domingo, 14 de noviembre de 2021

Lluvia fina

 (de Luis Landero).


En estos días en que el frío empieza a asomar por nuestras tierras, la voz de nuestra simpar Josune nos arropa con su cálida reseña de lo que se habló en la tertulia  sobre Lluvia fina, de Luis Landero. Como siempre, gracias por tus acertadas e inspiradas palabras.



          El pasado 19 de octubre, martes, iniciamos el presente curso tertuliano comentando Lluvia fina, la última novela de Luis Landero, uno de nuestros autores más admirados. No hubo unanimidad en su valoración, aunque sí acuerdo en que no se trata de su mejor obra. Sin duda, a nadie dejó indiferente, y creo que provocó un jugoso coloquio.

          La narración atrapa fácilmente y crea de inmediato la expectación causada por el planteamiento inicial: a Gabriel se le ha ocurrido celebrar con una comida familiar el ochenta cumpleaños de su madre. Aurora, su mujer, la confidente de todos, no está convencida de que esa sea una buena idea e intenta disuadirlo. En capítulos predominantemente breves se despliegan las conversaciones telefónicas desencadenadas por la propuesta de Gabriel, así como el relato de una historia a la que cada cual aporta su particular perspectiva. La paciente y dulce Aurora custodia los secretos de los tres hermanos y conoce de sobra el enconado rencor que sus cuñadas, Sonia y Andrea, sienten hacia su madre, a quien responsabilizan de sus desdichas y frustraciones, así como el permanente reproche que dirigen a Gabriel, el benjamín, al que consideran, quizá por ello, el más mimado y su preferido.

          Ante el lector va surgiendo un núcleo familiar dañado por la temprana muerte del padre  ̶ soñador, fabulador, el gran rey de la infancia de sus hijos ̶  y por las decisiones adoptadas después por la madre  ̶ seca, rígida, autoritaria, amiga de la austeridad y, en su condición de viuda, preocupada por el sustento familiar-.  Las brillantísimas destrezas narratorias de Landero comparecen en todo su esplendor en la primera parte de la novela para iluminar la infancia de tres niños que imaginan el mundo con el colorido y la emoción de las aventuras del “Gran Pentapolín”, antepasado suyo, inmortalizado en un retrato que, desaparecido el padre, la madre rasgó en pedazos y arrojó a la basura. El relato se ensombrece a partir de la muerte del padre, lo cual resulta comprensible: con frecuencia un acontecimiento de esta índole clausura la infancia, o la sacude de tal modo que los niños quedan confundidos en un espacio incierto, condenados a la nostalgia perpetua de un paraíso que les fue arrebatado de manera inesperada y cruel.

          Algo de eso hay aquí, desde luego. Y también en principio resulta comprensible, e incluso admirable, la determinación con que la madre toma las riendas de la economía familiar, agarrada a su maletín de practicante y callista: La época legendaria y ociosa del padre había sido abolida, y ahora todo lo presidía el espíritu de la laboriosidad y del provecho. (p. 45). Es bastante frecuente que entre los progenitores no haya un reparto consensuado de papeles, y cuando el binomio lo componen los sueños y la realidad, quien carga con esta última suele cargar también con la implacable censura de los hijos. Tal impresión es la que de entrada puede obtenerse del lamento entonado por Sonia y Andrea al evocar aquel tiempo oscuro en que su madre cubrió el final de su niñez y su adolescencia de pensamientos sombríos, de desconfianza y de miedo.

No obstante, lo que inicialmente parece aceptable deja de serlo cuando entra en escena el siniestro Horacio, repulsivo a los ojos de Sonia, lanzada por su madre a sus brazos cuando solo era una niña. Este personaje causa inquietud desde el principio y las páginas en que se detallan sus aberraciones hieren por su descarnada sordidez y su violencia. Comentamos cuánto desentona este tramo narrativo en el universo ficcional a que nos tiene habituados Landero, y cuestionamos también su verosimilitud. Nos pareció muy poco creíble que semejantes acontecimientos se produzcan en el seno de una familia media que habita  en el Madrid de los años ochenta.

          La novela avanza sobre un creciente presentimiento de que algo trágico acabará ocurriendo si finalmente se celebra la reunión familiar. Concluida la narración de Sonia sobre su espeluznante relación con Horacio, cabe esperar un desenlace amargo, funesto, un peligroso estallido del rencor acumulado a lo largo del tiempo. Sin embargo, a la mayoría de nosotros el final nos sorprendió y, si intentamos comprenderlo e interpretar su sentido, resulta aciago y profundamente injusto.

          Somos nuestras palabras y con ellas construimos un relato que nos explica. Con las palabras, capaces de contener lo intangible, lo informe, hallamos siempre una insospechada salida, pues amansamos el sufrimiento, nuestra miseria y nuestras desventuras cuando los verbalizamos. Pero no sirve hablar a solas. Necesitamos quien nos escuche, un testigo silencioso que no se espante de lo que decimos, que no se duela tanto como nosotros, que permanezca ahí, a nuestro lado, asintiendo, respirando, sin más. Nada parece tan terrible cuando se vierte en el torrente desenfrenado de nuestra voz.


Sonia, Andrea y Gabriel lo saben bien. Esta novela poblada por personajes lastimados se sostiene en la escucha paciente y comprensiva que a todos les dispensa Aurora: (…) todos acaban contándole sus pequeñas alegrías, sus logros, sus tropiezos, y finalmente sus grandes infortunios. (p. 13). Todos descargan en Aurora, sin recato ni consideración. Ella, en cambio, atenta y perpleja en su mutismo, no reclama su derecho a contar  a alguien su propia historia, a mitigar su decepción y la soledad en que vive junto a Gabriel, al que tiene la sensación de no acabar de conocer de verdad, un supuesto filósofo de voluntad débil y enfermo de aburrimiento, incapaz de culminar ninguno de sus prometedores proyectos ni de reaccionar ante la enfermedad de Alicia, su hija.

Todos se confían a Aurora y tal vez por eso sobreviven. Ella, en cambio, no halla mejor salida que avanzar con decisión hacia la otra orilla de sus días, donde la espera el silencio inmortal.

 


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