose de un niño conflictivo «que parece descontento con la vida».

Alina, quien tenía frente a la maternidad una actitud similar a la de su amiga, termina buscando ser madre y siéndolo de un modo totalmente imprevisto. Doris, esa mujer hundida,  superada por un niño difícil que repite las conductas observadas en su padre, va a ser rescatada por Laura, la fascinante narradora, incapaz de mantenerse indiferente al sufrimiento que percibe en sus vecinos. Cabe señalar aquí la afición de Laura a la quiromancia, el tarot y los horóscopos, igual que su simpatía por el pensamiento oriental y disciplinas como el yoga, en consonancia con su talante curioso y abierto, con su actitud vital de búsqueda y su desconfianza hacia las etiquetas y los prejuicios. Creo que su mirada perspicaz y sensible sobre la realidad y la voz franca y directa con que la refleja constituyen el mayor acierto de una novela cuya indiscutible calidad nos hará volver en próximas ocasiones al universo literario de su autora.

 

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